Bellísimo artículo en nuestra sección literaria, Gilmar nos habla de la relación entre artesanía y forma poética, ¿Las creaciones humanas nos remiten a la creación divina?
Artesanía y Forma Poética. Un artículo de Gilmar Siqueira
«La forma poética resuena e incluso revela las formas que gobiernan la realidad y por lo tanto es un camino para que conozcamos el mundo […]». James Matthew Wilson.
La frase de James Matthew Wilson – él mismo un poeta – que puse en epígrafe nos presenta el rasgo revelador de la forma poética: una forma que nos hace contemplar las demás formas que gobiernan el mundo. Las creaciones humanas, a través de sus formas, nos remiten a la Creación divina que, a su vez, es respondida por el arte poético. Tal respuesta – sobre la que escribí en otro artículo – puede ser entendida como propia de la libertad – y por lo tanto del amor – humanos. Es una celebración.
Pero, si puedo mirar directamente a la Creación divina, ¿por qué diantres necesito yo de esas formas intermedias? Es una buena pregunta. Yo mismo me la he repetido más de una vez. La primera respuesta es que nuestros ojos no están limpios para que, a cada mirada, nos deparemos con las cosas como si Dios acabara de crearlas. Nos hemos desencantado de ellas de tal manera que el espectáculo de sus formas no excita una imaginación agobiada y pobre.
La segunda respuesta va de la mano de la primera: podemos verla, por ejemplo, en la República de Platón. Sócrates habla de distintos tipos de artes: de la medicina, de la equitación, de la marinería y otros más; todo para llegar a una idea del arte con que los dialogantes allí estaban preocupados: el de la justicia, y en su excelencia, es decir, la virtud de la justicia. La artesanía – la creación de formas –es propia del hombre. Aquí me valgo de profesor John Cuddeback:
El verdadero artesano sabe que le han confiado algo que hacer. Para los otros. Hay algo que necesita hacer, algo más grande que él, algo que requiere su atención cuidadosa y racional para que esté bien hecho. Hay ciertos medios indicados para ciertos fines y él necesita saberlos y conformarse a ellos. Necesita mirar el bien de su trabajo y el bien de aquellos para quien trabaja. Eso para ser un artesano.
La excelencia de la vida humana tiene que ser labrada de tal manera a conformarse a la estructura de la Creación. Pero el hombre no es como el buey o el pájaro, cuya conformidad se da sin que haya connivencia o protesta de su parte; el hombre necesita captar esa estructura con la inteligencia y quererla con la voluntad. Tiene que ser artesano.
Y eso, ¿qué tiene que ver con las formas intermedias de la pregunta que intento contestar? Todo. Pondré otro ejemplo: yo, que me estoy aprendiendo el arte de la escrita, necesito seguir las lecciones de los grandes maestros (vivos y muertos) que me han precedido. Aunque no todos los maestros cooperen más acentuadamente en las formas que un día – si Dios quiere – logre crear, su excelencia (virtud) en el arte de la escrita siempre será un modelo de imitación para mí. Las formas que ellos crearon han fecundado mi inteligencia (abierta por la imaginación) y mi voluntad para que desease replicarlas (participar en ellas). Todas las artes, en su excelencia, nos enseñan algo de la realidad.
Pero Marcel Proust lo dijo mejor que yo. Pondré aquí un fragmento en que el narrador de A la Sombra de las Muchachas en Flor cuenta su primera visita al taller del pintor impresionista Elstir:
Naturalmente, lo que había en su taller eran sólo marinas realizadas allí, en Balbec, pero podía discernir que el encanto de cada una de ellas consistía como en una metamorfosis de cosas representadas, análoga a la que en poesía se denomina metáfora, y que, si bien Dios Padre había creado las cosas nombrándolas, Elstir las recreaba quitándoles el nombre o atribuyéndoles otro. Los nombres que designan las cosas responden siempre a una idea de la inteligencia, extraña a nuestras impresiones verdaderas y que nos obliga a suprimirles todo lo que no remite a ella.
Este fragmento parece contradecir lo que digo, sobre todo cuando el narrador habla de los nombres que responden a una idea de la inteligencia que es extraña a las impresiones. Pero la contradicción no es más que aparente. La clave está en la idea de la metáfora: para el narrador, las pinturas de Elstir – sus recreaciones – eran metáforas de la realidad que veía y de los nombres que conocía; entonces los metamorfoseaba de tal manera que sobresaliesen en la pintura sus impresiones. La figuración de Elstir plasmaba un aspecto del encuentro con la realidad de que pronto nos olvidamos: la impresión de la vista. Y Proust, a su vez, trasladó esa metáfora a la novela.
El maestro, a través de su forma, reveló al discípulo una de las estructuras que rigen el mundo. Y el escritor la trasladó en palabras. Pero, antes que nada, necesitó que una forma intermedia fuese presentada ante sus ojos encarnando algo que antes no era más que intuición informe: su primera reacción fue el encantamiento.
Y ahora regreso al punto de partida: el desencantamiento. Las formas creadas por los maestros artesanos alejan nuestra dispersión y nos concentran en un aspecto (aunque metamorfoseado) de la realidad. El encantamiento se da cuando percibimos que esas formas simbolizan y fijan lo que antes nos escapaba. Aprendemos a amar la realidad – que luego queremos conocer enteramente – a través de esas formas. La artesanía engendra más artesanía, porque es una invitación a contemplar lo que no tiene límites.
Gilmar Siqueira
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