La imagen del artículo es “Automat” (1927) de Edward Hopper 81882-1967) (dominio público cortesía de Wikimedia Commons.
Traducido por Beatrice Atherton para MR
Por Paul Krause, para The Imaginative Conservative
Aristóteles y la cultura de la comida
Aristóteles identifica los hábitos alimenticios como una de las piedras angulares de la civilización. Una de las actividades que realzan la naturaleza de la exquisitez del hombre (y la barbaridad). A todos debiera ser evidente la importancia de la alimentación a la condición humana. Pero, ¿Cómo es abordado desde la religión, desde los filósofos antiguos y de la forma de vida tradicional?
Tradicionalmente comer ha sido una experiencia social, ritualista y comunitaria. Desde las cenas religiosas hasta la comida familiar, el sentido de comunidad y sociabilidad corre a través de las venas de los hábitos culturales alimenticios. En la comida comunitaria los individuos se reúnen en la unidad; de la atomización a la cohesión social. El caos de las vidas egocéntricas se reúne en una armonía donde la convergencia al orden se manifiesta a partir del caos y de la falta de armonía que nos rodea.
Cincuenta años atrás, ni siquiera diría cien años antes, habría sido incomprensible que una familia no tuviera un momento fijo para la comida familiar. Hoy en día es común que las familias que no han experimentado el divorcio, haber perdido la importancia de la comida familiar, ya que cada miembro aislado e individualizado come según su propio horario y basado en los bramidos de sus propios apetitos. Esto refleja nuestra creciente atomización, incluso en lugares donde, en forma superficial, supuestamente la unidad aún domina, lo que da la ilusión de cohesión y unidad.
Se hace difícil medir la frecuencia de las comidas familiares. Sin embargo, incluso si las familias reportan comer juntos con cierta frecuencia, ¿cuántas comidas de este tipo se realizan “juntos”? Y si solo un poco más del 50% de las familias habla de comidas familiares cinco días a la semana, que sólo el 50% de las familias informe comer juntos en forma regular es un triste reflejo de los tiempos en los que vivimos. De este 50%, ¿cuántas de estas comidas son ordenadas, sociales y consumidoras de tiempo, en vez aquellas desordenadas, atomizadas y rápidas? El énfasis está en el consumir rápido para volver a las “ocupadas” e inconexas vidas en las que vivimos. Y si todos estamos “presentes” pero no comprometidos, ¿puede ser contada como una verdadera comida familiar en el sentido tradicional? ¿Cuántas personas que comen rápido están distraídas con sus móviles o simplemente quieren irse a la siguiente cosa que espera por ellos?
Los hábitos modernos a la hora de comer sufren no de una falta de modales, per se, aunque esto ciertamente es verdad, sino de una cultura de consumismo y atomización, donde la misión es comer tan rápido y asocialmente como sea posible para pasar al siguiente deseo corporal. Un evento social es siempre algo íntimo y que consume tiempo, dos cosas de cuales la “sociedad” moderna desea alejarse.
Sociedad invoca la idea de intimidad. Sociedad viene de la palabra latina socius que significa amigo. Un amigo es alguien al que conoces; alguien con el que pasas tiempo; alguien que tiene un rol íntimo en tu vida. La importancia de la amistad era conocida por los filósofos de la antigüedad. Aristóteles señala en la Ética que la amistad era darse uno mismo. Los amigos se aman el uno al otro por sí mismos y siempre buscan lo mejor para los demás. San Agustín indica que la amistad es una de las necesidades de la vida temporal, y que la amistad está basada en la confianza entre las partes y que traicionar esta confianza era uno de los “pecados” más abominables que uno podría cometer (de ahí el porque la traición a la confianza de los amigos, de los benefactores y a la familia está castigado muy duramente en el Infierno de Dante).
En vez de pasar el tiempo con los amigos y la familia perdemos el tiempo en nosotros mismos. ¿Cuántas veces se vuelve a casa desde el trabajo e inmediatamente se busca una comida para calmar los deseos más que esperar por una comida familiar que requiere aguardar a los otros? Por otra parte, la naturaleza de la impulsiva y momentánea alimentación evidencia la esclavitud del yo a las pasiones. No se han dominado los deseos si los deseos han ser saciados cuando se imponen a la persona. La falta de autocontrol y de entrega a los impulsivos y momentáneos deseos de uno mismo expresan lo que sucede: solo el yo. Satisfacer el deseo personal sin preocuparse de los demás es una encarnación sutil, pero trágica del incurvatus in se. Porque en ese momento nada más importa en el mundo sino uno mismo y los propios deseos.
A los modernos se les dice que “el tiempo es oro.” Más perniciosamente el tiempo está asociando a nuestros efímeros deseos. Una hora pasada en la comida familiar es una hora perdida que se pudo haber “disfrutado” en juegos de vídeo, gastado en las redes sociales que ofrecen un discurso vacío sobre el zeitgeist político para asegurar cientos o miles de “me gusta” de personas sin rostro a las que nunca se ha conocido. Horas pasadas en desayunos, almuerzos o cenas con los amigos son horas desperdiciadas donde se pudo haber “disfrutado” del solitario aislamiento alimentando cualquier deseo que mueva el cuerpo a su siguiente tarea fugaz.
Comer juntos, como evento social, exige mucho tiempo, pues se trata de una experiencia íntima en donde se experimenta y se reaviva la amistad, la verdadera amistad, y el amor se sitúa en el centro de la mesa. Es, a su manera, una llamada al sacrificio. (Especialmente a través del ritual del ayuno.) Sacrificar el propio tiempo por el otro; sacrificar los propios deseos impetuosos para pasar tiempo con otros. El rol del sacrificio involucrado en la comida social es la razón por la que las oraciones se rezaban antes y después de la comida, pues reconocían el papel del sacrificio. Se deseaba expresar el sacrificio de las manos que prepararon la comida; y el sacrificio es la suprema expresión de amor en la tradición cristiana.
La expresión de dar gracias antes y después de la comida encarna algo más que el yo. Reconoce el sacrificio que otros hacen para preparar la comida, su don a los demás. Lo mínimo que se puede hacer al devolver este sentimiento es expresar el agradecimiento a aquellos que trabajaron con amor para lograr la comida que une a muchas personas. El agradecimiento después de la comida también reconoce que el otro incluso el haber sido saciado personalmente por la comida y la buena compañía.
Aristóteles tenía razón al decir que los hábitos alimenticios del hombre son una de las señales de su exquisitez. Civilización viene de la palabra latina civitas, ciudad, y la ciudad está ordenada a algo más grande que el yo. Todas las civilizaciones se ordenan a algo. La cultura viene de este orden porque la cultura, cultus, significa cuidado y alabanza. A lo que un pueblo está ordenado es lo que le importa, y lo que le importa es aquello que llegará a alabar. Lo que realmente le importa se refleja en el esfuerzo que realiza.
Una civilización ordenada al yo y a los deseos del yo es una cultura hueca, nihilista y destructiva. Trata a los demás como instrumentos de su fin egocéntrico. Utiliza el alma y la subjetividad de un ser humano para la gratitud hacia uno mismo y para el placer. Coloca al yo en el centro del universo, sin necesidad de sacrificarse por los otros y, por lo tanto, no necesita amar a los demás. Así, no hay tiempo para dar a los otros; todo el tiempo es para uno mismo.
El cristianismo entendió la centralidad de la comida, del amor y del sacrificio que corría a través del simbolismo ordenado y dador de vida de la misma. Porque, ¿Quién ofreció el mayor sacrificio al ofrecerse a sí mismo como comida para sanar y brindar vida al mundo sino Cristo? La comida – la Eucaristía – es el foco central de la liturgia cristiana. Es íntima, personal, sacrificial. Además, la comida llama al orden desde el caos. Atrae al yo aislado, dispar, caótico y enajenado al Altar que entrega orden, amor y vida al mundo.
La comida cristiana es también de naturaleza filial. El cristiano pertenece a una familia temporal, pero también a la eterna y Divina familia que trasciende el espacio y el tiempo. Los cristianos se reúnen como una sola familia bajo el Altar del sacrificio y del amor donde el deseo es verdaderamente saciado: orden, paz y complacencia también se encuentran finalmente en la Mesa de la Cena del Señor. El amor sacrificial de Cristo es el mayor don del yo al mundo y la atracción de esta comida reorienta el corazón del yo a los demás, al orden, a la sociabilidad y al amor.
La sociedad moderna, en sí misma una corrupta parodia de lo que es una verdadera sociedad, no posee un papel para el sacrificio y el perjuicio. La lucha contra el perjuicio, al cual conduce contingentemente el fin del sacrificio, es lo que unifica a los filósofos liberales desde Hobbes y Locke hasta Mill y Rawls. Tal sociedad moderna llegará a ser el reflejo de lo que le preocupa y alaba. Y a lo que sociedad moderna le preocupa y alaba es el aislamiento y el yo atomizado separado del mundo de las relaciones y de la intimidad.
Si el amor exige sacrificio, y el sacrificio significa el don de sí al otro, la filosofía moderna busca destruir el amor porque el sacrificio lleva al perjuicio y el sacrificio coloca a otro, más que a uno mismo, en el centro de la vida. Por lo tanto, el mundo moderno necesita rehuir de Cristo; no hay lugar para Él como el sacrificial encarnado Hijo de Dios. (Donde Cristo persiste, se transforma en un portavoz del más reciente zeitgeist liberal). Esta es la razón de porqué el mundo moderno necesita comer a solas. No hay lugar para los otros; los sacrificios que involucra preparar y llevar a cabo la comida comunitaria…no hay lugar para dar gracias a los demás porque esto suplantaría al ego como la cumbre principal de lo que a uno le importa y alaba.
El surgimiento de la sociedad consumista que alimenta los apetitos de los yo desordenados coincide con la comida barata, producida en masa y rápida. El triunfo de McDonalds no es el triunfo del capitalismo corporativo, sino el triunfo del individuo liberado al que solo le importa en la vida alimentar sus propios deseos. Es el triunfo del liberalismo en su más verdadera forma de expresión.
Ya que nuestro mundo se ha vuelto despersonalizado, aislado y atomizado, nuestros hábitos alimenticios – nuestra cultura alimenticia – refleja esta nueva realidad: la pérdida de sociabilidad; la pérdida de las relaciones; el declive de la familia. La comida nos llama al orden, da vida a aquellos que participan en ella y une a las personas en íntimas relaciones; coloca a los demás, a la acción de gracias y a la amistad en el centro del mundo. La comida familiar, y la Eucaristía cristiana, siguen siendo la fuente de la verdadera transformación – la cumbre de la reorientación – de la cultura que regresa a las cosas permanentes y de la piedra angular de la civilización.
Por Paul Krause
Artículo original: https://theimaginativeconservative.org/2023/02/eating-alone-aristotle-culture-meal-paul-krause.htm
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