En 1937, publica Aquiles Ratti, el papa Pío XI (un gran pontífice, quizá no conocido y valorado en proporción a sus méritos), su encíclica Divini Redemptoris (cito en adelante DR), un documento sobre el comunismo, que me aventuro a calificar de profético.
Se encuentra la Iglesia, al comienzo del siglo XX (aunque las elaboraciones teóricas vienen de antes), con un enemigo enconado al que quizá nunca había sospechado tan poderoso: el nuevo fantasma que recorre Europa. No hace falta que la Iglesia señale al comunismo como uno de sus enemigos. Ya Marx, en el famoso comienzo del Manifiesto (1848), indica bien a las claras quiénes son sus antagonistas: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las potencias del la vieja Europa, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot se han aliado en una caza despiadada contra este fantasma”. En el orden en que Marx sitúa a sus enemigos, la Iglesia ocupa el primer lugar no de forma casual.
¿Por qué considero profético este documento? Lo es en dos sentidos. En un sentido, que llamo de contenidos, de penetración intelectual y espiritual de verdades que pasan desapercibidas a muchos y que la mirada penetrante del profeta sabe captar. En otro, de contexto temporal, el profeta es quien proclama su mensaje antes de que la mayoría se entere: no es que “adivine” el futuro, sino que, con su fino olfato, se adelanta a los demás en su comprensión.
El documento, a mi entender, es profético en ambos sentidos. Voy a intentar dar una visión general de sus líneas maestras.
1. Se trata de un sistema ideológica y moralmente coherente
El mito el socialismo sigue en pie. ¿Quién lo duda? Sus avances en Hispanoamérica son sustanciales en las primeras décadas del siglo XXI. En la Europa democrática está lejos de haber desaparecido. El argumento que suele usarse para su defensa y para justificar sus debilidades es muy sencillo, pero de una gran eficacia: las tachas y contradicciones del régimen no son algo consustancial al mismo, sino una desviación que ha de ser reconducida, un fallo que ha de ser subsanado. Es decir, lo accidental no desdice lo sustancial. El mito político sigue, así, en pie, a pesar de las pruebas negativas que la experiencia acumula históricamente. Muchas han sido las críticas al llamado socialismo real, pero la mayoría ha salvado el sistema como tal y ha interpretado sus errores como desviaciones de la recta aplicación de sus principios.
Por el contrario, la DR (Divini Redemptoris), como después han hecho otros intelectuales desde mediados del siglo XX (Octavio Paz, Arthur Koehler, Raymond Aron, los Nuevos Filósofos franceses) muestra la clara coherencia interna del sistema y la relación causal entre teoría y práctica.
El documento considera al comunismo enraizado filosóficamente “en los principios del materialismo llamado dialéctico e histórico […] Esta doctrina enseña que no existe más que una sola realidad, la materia con sus fuerzas ciegas” (párr. 9). Estas leyes naturales también rigen la sociedad y la historia: “La misma sociedad humana no es sino una apariencia y una forma de materia, que evoluciona del modo dicho, y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final” (9). Desde estos presupuestos filosóficos, “la lucha de clases, con sus odios y sus destrucciones, toma el aspecto de una cruzada por el progreso de la humanidad” (9). La cosmovisión materialista “despoja al hombre de su libertad, principio espiritual de su conducta moral” y hace que el protagonista y señor de la historia no sea el individuo, sino la colectividad. “Todo esto que los hombres llaman autoridad y subordinación deriva de la colectividad como de su primera y única fuente” (10). Y “reconoce a la colectividad el derecho, o más bien el arbitrio ilimitado de obligar al individuo al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar particular, aun contra su voluntad y hasta con la violencia” (12). Por supuesto, uno de las consecuencias de este principio es la negación de la familia como vínculo jurídico-moral (11). Este planteamiento desemboca en una sociedad “sin más jerarquía que la del sistema económico” (12), es decir, una sociedad que rompe sus vínculos orgánicos, naturales (familia, clase, estamento profesional, grupo religioso) para relacionarse sólo como productores y consumidores, en una visión unidimensional del hombre. Pero, ¿quién controla esta situación? ¿Quién encarna concretamente esa abstracta y supuesta voluntad de la colectividad? El Estado, precisamente llamado a desaparecer al final de este proceso, es quien asume este poder. El comunismo, se ha demostrado en todos los casos históricos, se convierte en un estatalismo, en totalitarismo estatal. “El Estado político -continúa la DR-, que ahora se concibe sólo como instrumento de la dominación de los capitalistas para esclavizar a los proletarios, perderá toda su razón de ser y se disolverá; pero hasta que no se realice aquella feliz condición, el Estado y el poder estatal es para el comunismo el medio más eficaz y universal de conseguir su fin” (13). La violencia y represión sistemática son, pues, consecuencia directa del sistema. “Ni se diga que tales atrocidades son un fenómeno transitorio, que suele acompañar a todas las grandes revoluciones, o excesos aislados de exasperación, comunes a toda guerra; no, son frutos naturales de un sistema falto de todo freno interior” (2, el subrayado es mío).
2. Se presenta como una forma de salvación laica
El comunismo ha sido algo más que una ideología política al uso; ha sido una forma de cuasi-religión, una oferta de salvación; salvación laica, pero con un indudable elemento escatológico. Algunos autores marxistas, el más destacado es Ernst Bloch, hacen uso frecuente de los términos “esperanza”, “utopía”, “salvación”. El comunismo aspira a algo más que a la mejora de condiciones económicas, laborales, materiales en una palabra. Aspira a una especie de “nuevo mundo”, a crear eso que San Pablo llama un “hombre nuevo”. Así, lo utópico y lo escatológico se relacionan íntimamente y casi se identifican. Esa especie de mística puede explicar en parte su enorme poder de sugestión, lo que le ha llevado a fascinar a millones de personas, entre ellos a una buena parte de la intelectualidad occidental; explica también su enorme capacidad de supervivencia en los más distintos ambientes y en diversos momentos históricos. El hombre, vaciado de la esperanza religiosa, se llena de una esperanza laica, que va más allá de lo social, que no puede ser sólo una simple mejora de las condiciones materiales y económicas. La DR (Divini Redemptoris), con gran clarividencia, sabe ver este carácter “salvífico”: “El comunismo de hoy […] contiene en sí un idea de falsa redención. Un seudoideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo, impregna toda su doctrina y toda su actividad con cierto falso misticismo” (8).
3. Capacidad de supervivencia y propaganda
La DR (Divini Redemptoris) se hace una pregunta que muchos se han hecho después: “¿Cómo un tal sistema, anticuado ya hace mucho tiempo, desmentido por la realidad de los hechos, ha podido difundirse tan rápidamente?” (15). Una de las respuestas, si no la única, está en su capacidad de propaganda. Hoy muchos estudiosos del tema tienen clara la capital importancia del aspecto propagandístico y de la infiltración cultural (preconizada por Gramcsi), pero en los años 30 no era esto tan evidente. La mirada de águila de Pío XI sí sabe verlo. “Se explica [la propagación de esta ideología] por una propaganda verdaderamente diabólica, tal como jamás conoció el mundo: propaganda dirigida desde un solo centro y hábilmente adaptada a las condiciones de lo diversos pueblos” (17). Aquí se vislumbra un rasgo que ha sido fundamental en el aparato de propaganda comunista; podría expresarse como centralismo y diversidad. Esto es, centrado en un solo punto de poder, que extiende su dominio de forma casi omnímoda y capacidad de adaptarse a las distintas coyunturas y momentos. Capacidad que parece inagotable y que puede ir desde los campesinos asiáticos que viven aún en un mundo casi medieval, hasta los intelectuales de las más prestigiosas universidades occidentales; desde el ateísmo oficial de Albania, hasta las comunidades de base hispanoamericanas (Teología de la Liberación). Y toda esta diversidad, esto es lo importante, sin perder nunca de vista sus objetivos finales.
Tiene en cuenta el papa Ratti el fundamental aspecto cultural, que ha sido uno de los grandes campos de batalla de la lucha ideológica: “Propaganda que dispone de grandes medios económicos, de organizaciones gigantescas, de congresos internacionales, de innumerables fuerzas bien adiestradas; propaganda que hace folletos y revistas, en el cinematógrafo y en el teatro, en la radio, en las escuelas y hasta en las Universidades” (17). Estas palabras parecen anticiparse a una de las más oscuras y complejas páginas de la historia intelectual de Occidente, que es la que escriben sus pensadores e intelectuales en su actitud con respecto al comunismo, ese “opio de los intelectuales” del que hablaba Raymond Aron. Esta actitud puede resumirse en dos polos: fascinación y ceguera. No han faltado, ciertamente, quienes han sabido tener una mirada crítica y no se han dejado engañar, aunque se hayan expuesto a las iras de sus correligionarios. Pero estos, en cierto momento, han sido una minoría, aunque hayan contado con nombre representativos. En todo caso, muchos de ellos han atacado los aspectos evidentemente negros del totalitarismo (comunista en este caso), pero sin llegar al fondo de la cuestión, considerando estos aspectos como una especie de accidentes. Los que lo han atacado sin ambages y de frente (el citado Aron, Revel, Paz, Solzhenitsin, nuestro Ortega en algunos textos posteriores a la guerra civil) la reducida nómina de los valientes e insobornables, han recibido el rechazo de muchos medios culturales y la excomunión de sus compañeros. La encíclica del papa Ratti, se adelanta a todos ellos en el tiempo, desarrollando unas ideas que el paso de la historia no ha hecho más que ratificar.
Tomás Salas
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