Profundizando en la vida de los mártires de la Iglesia, hoy nos acercamos a la imagen de una noble, Santa Catalina de Alejandría, que murió por Cristo
“Vidas ejemplares: Santa Catalina de Alejandría”, Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
Santa Catalina de Alejandría (s. III)
Vida
Catalina, una noble virgen de Alejandríaunía el celo por las artes liberales con una fe ardiente. Cuando vio muchos cristianos entregados a la tortura por Maximino, fue a él y le proclamo con valentía la necesidad de la fe en Cristo para la salvación. Preguntándose por su sabiduría, el tirano ordeno que la detuvieran y, reuniendo a los hombres más doctos de todas partes, trato de convencerla de que recurriera a la adoración de los ídolos. Pero sucedió lo contrario; muchos de esos hombres fueron convencidos por los razonamientos de Catalina, abrazaron la fe de Cristo y no dudaron en morir por ella. Debido a esto, Maximino intento primero las promesas y luego amenazas para ganar a Catalina; pero, cuando ninguno de sus artificios tuvo éxito, fue decapitada con un hacha[1]. Su cuerpo se venera en el santuario del Monte Sinaí, donde fue depositado por los ángeles, según la tradición[2].
Evangelio (Mt 25, 1-13)
En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos la parábola siguiente: El reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo y a la esposa, de las cuales cinco eran necias y cinco prudentes. Pero las cinco necias, al coger sus lámparas, no se proveyeron de aceite. Al contrario, las prudentes, junto con las lámparas, llevaron aceite en sus vasijas. Como el esposo tardase en venir, se adormecieron todas, y al fin se quedaron dormidas. Mas llegada la medianoche se oyó una voz que clamaba: Mirad que viene el esposo, salidle al encuentro. Al punto se levantaron todas aquellas vírgenes, y aderezaron sus lámparas. Entonces las necias dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan. Respondieron las prudentes, diciendo: No sea que éste que tenemos no baste para nosotras y vosotras: mejor es que vayáis a los que lo venden y compréis el que os falta. Mientras iban estas a comprarlo, vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta. Por ultimo vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, Señor! Abridnos. Pero él respondió: En verdad os digo que yo no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.
Santa Catalina de Alejandría: fe y razón en el corazón.
Santa Catalina de Alejandría es una de esas santas, y santos en general, que permanecen ocultos a la vista del gran público cristiano, pero que representan lo mejor de la tradición cristiana en todos los tiempos. Dado el carácter legendario de su vida, su memoria fue casi relegada al olvido en el Calendario Romano tras su reforma, aunque se recuperó, siendo una celebración de menor rango de lo que le debería corresponder en realidad. El afán por perfilar la hagiografía católica llevo a suprimir muchos santos y santas del calendario, sin respetar el aprecio que el pueblo de Dios y la Liturgia les habían manifestado desde hacía siglos.
Cuestiones litúrgicas e historiográficas aparte, lo cierto es que la figura de Santa Catalina de Alejandría me genera cierta simpatía en un mundo, del cual no es ajeno la Iglesia, en que el sentimiento, lo subjetivo, parecer dictar el comportamiento de los hombres y de los cristianos en su vivencia diaria y de la fe. En el polo opuesto de lo que representó la Ilustración, que, para muchos, con cansada insistencia, afirman que moldeo nuestra sociedad actual, el mundo posmoderno ya no se mueve por los criterios de la razón, sino del sentimiento. Movimiento pendular, ciertamente, como lo fue el Romanticismo del XIX a los excesos racionalistas de XVIII ilustrado, y que en la historia de la Iglesia se ha conocido como Modernismo, con su exaltación de la experiencia religiosa personal al margen de los criterios objetivos de la Revelación y el Magisterio.
Sin embargo, dejando aparte este espinoso tema teológico – pastoral, centrémonos en la figura legendaria o no de Santa Catalina de Alejandría que, al fin y al cabo, existiese o no, representa los valores de la armonía fe – razón propios del Cristianismo. Y es que Catalina nace en un ambiente de gran efervescencia espiritual e intelectual, como lo fue la Alejandría de la época helenística, crisol de culturas, razas, religiones y filosofías que tanta influencia tuvieron y tienen en el devenir de la historia, el arte, la filosofía y la religión. Fundada por Alejandro Magno, Alejandría con su impresionante biblioteca mandada construir por el faraón Ptolomeo, griego de nacimiento y egipcio por adopción, atrajo desde el principio a gran número de intelectuales de todo el mundo antiguo ansiosos por conocer y ser conocidos; en su puerto, junto a las mercancías más variadas, desembarcaban los saberes de Oriente y Occidente, del Norte y el Sur, del Este y el Oeste, configurando una gran metrópoli intelectual envidia de toda la Humanidad.
Con el tiempo, Alejandría fue también el epicentro de la intelectualidad judía y cristiana, gracias a las comunidades de la diáspora, primero tras la caída de Jerusalén en el 586 a. C. y después tras la destrucción de la misma por los romanos en el año 70 d. C. El judaísmo alejandrino fue mucho más próspero que el que se desarrollaba en Palestina, y muchos de los tributos y donaciones que reciba el Templo procedían de estas comunidades económicamente ricas gracias al comercio. En sus escuelas no sólo se desarrollaba el pensamiento teológico, sino también el sapiencial y filosófico, como lo demuestran los contactos con el neoplatonismo y la gnosis, corriente esta que, más tarde, penetrara en el Cristianismo. Es allí donde se lleva a cabo la labor de la traducción de las Sagradas Escrituras de su lengua vernácula al griego, que dará origen a la versión de los LXX, que será la usada por las comunidades cristianas y en la cual ocupan un lugar destacado los libros sapienciales, fruto de la reflexión intelectual de los sabios, y que exponen las verdades de la fe desde una óptica humana y práctica.
Este acercamiento entre la fe y la razón dentro del Judaísmo, que produjo filósofos de la talla de Filón de Alejandría, no estuvo exento de dificultades, como tampoco lo estará el que viva el Cristianismo siglos más tarde. Un cierto antiintelectualismo, mezclado con cierto sentido de superioridad por parte de las comunidades de Palestina sobre las de la diáspora, pone de manifiesto que no todos estaban dispuestos a confrontar los principios inamovibles del monoteísmo judío con el pensamiento filosófico pagano. Los planteamientos gnósticos de Filón de Alejandría son una buena muestra de este acercamiento desde el judaísmo al pensamiento clásico, particularmente hacia el platonismo y su versión renovada, el neoplatonismo, muy de moda en los tiempos cercanos del advenimiento de Cristo.
Dejando de lado este asunto, volvamos a nuestra heroína, Catalina, mujer sabia y cristiana, que se mueve en las postrimerías del Imperio Romano, sacudido entonces por la anarquía militar del siglo III. Si hacemos casos de los hagiógrafos, Catalina fue una joven intelectual y virgen, de lo que se deduce que era de buena cuna y que tenía acceso a una educación clásica, no muy distinta de la que pudiera recibir una joven pagana de su época. Y es que, a veces caemos en la tentación de pensar, como solían hacerlo los romanos, que los cristianos eran gentes incultas, procedentes, en su mayoría de los estratos sociales más bajo, y, por lo tanto, sin formación alguna. Este es un mito que corre como agua en ciertos ambientes, y que no es del todo cierto. Por una parte, si tomamos el caso de san Pablo, como ciudadano romano, y teniendo una cierta posición social, debió de recibir una educación adecuada a su condición, lo que significaba que habría tenido acceso al pensamiento y la literatura, no sólo judía, sino también pagana; esto queda demostrado en Atenas cuando Pablo, ante los sabios del Areópago, cita a un poeta clásico, al que interpreta a la luz del misterio de Cristo, y que podría sonar más que una cita de las Sagradas Escrituras a sus oyentes gentiles. Por otro lado, la profundidad teológica de los escritos paulinos, y no digamos ya de los joanicos, nos hablan de que sus autores poseen una cierta formación intelectual, no sólo teológica, sino también humana, que se presupone a la hora de estructurar y desarrollar las ideas que plantean en sus escritos, y que no podrían adjudicarse a gentes iletradas.
Si bien, en sus inicios el Cristianismo pudo aparecer menos atractivo a las elites intelectuales del mundo greco – romano, como el mismo Pablo afirma, con el tiempo esta situación cambio, y no pocos intelectuales abrieron sus mentes y corazones a la gracia de Cristo, y contemplaron la racionalidad de la Revelación de la que se les había hecho participes. En este sentido, san Justino, gran conocedor del pensamiento filosófico pagano, contempla como en este se encierran muchos elementos de la Revelación cristiana, y esta intuición le lleva a calificar a los filósofos clasicos como “profetas” de los gentiles, del mismo modo que Moisés lo fue para el Pueblo de Israel. Es cierto, que hizo falta la sabiduría de un san Agustín y un Santo Tomas de Aquino para perfilar este pensamiento que contenía elementos útiles para explicar el misterio de Dios, pero que era necesario pulir de otros que, evidentemente, pues no se puede pedir a los filósofos paganos que estuvieran divinamente inspirados, eran verdaderamente incompatibles y contrarios a la divina revelación.
De esta conjunción entre filosofía y revelación surgió la teología cristiana que, en tiempos de santa Catalina estaba todavía en mantillas, pero que ya se iba perfilando en sus temas e intuiciones. Cierto que nuestra santa no era teóloga, pero lo que la naturaleza no posee, la gracia lo otorga, y dada la prueba a la que fue sometida por el tirano Maximino algo hubo de producirse en la mente y el corazón de sus oyentes al escucharla. En una escena que, curiosamente, nos recuerda la del joven Jesús en el Templo ante los doctores, Catalina expone la fe cristiana a los sabios que la rodean: platónicos, aristotélicos, estoicos, neoplatónicos, epicúreos…, cuya calidad intelectual debió ser alta, pues el emperador esperaba que fueran ellos, y no ella, los que la hicieran apostatar. La sencillez de sus argumentaciones y la dulzura virginal de la joven Catalina debieron expresar la fortaleza y vigorosidad de la nueva y única fe, frente a unos sabios ancianos y desilusionados que, en cierto sentido, eran espejo de una cultura que ya había dejado atrás los oropeles de Platón, Aristóteles, Epicuro…, y deambulaba mortecina e incapaz de frenar su decadencia.
Sin embargo, no todo eran luces para Catalina porque, como en cada época, no todos debieron admirar la sabiduría que adornaba su santidad. Y es que, no por el hecho de que fuera mujer, sino más bien por ciertas reservas hacia el pensamiento humano, en la Iglesia había sectores e intelectuales que rechazaban cualquier acercamiento a la filosofía y saber humanos. Si san Justino representa ese acercamiento, Tertuliano representa el polo opuesto al mismo: este rechaza como “demoniaco” el pensamiento de los gentiles y se aferra a un fideísmo fanático, acentuado en su etapa como hereje montanista, pero latente en casi toda su obra. Y ello no dejara de ser una constante en la Historia de la Iglesia: la lucha entre el maridaje fe – razón y la incompatibilidad entre la Revelación y el pensamiento humano. Hay que reconocer que, en determinadas épocas, se desarrolló un excesivo anhelo de comprender la Revelación, dejando poco espacio al misterio, que suscito movimientos de rechazo a la Teología especulativa, como el que se experimenta en el siglo XV como reacción a la Escolástica. Esta contraposición entre fe y razón se acentuó en el siglo XIX como reacción a la Ilustración, generando un movimiento fideista dentro del Catolicismo, como siglos antes se había suscitado en el Protestantismo, que rechazaba toda posibilidad de un conocimiento racional de Dios. Frenar esta deriva fideista fue la intención del Papa Pío IX quien, en la ConstituciónDei Filius, condenó esta doctrina, como también su opuesto, el Racionalismo, y afirmó, siguiendo la doctrina tradicional de la Iglesia que el hombre puede conocer a Dios por la fe y la razón, y que entre ellas no hay oposición alguna. Un siglo más tarde, san Juan Pablo II ratificará esta enseñanzaen su encíclica Fides et Ratio, todo un canto a la armonía entre Fe revelada y Razón humana.
No sabemos si a Catalina le alcanzarían estas polémicas en su entorno cristiano o si simplemente no hizo caso de ellas, pues sabia que no puede oponerse a la voluntad de Dios que el hombre, haciendo uso de las facultades que Él le ha dado, busque conocer quien es Dios, no por mero placer intelectual, sino para amarlo más y amándolo seguir conociéndolo. No en vano, Catalina debía tener presente el deseo de san Pedro de que los cristianos dieran razón de su esperanza, no sólo con las obras, sino a través de la exposición de la fe a los gentiles, a los alejados y a quienes creen para confirmarla. Y ello supone una comprensión, una reflexión y una transmisión que pone en marcha todas las facultades intelectuales con que Dios ha dotado a los hombres. Sobre este consejo del Príncipe de los Apóstoles, Catalina debió aplicarse al estudio humano y divino, que debían capacitarla para la labor que Dios le tenía preparada: dar testimonio de su Hijo Jesucristo ante Dios, los hombres y los ángeles.
Muchas más cosas podríamos añadir a la luz de esta santa y sabia mártir, pero no lo hago por no extenderme más, y por no avergonzarme a mí mismo, por el tiempo que a veces uno pierde, dejando a un lado esa necesaria formación y testimonio, para dedicarse a vanalidades que a ningún lado llevan y en que en nada sirven a Cristo y a las almas. Es, en cierto sentido, recordar aquel lamento del beato Rosmini que, al hablar de las cinco llagas de la Iglesia, afirmaba que una de ellas era la ignorancia del clero, la dejadez en la formación intelectual. Esta debe formar parte de la vida del sacerdote no por el prurito de saber más que el del al lado, o para alcanzar algún beneficio o prebenda, o simplemente para lograr el ansiado título académico de Bachiller de Teología, sino para el servicio de las almas, tan necesitadas hoy de sacerdotes que, como santa Catalina, no tengan miedo de dar razón de su esperanza. Una esperanza que no es una ideología, una moda teológica o pastoral, ni una novedad psicológica o sociológica, sino Cristo, el mismo que santa Catalina predico y por el que entrego su vida, para gloria y admiración de la Iglesia.
Oración
Oh Dios, que disteis la ley de Moisés en la cima del Monte Sinaí y dispusisteis que en el mismo fuese trasladado el cuerpo de la bienaventurada Catalina por manos de los ángeles, concédenos, os rogamos que, por sus méritos e intercesión, merezcamos llegar al monte, que es Cristo. Que con Vos vive y reina.
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1]Lección III de Maitines del Oficio de santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir (25 de noviembre)
[2] Martirologio romano (1956)
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