Instantes de la vida que se van sin que nos demas cuenta y dejamos escapar el momento. En este artículo, palabras de barro, Gilmar nos lleva a escuchar los poemas de Luis Rosales. ¡Momento de lectura!
Palabras de barro, un artículo de Gilmar Siqueira
«Comprended que el silencio es como una oración inmóvil, como el desangrarse de un corazón […]» Luis Rosales. Misericordia.
A veces sucede que, ante una experiencia, un paisaje o una persona, captamos una luz diferente. Es como un relámpago que ilumina, quizás por un único segundo, un objeto en medio de la oscuridad. Entonces vemos que hay algo, estamos seguros de ello. Y deseamos ardientemente que venga otro relámpago; pero no viene. La ansiedad aumenta y – ¿por qué no decirlo? – también la rabia. Lo que debíamos haber retenido en nuestra alma era importante, era esencial para nosotros.
Pero sentimos que lo hemos dejado escapar. No culpamos a la velocidad del relámpago, sino a nuestra poca atención. El relámpago era una oportunidad. Vivimos siempre expectantes – como aquel personaje de la Fiera en la Jungla, de Henry James – y dejamos que se vaya lo que esperábamos desde hacía mucho tiempo. Otra sensación comparable, mutatis mutandis, es la del “cura borracho” de Graham Greene poco antes de su ejecución.
Dom Willibrord Verkade, el monje pintor, ha descrito esa impresión en su autobiografía:
Entonces aparece la disparidad entre percepción y sentimiento, por un lado, y la habilidad de expresarlos, por otro, algo de que casi toda la gente joven sufre, y que hace la vida para ellos un tormento. Mis ojos percibían la belleza y mi corazón la abrazaba con entusiasmada alegría, pero entonces yo no podía todavía darle una forma. El único acto que podría emanciparme, permanecía imposible, porque mis manos eran entonces muy incapaces.
Creo que hará como dos años desde mi primera lectura de Yesterdays of an Artist Monk y ese fragmento se me quedó grabado en la memoria. La frustración que intenté describir en los dos primeros párrafos es la que ha expresado Dom Willibrord; a lo mejor lo pudo hacer porque, cuando escribió su autobiografía, ya tenía manos mucho más hábiles que las mías en este momento.
Es bastante doloroso que uno esté mudo ante la belleza sabiendo que va a perderla dentro de poco tiempo; que quizás la pícara memoria borre la experiencia precisamente porque no pudo ser comunicada, plasmada. Me acuerdo que, un día, fui a misa en un cementerio de mi ciudad y me deparé con una pequeña estatua de Nuestro Señor sobre una tumba: en la mano derecha de Cristo había un lirio marchito. Y ahí murió la experiencia: hasta ahora no se me había escapado ninguna palabra sobre la flor en la mano de Cristo; y sin embargo hubo algo allí.
En otra ocasión, muchos años antes, llegó una joven mujer a la oficina en que yo trabajaba. Era bastante pálida, rubia y llevaba un niño en los brazos: sus ojos azules eran tan tristes que me bastó contemplarlos para que se me hiciera un nudo en la garganta. Nuestras miradas se encontraron una única vez, luego ella bajó los ojos y se marchó. Entonces era menos consciente de mi cursilería y la impresión producida por aquella mirada me aturdió mucho. Años después volví a encontrarla en las páginas de Dostoyevski.
Pero no la he retenido. Ni a ella, ni al lirio, ni mucho menos a aquella que me confirmó los versos de Antonio Machado:
Dicen que el hombre no es hombre
mientras que no oye su nombre
de labios de una mujer.
Puede ser.
Para todo no hay más que silencio. Las formas se me escurren de las manos y, después de un tiempo, empiezo a dudar de lo que tanto deseaba retener. Si Luis Rosales tiene razón y la palabra del alma es la memoria, ¿cómo acceder a ella? ¿Cómo fijarla? ¿Cómo amasarla para que esa palabra del alma se convierta en palabra de barro? A lo que me responde Luis Rosales:
La palabra del alma es la memoria;
la memoria del alma es la esperanza
y ambas están unidas como el haz y el envés de una moneda,
están unidas en el paso igual que el pie que avanza se apoya en el de atrás
la esperanza, que quizá es tan sólo la memoria filial que aún tenemos de Dios
y la memoria que es como un bosque se mueve,
como un bosque donde vuelve a ser árbol cada huella
Otra vez me deparo con la pequeña niña de Péguy: la esperanza. Es ella la simiente que, sembrada en la imaginación, preserva las imágenes y su sabor. Si espero – si las quiero, si las afirmo – no las perderé hasta que mis manos sean hábiles para dibujarlas. Machado no se equivocaba, entonces, al decir que «la vida es larga y el arte es un juguete». Pero los juguetes se pueden romper y mientras tanto queda la inquietud; la misma inquietud presente en la hermosa poesía que es el introito de la Santa Misa: Confitebor tibi in cithara Deus, Deus meus: quare tristis es anima mea, et quare conturbas me?
Gilmar Siqueira

Bellísimo artículo “ganas de nombrar” de nuestro querido compañero. Pueden leer el libro de Gilmar recopilando toda su obra en Marchando Religión, descargándolo en el siguiente enlace: Diario de un dandy
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