Mentira y vergüenza-MR

Mentira y vergüenza

«El amor no promete cambiar el pasado ni hacer desaparecer el dolor. En realidad, el amor hace posible que el pasado sea realmente pasado y que el dolor se vuelva soportable».Padre Stephen Freeman. It’s a LyingShame.

Hace algunos días hablaba con mi maestro, quien me preguntó si yo había hecho una determinada actividad. No, no la había hecho. No era una cosa grande ni importante, de manera que podría haberle dicho sencillamente que no. Pero lo que hice, tras unos segundos de azoramiento, fue mentir. No hubo tiempo para deliberación: el “no” me vino a la boca como podría venir el “sí”. ¿Qué disposición tenía yo para mentir prontamente? La vergüenza. Vergüenza ¿de qué? De recibir una reprobación de mi maestro.

Una pequeña escena como esa que acabo de describir – no muy halagadora – tiene la ventaja de la narrativa: puede ser explorada para ver qué es lo que hay en su fondo. La inmadura necesidad de aprobación me dio de golpe una máscara para cubrirme la cara; el maestro no vería mi lado “detestable” y todo seguiría igual. Claro que lo de “detestable” corre de mi cuenta y ahí está el problema: uno quiere ocultar tan bien su lado “detestable” de los demás – por vergüenza – que acaba forjándose un antifaz tejido poco a poco de sucesivas mentiras.

Dije que uno quiere ocultar su lado “detestable” de los demás, pero todavía hay otro grado a que pueden acceder las mentiras: cuando uno pretende, por cualquier motivo (miedo o trauma, por ejemplo, con todas las atenuantes y complicaciones que puedan existir) esconder el lado “detestable” de sí mismo. La única manera de hacerlo – como dije en otro artículo, aunque desde una perspectiva distinta – es crearse un doble, un personaje con que uno se confunde y alimenta con medias verdades (que también son una forma de mentira).

La creación del doble a que me refiero no es un evento repentino. Ese personaje va apareciendo despaciosamente a medida que se suceden episodios de pequeñas mentiras, tal y como la que he relato en el primer párrafo. La vergüenza de lo “detestable” se vuelve tan grande que, como dijo el Padre Stephen Freeman, «no es infrecuente que uno perciba mentir justo en el medio de una mentira y sin tener ni idea de por qué lo hace». Y añade el Padre, entre paréntesis, «la vergüenza tóxica lo hace», es decir, motiva la mentira.

El Padre Freeman vuelve al episodio de la tentación a Eva en el Edén. Bajo la mentira de la serpiente había una implicación: que Dios prohibió Adán y Eva de que comieran el fruto por algún motivo egoísta, no por amor. Tú no morirás, le dijo a Eva la serpiente. La vergüenza (tóxica), según el Padre Freeman, nos sugiere la mentira de que «podemos tener una existencia construida por nosotros mismos, que la que Dios nos ha dado es insuficiente o inadecuada. Es otra manera de decir que no somos amados». Y porque queremos ser amados – aprobados – inventamos un doble, un espejismo con características que a nosotros nos parecen amables; pasamos «de querer ser a creer que se es ya», que dijo Ortega en las Meditaciones del Quijote. Pero cuando el lado “detestable” asoma una pata – o algo más –, como siempre lo hace, la vergüenza nos quema la cara y, a la vez que mentimos, secretamente nos despreciamos. Vuelvo al Padre Freeman:

A nivel cuotidiano, la vergüenza tóxica se cura por medio de la quiebra de su poder de ocultación y aislamiento, quiebra que sucede a medida que exponemos las mentiras a la luz y las permitimos (junto a nuestro verdadero yo) que estén presentes en el amor de Dios (por intermedio de los sacramentos y de personas fiables). La vergüenza tóxica es una mentira y nos quiere arrastrar hacia una existencia falsa. Conforme decimos la verdad (resuelta por el amor inquebrantable de Dios), el poder de la vergüenza es reducido a la inefectividad. Después de todo, por ser mentira, no es real.

Por medio de la mentira uno intenta rehacerse tanto a los ojos de los demás como a los propios. Sin embargo, la cara fea, o lo que vengo llamando el lado “detestable”, vuelve a aparecer cuando menos se espera, cuando se cree que la nueva imagen tiene solidez, que la pintura del antifaz ya ha secado. La persona se divide angustiadamente entre el ídolo que quiere ser – o que cree que es ya – y lo que más abomina, se vuelve fragmentada como el Adán del poema de Denise Levertov: «Adán se fragmenta».

El remedio ya está indicado en la citación del Padre Freeman: la verdad. Y es así porque, como él mismo dice en el párrafo siguiente, «solo lo que es real puede ser salvado». El personaje no es real; es un ídolo en la imaginación y un homúnculo en la realidad. La vergüenza obsesiva – o tóxica, en la expresión del Padre Freeman – es el traje con que vestimos el doble, un traje que con el tiempo se vuelve pegadizo al cuerpo. Hay que quitárselo a tirones si hace falta, aunque con él salgan algunos trozos de piel.

Si hay Alguien que conoce nuestro lado “detestable” – y lo conoce mucho mejor que nosotros – es Nuestro Señor. Las mentiras no son para Él porque nada puede engañarlo; la vergüenza misma Él la tomó, nuestra vergüenza; Él la tomó entera y la machacó con su sacrificio. Concluyo con el Padre Freeman: «Los que están atados al yugo de la vergüenza vuelven sus rostros a la Faz de Cristo, que los mira para siempre jamás».

Gilmar Siqueira

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental