Hoy Gilmar nos acerca a ese posible nexo entre la locura y la literatura y nos anima a encontrar una respuesta a tantas preguntas que surgen en nuestro interior.
Un artículo de Gilmar Siqueira: «Locura y literatura»
No sé si a los dos o tres amigos que hacen la caridad de leerme les pasa lo mismo, pero yo ya me he perdido en la cantidad de artículos que escribí sobre la locura. Puede que esta obsesión sea una mala señal y ojalá no haya ningún psiquiatra entre mis lectores. Lo peor es que hoy, de nuevo, trataré de locura y literatura.
Allá por el primer artículo traté de la necesidad que todos tenemos de aprender a contemplar, es decir, dejar que la realidad impregne nuestros sentidos para que seamos capaces de ver y admirar el misterio de las cosas. Mi insistencia es que el arte en general – y la literatura, de que me ocupo específicamente en mis artículos – puede ayudar muchísimo a rescatar las tristes personas que viven demasiado dentro de sus cabezas. Y es así porque la obra de arte, una vez que se busca comprenderla, exige de nosotros una respuesta. Como dijo el profesor George Steiner en su libro Presenciales Reales:
La auténtica experiencia de comprensión, cuando nos habla otro ser humano o un poema, es de una responsabilidad que responde. Somos responsables ante el texto, a la obra de arte o a la ofrenda musical en un sentido muy específico: moral, espiritual y psicologicamente al mismo tiempo.
Y esta responsabilidad es también la que sostiene la tradición literaria. Creo que fue Jorge Luis Borges quien dijo que no cabía duda de que Homero también tuvo su Homero; porque el artista, delante de una obra de arte que pulsa una cuerda en su corazón, que le mueve en lo más íntimo de su ser, tiene necesidad de responder con otra obra de arte. Él sabe que aquella imagen solo le dejará en paz quando pueda responderla con sus propios medios. Otra vez hemos de recurrir al profesor George Steiner:
En la pintura y la escultura, como en la literatura, la concentrada luz de la interpretación (lo hermenéutico) y la valoración (lo crítico-normativo) se encuentran en la obra misma. Las mejores lecturas del arte son arte.
Entiendo que a primera vista esto puede parecer demasiado abstracto, pero les digo que es algo muy concreto. Los enredos de Ésquilo, por ejemplo, no consistieron en historias inventadas por él mismo: cuando se representaban sus tragedias en el anfiteatro griego, todo el mundo conocía la historia; pero lo que querían ver en realidad era la interpretación del autor, era lo que Ésquilo había visto y tenía necesidad de comunicar: era su respuesta. Y lo mismo se puede decir de Shakespeare.
Creo que el lector conocerá por lo menos de oídas a la película Silencio, de Martin Scorsese. No hablaré de ella aquí, sino que la tomaré como ejemplo de lo que digo. El director la hizo porque leyó la novela Silencio de Shusaku Endo, que fue publicada en 1966. En el año 1940 Graham Greene publicó su novela El Poder y la Gloria. Como me contó mi amigo Alfonso Velasco Sendra – que es la persona que conozco que más entiende de literatura católica – Endo y Greene eran amigos y se admiraban mucho.
Alguien que haya leído las dos novelas habrá notado que el Kichijiro de Endo se parece mucho al camponés que traicionó el Padre de Graham Greene; pero, además de parecérsele, Kichijiro es más explorado dentro de la novela del autor católico japonés. En una conferencia sobre la novela Silencio, el profesor Tiziano Tosolini1 dijo que en una ocasión, preguntado sobre Kichijiro, Endo afirmó: “Kichijiro soy yo”. Y los que hayan visto la película habrán notado que Scorsese cargó mucho las tintas en su Padre Ferreira, mucho más que Endo.
Lo que quiero decir con este largo ejemplo es que cada uno de los tres artistas, en sus respectivas obras, dieron una respuesta concreta y crearon una presencia real cuya chispa fue precisamente la presencia real anterior; una presencia que les cautivó porque resonó en ellos, porque dio una forma a algo que ya estaba en su alma. Y esta nueva experiencia, para ser comunicada, exigió de ellos la creación de una nueva historia, de una nueva presencia real.
Esta es una experiencia que, como en el ejemplo presentado, se puede ver más claramente en un arista. Sin embargo, es una experiencia humana común: todo aquel que, delante de una obra de arte, siente la fuerza de su presencia, es también llamado a responderla con su propia vida, a dialogar con esta nueva presencia y a tomarla para sí, para hacerla un poco suya.
1 Se puede ver la conferencia aquí: https://www.youtube.com/watch?v=TQsUK4OcGg8
Gilmar Siqueira
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