La visión Salesiana de San Pedro-MarchandoReligion.es

La visión Salesiana de San Pedro

En el artículo de hoy, Miguel, nos trae una vez más, al gran San Francisco de Sales, ¿Qué se esconde bajo el título de la visión salesiana de San Pedro?

La visión Salesiana de San Pedro, un artículo de Miguel Toledano

Según san Francisco de Sales, son cinco los tipos de santidad:  la del Hijo de Dios, por necesidad de consecuencia; la de la Virgen Santísima, por voluntad de Dios, que quiso que siempre fuese santa; la de los dos, o quizás tres santos (san Juan Bautista, san Jeremías y, posiblemente, san José), que fueron santificados en el vientre de su madre; la de los apóstoles, llamada santificación singular porque desde el día de Pentecostés no la pudieron perder; y la santificación común o justificación que se produce antes de morir para todos los justos.

Así lo expuso el 29 de junio de 1593, en el sermón que por orden de su obispo pronunció en la fiesta de san Pedro, siendo todavía subdiácono.  Naturalmente, san Pedro pertenece a la cuarta categoría de santos (que san Francisco explica en quinto lugar) y a él va dedicado dicho sermón.

El texto se compone de tres partes principales:  analogía de san Pedro con san Juan Bautista; analogía de san Pedro con Jesucristo, Nuestro Señor; y consideraciones sobre el vicario de Cristo al frente de Su Iglesia.

San Pedro fue semejante a san Juan Bautista de cinco maneras: 

En primer lugar, la Iglesia celebra la gloriosa memoria del martirio de san Pedro dentro de la octava de la natividad de san Juan Bautista, expresando así la grandeza de ambos y su relación dentro de la historia de la salvación.  De hecho, san Francisco piensa que los dos querubines que se miran mutuamente en el cielo alrededor de Nuestro Señor (Ex. 25, 18-20) son, en realidad, san Juan Bautista y san Pedro.

Las enseñanzas de ambos son claves para la Iglesia de Jesucristo; las de san Pedro, más claras por su papel de piedra de la Iglesia y apacentador de la grey cristiana; las de san Juan Bautista,más“encubiertas” puesto que, según san Juan Evangelista, no era él la luz, sino que daba testimonio de la luz.  Por eso, para san Francisco de Sales, san Pedro y san Juan Bautista son las dos luminarias que Dios hizo en el cielo con el fin de presidir y alumbrar, respectivamente, el día y la noche (Gn 1, 16).

Ambos reconocieron al divino Maestro cerca del agua y ellos Le siguieron.  Esto, a su vez, les asemeja a ambos con Moisés, que quiere decir “sacado”, porque la hija del Faraón lo extrajo del río providencialmente a los tres meses de vida, para que un día se convirtiese en el jefe de la Sinagoga (Ex. 1, 2).  Mientras que Simón quiere decir “obediente”, porque Nuestro Señor lo eligió para que se convirtiese en el jefe de la Iglesia.

El nacimiento de san Juan Bautista fue anunciado por un ángel (Lc 1, 14); el martirio de san Pedro fue predicho por Jesucristo, Nuestro Señor (Jn 21, 18-19).

La Santísima Virgen estuvo presente en la santificación de ambos:  en la de san Juan Bautista, cuando la criatura saltó de gozo en el vientre de santa Isabel (Lc, 1, 44); en la de san Pedro, cuando el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles en el cenáculo (He 1, 14).

A la vista de estas cinco analogías, san Francisco se pregunta, como hicieron los discípulos (Mt 18, 1), cuál de los dos santos es mayor en el reino de los cielos, a lo que no sabe responderse con precisión.  Nos quedamos, pues, con la distinción hecha al comienzo:  san Juan Bautista fue santificado desde que se hallaba en el vientre de santa Isabel; mientras que san Pedro recibió una santificación singular en un momento posterior de su vida (Pentecostés).  En esta ocasión, no necesariamente se aplica el apotegma jurídico prior tempore potior iure.

Por otra parte, san Pedro fue semejante a Nuestro Señor de tres maneras, aunque principales son las dos últimas: 

La primera es una analogía doble por vía de metáfora – Jesucristo es el pan bajado del cielo (Jn 6, 59), mientras que san Pedro es la piedra de la Iglesia (Mt 7, 9); y Jesucristo es el dueño del rebaño que san Pedro debe apacentar (Jn 21, 17).

La segunda se refiere a la muerte.  Cuando Nuestro Señor le ordena a san Pedro  que Le siga, san Agustín, en su Tratado 124 sobre el Evangelio de san Juan, explica que Simón Pedro ha de seguirle no sólo en la muerte, sino también en la forma extrema de padecer y morir ignominiosamente, sobreuna cruz de madera; así habría de apacentar el rebaño cristiano, no sólo con la palabra de Dios, sino también con Su mismo ejemplo.

Esa misma cruz, “cetro real de Cristo” para san Francisco de Sales, le permite a éste establecer la tercera analogía entre Nuestro Señor y san Pedro, relativa al gobierno de la Iglesia:  todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26); el mismo Dios nos llama a nosotros “dioses” (Sl 81, 6), prueba del amor y esmero con el que nos ha creado y de la predilección que nos tiene entre toda la Creación.  Pero la semejanza con Pedro es más estrecha, pues él es el primer pastor, vicario y lugarteniente de Cristo en la tierra.

Finalmente, la gran figura de san Pedro le sirve a san Francisco para impartir diversas enseñanzas acerca de la Iglesia, a lo largo del sermón.  Y digo “gran figura” porque el mismo doctor de Sales califica al primer papa de “gran gobernador de la Iglesia militante”, a la que rigió durante cerca de veinticinco años.

Afirma con claridad nuestro autor que la Iglesia es una monarquía, de la que el papa, como vicario universal y lugarteniente de Cristo, es el jefe.

Frente a la herejía protestante, que no admite jefe, y frente al cisma oriental, que no reconoce dicho vicariado, el principio monárquico maximiza la conservación de la unidad de la fe, la evitación de las almas descarriadas y la protección contra el riesgo de desaparición, pues “todo reino dividido contra sí mismo será desolado” (Lc 11, 17).

San Francisco de Sales es un gran defensor del papado; después de Nuestro Señor, san Pedro y todos sus sucesores son las piedras angulares de la Iglesia militante, que la mantienen en pie.  Como piedra de toque, el primado católico permite descubrir “siempre” el oropel de la herejía; el adverbio salesiano es fortísimo.

Adicionalmente, la Iglesia es romana, siendo Roma el lugar donde Pedro fue crucificado.  Tal verdad histórica ha sido negada, como el carácter monárquico de la Iglesia, por los herejes protestantes, quienes han llegado incluso a pretender que el primer papa no residiese en la Ciudad Eterna.  Semejantes disparates contradicen todas las referencias de la antigüedad.

La elección de Roma, frente a Jerusalén, como capital de la Iglesia es coherente con el rechazo de la Encarnación por parte de la ingrata nación judía, que perdió así su privilegio en favor de los gentiles, conforme a la profecía de Oseas (Os 2, 25) y al testimonio de san Pablo y san Bernabé (He 13, 46).

Por último, la humildad de san Pedro se reflejó para siempre en la forma que eligió morir a manos del tirano Nerón; queriendo distinguirse del Rey de Reyes haciéndolo boca abajo, para humillarse, según explicó el Cardenal Francisco de Toledo, de la Compañía de Jesús, en su Comentario al Evangelio de San Juan.  Fue la culminación de una vida modesta en la que el vicario de Cristo no dejó nunca de llorar, como dice San Clemente, su triple pecado de negación de Dios; aunque de ello no quepa deducir, según hicieron los centuriadores de Magdeburgo para deslegitimar el papado, que san Pedro fuese “horrible y execrable”.  Para el subdiácono saboyano, el primer Papa fue una suerte de oposición al mito profano de Narciso.

Gobernante, fiel al ejemplo de Cristo hasta la muerte, columna y fundamento de la verdad, misionero de los gentiles, humilde – he aquí cinco elementos que permiten comparar a todos los papas que han sido y serán con el primero de los pontífices.

¿Gobierna la Iglesia con la fuerza atribuida al nombre de Pedro?  ¿Es fiel a la orden de Cristo de seguirle hasta la muerte?  Si se presentan dudas de cómo interpretar la ley evangélica, ¿podemos acudir a la piedra que es el papa para aprender cómo hay que creer?  ¿Convierte las almas a millares, como hizo el primero de los papas?  ¿No se enorgullece, sabiendo que una de las dos luminarias del cielo, que contempla al Propiciatorio eternamente, acabó sus días inclinando la cabeza contra la tierra?

Miguel Toledano Lanza

Domingo Quinto después de Pentecostés, 2020

Esperamos que hayan disfrutado con «la visión Salesiana de San Pedro». Pueden leer todos los artículos de Miguel Toledano en nuestra página

Nuestro artículo recomendado:

https://marchandoreligion.es/2020/01/la-virtud-de-la-paciencia/

Les recomendamos el blog personal de Miguel: ToledanoLanza


*Se prohíbe la reproducción de todo contenido de esta revista, salvo que se cite la fuente de procedencia y se nos enlace.

 NO SE MARCHE SIN RECORRER NUESTRA WEB

Marchandoreligión  no se hace responsable ni puede ser hecha responsable de:

  • Los contenidos de cualquier tipo de sus articulistas y colaboradores y de sus posibles efectos o consecuencias. Su publicación en esta revista no supone que www.marchandoreligion.es se identifique necesariamente con tales contenidos.
  • La responsabilidad del contenido de los artículos, colaboraciones, textos y escritos publicados en esta web es exclusivamente de su respectivo autor
Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.