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La virtud de la paciencia en San Francisco de Sales

Esa persona que nos molesta, ese juicio pendiente de resolución y tantas cosas que se nos juntan en el día a día…Todo tiene respuesta en la virtud de la paciencia, no lo olviden y ejercítenla

La virtud de la paciencia en San Francisco de Sales. Miguel Toledano

En el capítulo III de la tercera parte de su Introducción a la vida devota trata San Francisco de Sales de la virtud de la paciencia. Es la primera virtud que elige como merecedora de estudio específico, lo que da idea de la importancia de la paciencia en el carisma salesiano.

Poco antes ya la ha introducido, citando un ejemplo de cómo san Atanasio, para ayudar a una piadosa dama a ejercitarse en la virtud de la paciencia, le envió a una mujer caprichosa e insoportable. Verdaderamente tener que soportar a una persona insufrible es una forma extraordinaria de mejorar la paciencia de uno, igualmente en nuestros días. Por ejemplo, en el entorno laboral es frecuente encontrarse con algún sujeto caprichoso, como lo era la conocida de san Atanasio. Este tipo de personas no suelen durar mucho, porque Dios aprieta pero no ahoga, si bien durante el período que debemos o podemos aguantarlas nos ayudan, sin ellas quererlo, a ser mejores y muy especialmente a los ojos de Dios.

Cita igualmente el santo obispo de Ginebra a la paciencia como puerta de entrada a las demás virtudes, lo que corrobora el interés de considerarla en primerísimo lugar. Así, recuerda que Job, ejercitándose de manera especial en la paciencia contra las múltiples tentaciones que le asediaban, llegó a ser “perfectamente santo” en toda suerte de virtudes. A contrario, podemos colegir con San Francisco que quien desprecia una y otra vez la paciencia llegará a ser grandemente vicioso en toda suerte de vicios.

Vuelve nuestro querido autor a colocarla en el primer lugar cuando realiza una enumeración de las virtudes que el mismísimo Cristo nos encomendó, seguida de la bondad, la mortificación, la humildad, la obediencia, la pobreza, la castidad, la dulzura con el prójimo, la tolerancia, la diligencia y el santo fervor. Algún católico contaminado de jansenismo, o simplemente ignorante, gustará de practicar el santo fervor antes que la paciencia, la bondad, la humildad, la pobreza o la dulzura con el prójimo, pero lo cierto es que el prelado ginebrino emplaza el santo fervor al cabo de dichas virtudes a las que nos exhorta Nuestro Señor.

Al versar sobre la paciencia, se refiere en primer término el doctor de Annecy a la que se sufre cuando nos empobrecemos en algún pleito después de llevar razón. En efecto, entonces como hoy los procedimientos judiciales son largos y costosos, aunque llevemos razón, y por lo tanto constituyen un sufrimiento por dicha longitud y coste, mas de otra parte una óptima ocasión de ejercitar la virtud de la paciencia. Por otro lado, San Francisco de Sales considera los sinsabores de un pleito dentro de las “tribulaciones honrosas”; es decir, el inicio de un pleito, con independencia de su resultado, es una prueba honrosa cuando llevamos razón. Comenzar un procedimiento judicial, aunque resulte materialmente inconveniente, constituye una ocasión para la honra, una prueba que redunda en nuestro buen nombre, además de permitirnos ejercer la paciencia. En esto entronca el santo francés con nuestro carácter hispánico, a quienes no nos importa tanto el pecunio aparejado al combate judicial cuanto la honra de llevarlo a cabo si es preciso.

Junto a las tribulaciones honrosas, como los pleitos, en que se ejercita la virtud de la paciencia, señala el doctor de la caridad los desprecios, reprensiones y acusaciones que nos hacen “los malos”. Si somos animosos, esto es, valerosos, los vituperios de un malvado nos pueden resultar cosa agradable, por ser ocasión una vez más de desplegar nuestra santa paciencia. Los exabruptos de un temerario, los reproches de un farsante, las acusaciones de un afectado son la oportunidad de demostrar el coraje que nos distingue, la fuerza de nuestra fe frente al nerviosismo agresivo que a aquél envilece.

De hecho, en el pórtico de su tratamiento de las virtudes sitúa el padre de la Visitación a los “censores y críticos” como opuestos al ejercicio de dichas virtudes. Quienes reprenden, censuren o critiquen al prójimo si éste no practica siempre las virtudes merecen, en la religiosidad salesiana, la valoración de “peores”. El cristiano se alegra con los que se alegran y llora con los que lloran, como dice San Pablo y, con él, San Francisco. El cristiano no se ofusca con los que se alegran ni se alegra cuando otros terminan por padecer; siguiendo igualmente al Apóstol, el doctor de Sales nos recuerda que la caridad cristiana es “benigna” y, una vez más, paciente. La benignidad y la condescendencia definen la pastoral cristiana y salesiana; el rigorismo y la crueldad son de Cranmer y Calvino.

La Introducción a la vida devota trae a colación el caso de un predicador de una orden de estrecha observancia que, desde el púlpito, reprimía a Carlos Borromeo, agrediendo la fama de éste. Esta importante referencia salesiana enlaza con el actual pontificado, que en diversas ocasiones ha advertido contra el negativismo de los predicadores de miras estrechas. Cuando tales predicadores, en lugar de compartir la rica tradición de la Iglesia, afean a sus hermanos en la fe frente a terceros, se constituyen en realidad en los más lejanos enemigos de la misma, aunque al mismo tiempo devienen inmejorable coyuntura para ejercer nuestra paciencia.

Más mérito aún que el ataque de los malos tiene el de los amigos y los parientes, más aún nos permite esforzarnos en soportarlo con paciencia. Cuando un amigo nos agrede, cuando un familiar nos desprecia, se erosiona dicho vínculo en la misma proporción que se refuerza nuestra maestría en la virtud que nos ocupa. Por inesperada, la arremetida del amigo próximo hiere el tesoro de la mutua estima, estropea el depósito de experiencias pasadas y traiciona las bases para prolongar dicha relación. La caridad ofrecida no es correspondida cuando el amigo se dirige contra nosotros, sin atender inexplicablemente a razones; cuando emplea los medios que posee actuando al revés de la lógica del amor.

En la Guerra de España, los religiosos asesinados proponían una y otra vez a sus agresores el amor de Cristo y de ellos mismos cuando eran llevados a una ejecución inocente. Dicho amor era despreciado, sobrepasado por el ansia incompresible de agresión, por el desafuero de quien se sentía en posesión de la verdad y, por consiguiente, apto para perpetrar el atropello contra el más débil y de cualquier manera. Frente al desprecio del amor, frente al desafuero de la agresión y el atropello, el cristiano ofreció su paciencia de amigo, puesto que al fin y al cabo la Fe de Cristo es una gran comunión de caridad, donde sobran los clanes y los conciliábulos. Ese amor despreciado, esa paciencia, ese sufrimiento ante la agresión serían vindicados, aun si no a manos del agredido que no podía hacerlo, por el reconocimiento posterior de tal grandeza y el restablecimiento de la justicia, que materializaban la fertilidad del martirio.

También San Francisco de Sales recuerda a los mártires y enseña que la paciencia no equivale a la inacción frente a la injusticia y la agresión, puesto que la verdad ha de prevalecer. No sólo puede velarse por el buen nombre, dice, sino que tenemos el deber de hacerlo. La virtud de la paciencia, el buen nombre y la defensa frente a la agresión, incluso de quien se supone amigo, quedan así magistralmente entrelazados, de tal forma que lo que en un principio puede parecer contradictorio y desconcertante encuentra explicación y solución; el ultraje se convierte en trance donde se aquilata la virtud, para que el fiel ponga a la sazón las cosas en su sitio.

Y un último corolario de la paciencia salesiana: el ejercicio de la virtud ante la enfermedad. Por amor a Dios, escribe el obispo saboyano en este punto, obedece al médico. Bueno es desear sanar para continuar sirviendo a Dios, de donde se deduce que el paciente ha de confiar en la ciencia y tomar el tratamiento que se le prescribe. Lo contrario, esto es, desobedecer la indicación del especialista, sería equivalente a una falsa resignación, es lanzarse al abismo de forma irresponsable, anulando las gracias otorgadas por Dios para poder seguir sirviéndole. Ello no es martirio ni sacrificio ni abnegación, sino suicidio, ideología y esperpento.

Miguel Toledano Lanza

Domingo dentro de la octava de la Epifanía, 2020

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.