¿Quién podrá destruir el reinado de Cristo? Nadie, la realeza de Cristo es indestructible, caminemos con paso firme y seguro. Avanzamos en nuestra sección de Espiritualidad profundizando en la vida del Señor
La realeza de Cristo
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
1. Relato evangélico (Lc 23, 35-43)
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús
diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios,
el Elegido». También los soldados se burlaban de Él y, acercándose, le ofrecían
vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima
de él una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues
¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no
temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos
lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y
decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo
te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
2. Comentario al Evangelio
Jesús se encuentra en plena agonía en el Calvario, rodeado de enemigos y adversarios, pero también de muchos que lo habían escuchado y que ahora le han vuelto la espalda. En la Cruz, sólo y abandonado de los suyos, encuentra en el Buen Ladrón la única voz amiga, el único rostro que, en medio del suplicio, se le muestra amable, compasivo y misericordioso. Sus enemigos se burlan de él, los que se creen justos le lanzan improperios, pero aquel criminal, justamente condenado, se dirige a Él para suplicarle perdón y clemencia. No le pide que le libere de su justo castigo, sino que tenga compasión de él, pobre pecador, y le abra las puertas del cielo, de su Reino, donde, desde la eternidad rige los destinos del Universo. Jesús no le puede negar a esta alma que busca su salvación en la hora suprema de la muerte, lo que le pide, y en un último suspiro dicta su sentencia: En verdad, te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso.
3. Reflexión
Estamos convencidos de que el medio más eficaz para el restablecimiento y la consolidación de la paz es la restauración del reinado de Jesucristo[1] afirmaba el Papa Pío XI.
En 1925 este Papa, en virtud de la encíclica Quas primas, establecía para toda la Iglesia la celebración de la Solemnidad de Jesucristo Rey, para recordar la centralidad de Cristo en la vida de los hombres y de las sociedades. En ella hacía hincapié en la necesidad de un retorno del hombre a Dios como fundamento de la verdadera paz entre los hombres y las naciones. Hoy sigue teniendo actualidad esta llamada del Santo Padre en un mundo en el que, por desgracia, los conflictos, las tensiones y las divisiones que asolan los corazones, las familias y las sociedades, se han agudizado. Con gran acierto profético, el Papa veía como en el alejamiento de Dios, el deseo desordenado de autonomía del hombre y de la sociedad de todo lo divino, se encontraba en el fondo de esta crisis, más espiritual que material. La búsqueda de un mundo sin Dios o al menos indiferente a Él se vislumbraba ya en tiempos de Pío XI, para hacerse una realidad en los nuestros, donde, con orgullosa soberbia, el hombre busca su salvación en sí mismo y no en Aquel que, siendo Dios, se hizo esclavo por él. Se rechaza, como opresivo, el suave yugo de Cristo, para imponerse otros que, aparentemente suaves, someten al hombre y a las sociedades a la más cruel esclavitud. Y de esta forma la paz, la justicia, la verdad y la caridad van desapareciendo entre los hombres, para hacer su presencia el odio, la violencia, la mentira y el orgullo.
Pero, queridos hermanos, no estéis tristes ni temerosos, por mucho que se empeñe el hombre, por mucho que nos empeñemos nosotros mismos con nuestros pecados, el reinado de Cristo no desaparecerá, no podrá ser destruido por nuestras infidelidades y olvidos; él permanece, es inmutable y es paciente, y está y estará presente en el mundo hasta su consumación. Él es rey, es nuestro rey, que nos ama hasta el punto de hacer de la cruz su trono y de sus llagas su real ornamento; y seguirá, desde allí, cuidando de todos y cada uno de nosotros, porque quiere que reinemos con Él en el reino que nos tiene preparado.
Testimonio de los santos Padres
San Jerónimo (331 / 347 – 419)
Su segunda venida no se conocerá por la humildad (como la primera), sino por la gloria que la acompañará. Es muy necio, por lo tanto, buscar entonces en un lugar humilde o escondido, al que es la luz que alumbra a todo el mundo.
Catena aurea
Oración
Señor y Dios nuestro, que has confiado a tu Hijo el
gobierno de todo lo creado, haz que, bajo su guía, trabajemos por restaurar en
el mundo el Reino de Cristo; que la paz de Cristo, que abarca las almas y las
sociedades, reine en este mundo y nos abra las puertas del eterno. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1]Carta encíclica Quas primas sobre la institución de la festividad de Cristo Rey (1925), 1
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