Señor del Mundo es, a ojos del autor de este artículo, la primera distopía, es decir, aquel mundo imaginario, indeseable, contrario a la utopía.
La primera distopia: Robert Hugh Benson y Señor del Mundo, por Bradley J. Birzer para The Imaginative Conservative
Nota de la Traducción: las citas originales del autor en inglés han sido buscadas y colocadas en las ediciones de los libros al español.
Benson, el primer gran escritor de distopía del siglo veinte provenía de una respetable familia británica. Posiblemente el primer distópico del siglo veinte, Robert Hugh Benson fue el tercer hijo de E.W. Benson, arzobispo de Canterbury (1882-1896). Siguiendo los deseos de su padre, Robert tomó las sagradas órdenes como sacerdote anglicano pero, para gran sorpresa de los británicos, se convirtió al catolicismo romano en 1903. Antes de fallecer en 1914, Robert escribió y publicó un sorprendente número de obras para niños, devocionarios, artículos, obras de teatro, hagiografías, novelas históricas, contemporáneas y de ciencia ficción. Señor del Mundo[1] de Benson es una obra maestra de ciencia ficción, que apareció impresa por primera vez en 1907. Él debe de haberse dado cuenta de que nada como esto, con excepción de las últimas páginas de Un Yankee en la Corte del Rey Arturo de Mark Twain, había aparecido impreso. Hizo un prefacio revelador con la siguiente advertencia:
“Soy plenamente consciente de que este es un libro tremendamente sensacionalista”.
Robert Hugh Benson, Señor del Mundo, Editorial Homolegens, Madrid, 2006, pág. 6
Y desde luego que lo fue, en la pacífica e idílica era Eduardiana de 1907.
Sin embargo, hacía 1917 la Gran Guerra había cambiado mucho al mundo y parecía como un romántico anhelo para un mundo perdido. Más que romántico, aparecía como profético parecido a la visión del Cardenal Newman, del siglo anterior, de un mundo devastado. Señor del Mundo imagina una tierra dominada por una impía alianza o fusión de los Masones con los Comunistas. Aunque los comunistas de Benson lucen bastante suaves después de las innumerables atrocidades de sus contrapartes de la vida real desde la Revolución Bolchevique hasta el presente. En la novela más bien parecen como socialistas tibios comparados con aquellos que dirigían los gulags soviéticos una década después. La Iglesia Católica aún existe en Señor del Mundo, pero la fe ha fallado dramáticamente y la mayoría de los disidentes del mundo viven en lo que alguna vez fue Italia, ahora una reservación. De hecho, todos los disidentes de cada tendencia residen en alguna parte cerca de la antigua ciudad de Roma. A diferencia de la mayoría de las ciudades descritas en las distopías, las masonas-comunistas son exitosas y sus economías prósperas. Ellos tienen, ellos creen y han creado un “Nuevo Humanismo” como:
“las realidades visibles eran en esos momentos de una potencia espantosa; la fe, salvo para quien hubiera aprendido que la voluntad y la gracia son todo cuanto cuenta, y que la emoción no vale nada, era como un niño chico que gatease entre los engranajes de una máquina inmensa” [3].
Ibidem pág. 45
Para capturar la imaginación de la población, los Comunistas-Masones toman la forma de la Misa y reemplazan la esencia de los procedimientos sacramentales por los seculares. Más que adorar la Divinidad, la nueva Misa busca divinizar la humanidad.
La vida era la única fuente, el centro de todo aquello, investida de gloriosos ropajes, los de la más antigua adoración. Era evidente que fue idea de Felsenburgh, aunque también se mencionara el nombre de un alemán. Era una cierta variante del positivismo, un catolicismo carente de su esencia cristiana, la adoración de la humanidad hábilmente divinizada. No era el hombre quien pasaba a ser directamente objeto de culto, sino que el concepto abstracto de la naturaleza humana, aunque privada de todo principio sobrenatural. También el sacrificio formaba parte de los ritos admitidos, aunque sólo como tendencia instintiva de oblación, carente de las exigencias propias de la innata culpabilidad del hombre que impone la santidad trascendente. De hecho, se dijo Percy, era tan inteligente como el demonio, y tan antiguo como Caín”.
Ibidem pág. 191.
Tales transformaciones invirtieron el significado entero de la Misa, proporcionando el arte y la liturgia de aquello que alguna vez fue trascendentalmente sagrado. Solo en Roma se podía recordar “que el hombre era humano y no divino, como lo proclamaba el resto del mundo, era humano y, por lo tanto, carente e individualista; humano, y, por tanto, ocupado con otros intereses más que aquellos de rapidez, limpieza y precisión”. El resto de la humanidad en el mundo de Benson se ha mecanizado y homogeneizado, y es carente de toda personalidad.
“En tiempos muy lejanos, el ataque de Satán se produjo por el flanco corporal, con látigos, fuego, bestias; en el siglo XVI se produjo por el lado intelectual; en el siglo XX, por los resortes de la vida moral y espiritual. En esos momentos daba en cambio la impresión de que el ataque llegaba por los tres planos al mismo tiempo. Sin embargo, lo que sí debía ser, sin duda, motivo de temor, era la influencia positiva del humanitarismo: sobrevenía, como el Reino de Dios, revestidos de un gran poder; aplastaba a los imaginativos, a los románticos; asumía, más que afirmar, su propia verdad incontestable; apisonaba y sofocaba, no hería, y ganaba terreno con el estímulo del acero o de la polémica. Parecía abrirse paso de una manera casi objetiva en el mundo interior. Personas que apenas conocían su nombre ya profesaban sus dogmas, los sacerdotes lo habían absorbido, igual que absorbían a Dios en la Comunión. Reseñó los nombres de algunos apóstatas recientes. Los niños bebían su jugo como si fuera el cristianismo mismo. El alma “de naturaleza cristiana” parecía estar convirtiéndose en “el alma de naturaleza infiel”. La persecución, calmó el sacerdote, había de ser recibida como si fuera la salvación, y era conveniente rezar para que se produjera, y era preciso asimilarla, si bien tenía miedo de que las autoridades fueran demasiado astutas, y supieran deslindar el antídoto del veneno. Podrían darse algunos martirios de individuos – de hecho, los habría, no iban a ser pocos-, pero se darían a pesar del Gobierno laico, no por su culpa.”
Ibidem pág. 146
Benson, aunque más abiertamente religioso, anticipa mucho del humanismo como el que Irving Babbitt y Paul Elmer More pronto traerían al ámbito académico. Nunca antes había el católico estado en tan dramática posesión de elegir entre la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre.
“Las dos ciudades de San Agustín estaban ante él para que él escogiera. La que pertenecía l mundo originado en sí mismo, organizado por sí mismo, autosuficiente, interpretado por hombres como Marx y Hervé, socialistas, materialistas y hedonistas, se resumía al fin y a la postre en Felsenburgh. La otra se desplegaba en el panorama que tenía ante sus propios ojos, y le hablaba de un Creador y de una Creación, de una intención divina, de una redención, de un mundo trascendente y eterno, del cual emanaba todo y hacia el cual tendía todo. De los dos, Juan y Julián, uno era el Vicario de Dios y el otro una caricatura de Dios.”
Ibidem pág. 154
Señor del Mundo termina en una destrucción masiva, mientras los Masones-Comunistas lanzan un ataque completo de Zeppelin a Roma, arrasando la reservación con bombas, dando paso al Apocalipsis tal como fue previsto por San Juan Evangelista.
Bradley J. Birzer para The Imaginative Conservative
[1] El mejor trabajo sobre Benson, su contexto y su época es el de Joseph Pearce: Escritores conversos, La Inspiración Espiritual en una Época de Incredulidad, Editorial Palabra. 1ra. Edición, 2006.
Puedes leer este artículo en su original en inglés en: https://theimaginativeconservative.org/2015/04/first-dystopian-robert-hugh-benson.html
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