¿Es la esperanza el motor del hombre actual? En este artículo, nuestro compañero Alberto nos habla de como recuperar lo que nos da la verdadera felicidad.
La esperanza nos rejuvenece. Un artículo de Alberto Mensi
Si hay algo que parece caracterizar a este mundo moderno o, más exactamente, post moderno es pasar permanentemente como un péndulo del optimismo al pesimismo y vuelta al optimismo y vuelta al… Y en definitiva es un mundo triste y desesperanzado, con un horizonte tan vasto como tiene de larga su mentirosa nariz tipo Pinocho.
Es clásico en sus mentiras frecuentes con las que trata de tapar su contradicción permanente recurrir a la leyenda negra de la Edad media que nos la presenta como una época opaca, fanática y congelada. En realidad, cualquier persona que estudie un poquito no más de Historia, digo Historia y no panfletos históricos, y vaya a los documentos de la época podrá ver que la realidad es totalmente diferente.
El mundo actual vive desesperanzado, por ello terminará arrojándose en manos de cualquiera que le prometa solución a su situación, sea este problema real, ficticio o elaborado artificialmente.
En cambio el hombre de la Cristiandad reconocía su limitación, confiaba en Dios y hacía lo que podía para solucionar sus problemas, y mientras tanto cantaba, bailaba y se reía de sus errores.
Y esa alegría juvenil se va a manifestar en un desarrollo exuberante no sólo de empresas y obras (de esta época nos han quedado las Universidades) sino también de crecimiento demográfico. Mucho después llegarán las pestes terribles que asolaron Europa.
Dice el P. Alfredo Saenz que “el hombre medieval era capaz de gozar porque estaba anclado en la esperanza. Sabía que si el pecado lo podía perder, la Redención lo salvaba”
Vemos que había una Unidad en lo esencial y una gran y sana diversidad en lo accidental, en lo pasajero, por ello ese gran historiador argentino Ruben Calderon Bouchet dice magníficamente: “La vida medieval conoció un fin y una tendencia inspiradora única: el reino de Dios, pero ¡cuánta diversidad y qué riqueza en los movimientos accidentales para lograrlo”1.
Una descripción tan diferente y opuesta de la que podríamos hacer de ambientes existencialistas modernos. Y es que cuando se absolutiza una parte en desmedro del todo, va en perjuicio no sólo del todo sino también de esa parte.
El liberalismo absolutiza la libertad por encima de todo y terminamos arruinando todo y sin libertad. El capitalismo absolutiza el capital por encima de todo y terminamos perdiendo todo y el capital queda en manos de unos pocos pillos. El socialismo absolutiza la lucha de clases y se pierde la sociedad y aun la clase que se liberaría supuestamente termina miserabilizada. Hoy día con esta pandemia se absolutiza la vacuna y las medidas draconianas y cada vez estamos peor.
Nunca como en esta época se ha absolutizado tanto determinadas cosas materiales, que son perecederas, en detrimento de lo espiritual, imperecedero. Un absurdo total.
Absurdo peor todavía cuando esta falacia perversa la compran los mismos hombres de la Iglesia que deberían desenmascarar el engaño.
Ya lo decía el profeta: “Maldito quien confía en el hombre y busca apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor”2. Y el Salmo: “No confíen en los poderosos, en un hombre incapaz de salvar; exhala su aliento y vuelve a la tierra, ese día acaban sus planes”3.
La esperanza es lo opuesto al optimismo4. Éste se apoya, se funda en logros terrenos, busca el éxito; mientras que la esperanza se fundamenta en Dios y busca, como causa final el reino de Dios.
Por eso insistimos en que en esta época debemos fundarnos firmemente en la esperanza.
Y aunque parezca, a primera vista, contradictorio, digo fundamentarnos en la Esperanza y no en la Fe.
Esto no es porque haya contradicción entre las virtudes teologales, sino que me refiero a una cuestión psicológica o, dicho de otro modo, una desviación que hacemos nosotros de manera casi imperceptible.
Muchas veces decimos que nos fundamos en una Fe firme en Cristo, lo cual significa que creemos en Dios, y allí, sin darnos cuenta, comenzamos a patinar por una pendiente imperceptible que la podríamos describir de la siguiente manera: creo en Dios, está bien, pero ahora mi confianza la voy a poner en mis propias fuerzas.
No es que esto sea el fruto de poner el fundamento en la Fe, sino que con tantos años de infiltración protestante y liberal en nuestra sociedad se nos van pegando esos criterios. Más aún cuando habitualmente no hacemos un examen de nuestras conciencias, o no tomamos tiempo para Lectio Divina o hacer ejercicios espirituales, justamente para poder ver qué cosas encaramos en nuestra vida como no cristianos pensando que lo hacemos como cristianos.
Cuando hago hincapié en fundamentar todo en la Esperanza (que supone tambien la virtud teologal de la Fe) lo que nos estamos diciendo es: creo en Dios, lo amo y espero en Él para llevar adelante las cosas que encaro. Luego me esforzaré y lucharé y trabajaré, pero el eje de la atención es Dios y no yo como buen cristiano.
La esperanza es esperar en lo que no vemos, porque creemos en Dios, a pesar de lo que vemos ya mismo.
Me contaba un sacerdote capellán del ejército que otro sacerdote había realizado un trabajo magnífico durante años con un judío potentado y llegó así a ese momento tan esperado de que este judío le pide el bautismo. La desazón del sacerdote fue cuando el judío le dijo que primero iba a viajar a Roma porque tenía muchos amigos entre monseñores y funcionarios. El sacerdote insistió incansablemente para que se bautice primero pero no lo logró, sufría tremendamente pensando que el judío podía escandalizarse con lo que viera allí y no se quisiera bautizar. Al tiempo, y de regreso, el judío fue a verlo para combinar el día de su bautismo. Sorprendido el sacerdote le preguntó: ¿estuviste en tal lugar y en tal otro y en aquel? Si, fue la respuesta. ¿Y viste esto y aquello y eso otro? Si, fue la respuesta. ¿Y a pesar de todo te quieres bautizar? Mire padre, le dijo el judío, si la Iglesia Católica ha sobrevivido 2000 años a lo que tantos hombres de la Iglesia hacen para demolerla, es porque la Iglesia Católica es verdaderamente una obra creada por Dios.
La esperanza espera lo que no vemos con nuestros ojos y se fundamenta en Dios a pesar de lo que vemos ahora con nuestros ojos.
Y esta esperanza es la que genera el humor típico de los mejores momentos de la Cristiandad, porque el sano humor surge de contrastar la realidad creatural con lo que observamos con nuestros ojos.
Cuando vemos algunos potentados de los que pretenden manejar el mundo, como Rockefeller o Soros, y los observamos con la soberbia y prepotencia con que deciden lo que las naciones deberían hacer o no hacer, y por otra parte los vemos ya viejos y decrépitos que en cualquier momento se van a morir y serán pasto de los gusanos, entonces causa risa la estupidez de su soberbia, de sus dichos y manejos.
El problema lo tenemos los cristianos cuando perdemos la esperanza y su flor que es la confianza en Dios y vamos detrás de ídolos de barro que nada nos pueden dar.
Exactamente al revés tenemos el testimonio de tantos mártires, para ir a los casos extremos, que van cantando al martirio porque los anima esa fuerza invencible de la esperanza.
No podemos preocuparnos si morimos o no morimos ya que todos vamos a morir, lo importante es cómo vamos a morir: ¿fatigados y desesperanzados aquí y condenados para siempre? O ¿esperanzados aquí y bienaventurados eternamente?
¡¡¡Dios te salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y ESPERANZA nuestra!!!
Alberto Mensi
1 Ruben Calderon Bouchet, Apogeo de la ciudad cristiana
2 Jeremías 17, 5
3 Salmo 146, 3-4
4 Sobre esta oposición esperanza-optimismo nos referiremos en un próximo artículo
Nuestra recomendación: El mal menor es un mal
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