En el calendario litúrgico Tradicional continuamos en el tiempo de Navidad, así que hoy nos situamos en la Epifanía con el de Sales y con Miguel
La epifanía en San Francisco de Sales. Un artículo de Miguel Toledano
Hace poco más de cuatrocientos años escribió san Francisco de Sales un interesante sermón sobre la Epifanía.
Concretamente, el 13 de enero de 1620 se dirigió a las hermanas de la Visitacion como “rey” durante una semana, para darles tres leyes en torno a las que elaboró su meditación.
En efecto, en aquella época existía en Annecy, al igual que en el resto de la Saboya, la bonita tradición de elegir en las comunidades religiosas a un monarca durante la octava de la Epifanía; se trata de realizar un homenaje al glorioso día en que los tres reyes magos llenaron de gozo a la Virgen Santísima cuando fueron a adorar a su Hijo, monarca supremo de todos los reyes de la tierra.
Por cierto, que a través de esta introducción lleva a cabo el doctor de Sales la proclamación de Cristo como Cristo Rey: el Niño Jesús nacido en Belén de Judá, de la estirpe del rey David, es rey de todo el mundo. Por lo tanto, a él le deben obediencia todos los demás reyes de la tierra, que deben cumplir igualmente sus mandatos y sujetarse a ellos al desarrollar el gobierno de sus pueblos.
No se dice que los demás reyes tengan “libertad religiosa” (como algunos creen hoy en día) para decidir si sus decretos deben acomodarse o no a la doctrina cristiana; pudiendo elegir entre ésta o la de otros mandatarios religiosos, o la de ninguno. No es eso ser rey supremo y monarca de todo el mundo.
Al contrario, la imagen de los tres reyes magos adorando a su superior es la que refleja el mensaje verdadero, sin adulteraciones liberales. La fiesta de la Epifanía entronca así con la de Cristo Rey.
Pero no constituye esta reflexión el núcleo del tema de hoy. Ya avanzábamos que, en estos primeros días del año natural, el “rey” de la comunidad durante una semana promulgaría una batería de reglas que serían de cumplimiento a lo largo de los siguientes doce meses, período al final del cual un nuevo rey sería elegido y así sucesivamente.
Para dictar sus pautas a las salesas, san Francisco se inspira en el evangelio del día, correspondiente a la Conmemoración del Bautismo de Nuestro Señor, que propiamente da fin al tiempo de Navidad.
En dicha lectura evangélica, san Juan nos relata que, en el momento en que Jesús fue bautizado por su primo Juan el Bautista, el Espíritu Santo en forma de paloma se posó sobre Él.
Si el mismo Paráclito tomó la forma de paloma para manifestar su presencia, quiere indicarse -observa el señor de Sales- que esta ave tiene cualidades muy especiales que han de inspirarnos; de ella entresaca, pues, las tres normas que otorga a sus hijas espirituales y que nos sirven igualmente a nosotros, cuatro siglos después.
Todas tienen como denominador común proceder del amor, obligar por amor, estar destinadas al amor – virtud principal sin la cual el mensaje cristiano resulta absurdo y el católico no se comporta como tal.
La primera podríamos llamarla la ley de la confianza: La paloma, animal sencillo y dulce, hace todo para su palomo y nada para sí misma. Nuestro palomo es el Espíritu Santo. Si hiciéramos todo por El, seríamos felicísimos, de la misma manera que lo es la paloma; alcanzaríamos la perfección religiosa, como es ya el deseo de muchas almas cristianas y el deseo superior del alma cristiana ha de ser.
Ahora bien, dicha perfección no se alcanza con la ansiedad, sino con la tranquilidad y la confianza; dejando que actúe la gracia de Dios, que es la que nos ha de guiar. Hemos de trabajar, no es ésta una ley de la pereza o para la pereza; mas lo haremos con serenidad y alegría, desterrando el amor propio.
Modernamente, el amor propio suele presentarse como virtud, posee una connotación positiva. Esto es producto del individualismo liberal. Al contrario, la doctrina clásica cristiana incide en la confianza, en la sencillez, en la tranquilidad y en la dulzura, evitando el amor propio.
El papa Francisco está haciendo de la dulzura uno de los temas básicos de su pontificado. En idioma español, que es aquél en el que a menudo se expresa el Sumo Pontífice por primera vez desde hace muchos siglos, él se refiere comúnmente a la “ternura” como signo del cristiano. Es la primera de las reglas salesianas que emanan de la Epifanía.
Para formularla, el obispo de Ginebra se apoyó en seis santos que la practicaron antes que él: san Antonio, san Pablo de Tebas, san Pacomio, san Agustín, san Gregorio y san Hilario.
Los tres primeros renunciaron a las letras; para los ermitaños, la perfección religiosa no se alcanza con ellas, sino sencillamente con la oración y la abstinencia, limitándose a cumplir con fidelidad, fervor y humildad lo que se emprende.
Los otros tres, a pesar de su gran dicción teológica, mantuvieron la misma humildad y confianza. Humildad para reconocer y amar nuestra propia abyección; confianza para que la gracia y el poder de Dios guiase su ciencia, abandonándose amorosamente a Él.
La segunda norma de 1620 y de siempre es la de la sumisión y la paciencia, que yo llamaría también de la alegría en la tribulación. Al ejemplo de la paloma, que pierde a sus pichones cuando se los lleva el dueño del palomar, el santo Job aceptó con sumisión y paciencia las cruces que Dios le puso sobre los hombros.
Es más, lógicamente posee mayor mérito la alegría ante los avatares que Dios nos propone que aquélla que asumimos según nuestras inclinaciones particulares. Tiene este aspecto de la segunda disposición una relación con la primera, por cuanto si la seguimos volveremos a dejarnos llevar dulcemente por la confianza en Nuestro Señor. También contiene este mandato un elemento de obediencia y de modestia.
En el año 2020 que ha terminado y el nuevo que se inicia han sufrido muchos situaciones difíciles derivadas de la epidemia vírica que ha contaminado los cinco continentes. Es éste un ejemplo clarísimo de la aplicación a nuestros días del segundo precepto salesiano sobre la Epifanía. Dios ha permitido que nos hallemos rodeados por una pandemia que nadie esperaba. Esto ha provocado lamentaciones y confusión en tantas almas que hasta el director del Concierto de Año Nuevo vienés (que profesa la religión católica) hablaba públicamente de “annus horribilis”.
El ejército ha tenido que asistir a los muertos aislados de sus familiares; los médicos y enfermeras han puesto en grave riesgo su vida y su salud; nuestros compatriotas han perdido su trabajo y visto amenazado su negocio. Sin embargo, esta aridez y privación es una oportunidad para testimoniar a Dios nuestra fidelidad; probablemente desde la teología de la historia quepa explicar así una de las razones por las que la enfermedad Covid-19 se ha extendido como lo ha hecho, de tal modo que podamos imitar -o no- a Job y a Francisco de Sales con la suave actitud de la paloma.
Finalmente pronuncia nuestro autor la ley de la santa igualdad de espíritu. Otra vez el ejemplo a reproducir se encuentra en la figura veterotestamentaria del santo Job. Tanto en la riqueza como posteriormente en la adversidad económica, el profeta de Uz reaccionaba de igual manera: “Bendito sea Dios” era siempre su primera jaculatoria; así cuando venían acontecimientos de prosperidad como cuando, andando el tiempo, fue sumido providencialmente en la pobreza, para que pudiese cultivar en mayor medida el espíritu para sí y para los demás.
También la paloma canta siempre en el mismo tono. Al revés, los gatos y los monos se enfurecen cuando el tiempo está lluvioso, constata el doctor de la vida devota. ¿Queremos ser como palomas o más bien como monos? Desde hace algunas décadas están algunos empeñados en convencernos de que realmente procedemos del simio; más cerca en el tiempo, hay otros que dicen que nuestro ADN se parece muchísimo al del gusano. Puede ser, aunque yo no he conocido a nadie que (físicamente) recuerde a un gusano.
San Francisco prefiere el modelo edificante de la paloma, harmoniosa en la alegría y en el dolor. A imitación de ella, la parte superior de nuestra alma sujeta las inquietudes, tentaciones y asaltos de la parte inferior para conservar la amabilidad y constancia final de nuestro ser.
La santa igualdad de espíritu nada tiene que ver con la igualdad democrática, que ha hecho de este elevado concepto un eslógan absurdo de la ideología del sufragio universal. La paloma no es igual al gato, ni el hombre es igual al mono y mucho menos igual a la mujer o igual entre sí, por lo que se refiere a los diferentes individuos de la misma especie. Ha de ser, no obstante, espiritualmente igual a lo largo de sus vicisitudes en medio del mundo; no con igualdad matemática, sino con harmonía de espíritu, reconociendo igualmente en todo la gloria de Nuestro Señor.
Éstas son las tres máximas visitandinas de la Epifanía. Con ellas comenzamos, confiada, paciente y harmoniosamente, el tiempo de esperanza que nos anuncia lejanamente la Resurrección; adoptando las mismas notas de sencillez, alegría y serenidad con que san Juan Bautista contempló a aquella paloma del Jordán hace más de dos mil años.
Miguel Toledano Lanza
Domingo segundo después de la Epifanía, 2021
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