Los discípulos lo vieron y se asustaron, eran presas del miedo mientras Jesús anda sobre las aguas para acercarse a nosotros
Jesús anda sobre las aguas, Rev. D. Vicente Ramón Escandell
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
1. Relato Evangélico (Mt 14, 22-33)
Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
2. Comentario al Evangelio
Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira silenciosamente ante las ansias del pueblo de proclamarlo rey, como nos dice san Juan. Es consciente de la cortedad de miras de aquellos a quienes ha alimentado, porque todavía no han comprendido que Él no es un rey temporal, sino que su reino va más allá de toda ambición humana. En su retiro, Jesús ora, mientras sus discípulos marchan por delante de Él a preparar su llegada a otro lugar. En su travesía, se topan con una tempestad que amenaza con hundir la barca en la que van; en medio del peligro, aparece la figura de Jesús que los anima a no temer por sus vidas; Pedro, tan decidido como siempre, quiere salir al encuentro del Maestro y, a su llamada, sale de la barca y se dirige a Él caminando sobre las aguas. Sin embargo, como en otras muchas ocasiones, la fe de Pedro vacila y se hunde en el mar embravecido; a su auxilio sale Jesús y lo salva, no sin recriminarle su falta de fe: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Pedro ha dudado, ha perdido la confianza inicial en el Señor, y este se lo dice; aún le queda mucho que aprender, hasta que confíe en Jesús hasta dar su vida por Él sin vacilar.
3. Reflexión
Si la fe falta, la oración es inútil. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe[1] nos exhorta san Agustín.
Al contrario de lo que mucha gente cree, la fe no sólo supone un conocimiento exacto de la doctrina y moral cristianas, como tampoco su aplicación a la vida o su observancia rigurosa. La fe es, ante todo, una virtud sobrenatural, infundida por Dios y que a Él conduce, como también un acto de confianza, un abandonarse en Aquel que todo lo puede. “Tener fe” no es, pues, un conocimiento frio e impersonal de Dios, no es saberse el catecismo de memoria o repetir mecánicamente el Credo u otras fórmulas religiosas; la fe se funda en el encuentro personal de cada uno de nosotros con Dios, con su Hijo Jesucristo, a partir del cual creemos en aquello que nos ha sido revelado por Él y enseñado por la Iglesia.
El primer acto de fe, pues, es un acto de amor y confianza, para pasar después a un asentimiento de nuestra mente a todo cuando Dios ha revelado para nuestra salvación. Esa fue la actitud de los Patriarcas, los Profetas, de la Virgen María, de San José y de los Apóstoles que, escuchando la llamada de Dios, confiaron en Él y peregrinaron por el camino de la fe, a veces oscuro, profundizaron en su conocimiento, y alcanzando el premio prometido después de pruebas y obstáculos. Como ellos, nosotros también peregrinamos por las sendas de la fe, bajo su protección y guía, contemplando sus ejemplos e imitando su confianza; esperando llegar a la misma meta, donde nos espera el pleno cumplimiento de toda promesa realizada por Dios en esta vida.
4. Testimonio de los Santos Padres
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia (344/345-407)
Pedro, después de haber vencido la mayor dificultad, esto es, el andar sobre las aguas, se asusta en lo que era menos difícil, esto es, en el embate del viento. Por eso sigue: «Mas viendo el viento recio tuvo miedo».
Porque así es la naturaleza humana. Frecuentemente obra bien en las cosas grandes y es digna de reprensión en las insignificantes. El temor de Pedro marca una diferencia grande entre el Maestro y el discípulo, pero al mismo tiempo calmaba a sus compañeros. Ya no habían visto con buenos ojos que los dos hermanos se sentasen a la derecha del Señor (Mt 20). Aún más se hubieran disgustado en este caso.
Esto se debía a que aún no estaban llenos del Espíritu Santo; pero después que tuvieron ese Espíritu, reconocieron el primado de Pedro y le dieron la presidencia en todas sus reuniones.
Homiliae in Matthaeum, hom. 50,2
5. Oración
Señor, que salvaste a Pedro de las aguas, socórrenos también a nosotros porque nos falta fe; que tu gracia acreciente nuestra confianza en ti, para que, imitando el ejemplo de quienes nos precedieron en la peregrinación de la fe, podamos alcanzar el mismo premio. Tu que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amen.
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
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[1]Catena Aurea, Vol. VI, p. 297
Nuestra recomendación externa: La soledad Sacerdotal
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