Recientemente hemos sabido que la ley (sic) de la eutanasia aprobada por el Gobierno español, ha sido convalidada, por amplia mayoría, por el Tribunal Constitucional. Tan sólo dos de los Magistrados denominados “conservadores” han votado en contra de la misma. El Tribunal conviene que dicha norma respeta el derecho a la autodeterminación de la persona, respetando al mismo tiempo el derecho a la vida. Dicho en Román Paladino: el hombre es tan dueño de la vida como de la muerte. Por eso no es de extrañar que se vaya a convalidar también la ley (sic) que prácticamente liberaliza el aborto, por poner otro flagrante ejemplo.
Al mismo tiempo, España se despierta cada día con leyes (sic) que ponen a los animales poco menos que en pie de igualdad jurídico con las personas, mientras declaran el asesinato de nonatos como un derecho; que violan los más elementales principios del derecho penal del que tanto ha presumido el liberalismo, como puedan ser las leyes (sic) de violencia llamada “de género” o la llamada de “sólo sí es sí”. Por otra parte, se indulta y blanquea a golpistas y terroristas, y se rebajan las penas de pervertidos sexuales y malversadores de fondos públicos. Por el contrario, se fustiga y criminaliza, incluso con condenas de prisión, a quienes pretenden ayudar a las mujeres embarazadas, por activa (promover alternativas al crimen) o por contemplativa (oración ante los campos de exterminio legalizados, llamadas “clínicas de salud reproductiva”).
La realidad que se desprende de todos estos hechos es que la sociedad española ha perdido la más elemental noción del bien y del mal –rectius, confunde el mal con el bien, y viceversa-. Que no otro es el objetivo del demonio. Satanás bien puede darse por satisfecho con su labor en España. ¿Por qué?
¿Por qué?
Las razones de todo fenómeno complejo, son igualmente complejas, pero al mismo tiempo, nuestra cristiana sencillez de mente nos muestra una causa clara y directa: la apostasía colectiva del pueblo español. En España tenemos el dramático honor de haber cursado íntegramente el itinerario del liberalismo en tiempo récord. Desde que nuestra Patria se regó con sangre de mártires, al tiempo que sus fuerzas vivas se alzaban por Dios y por España (lo cual va de la mano, porque España sin Dios simplemente desaparece), hasta la más repugnante apostasía colectiva han pasado no mucho más de treinta años. A quien haga cuentas le sorprenderán estos cálculos. Pensemos cómo estaba España hace cincuenta años y analicemos sus causas y sus consecuencias.
Empezando por las causas, ya se observa cómo los años sesenta del siglo pasado empiezan a desplazar la religión en favor de la mera paz y bienestar materiales. Los “25 años de paz”, son un reflejo evidente del nuevo paradigma en que entraba la nación española que durante siglos fue la reserva moral y religiosa frente a la Europa liberal. Se apreciaba el orden, sí, pero como medio para fines mundanos, no como modo de alinear la sociedad hacia su verdadero fin. En definitiva, España se iba “conservatizando”.
La década posterior no nos ofrece sino el definitivo vuelco desde el conservadurismo y la religión sociológica, al progresismo puro y duro. A mediados de los setenta, España era un país ya carcomido por las malas costumbres. La caída del reducto católico era cuestión de tiempo, es decir, de que fuesen muriendo los pocos fieles que todavía quedaban. La antaño inquebrantable fe hispana se había tornado estéril por haber apartado a Cristo del centro. Seminarios vacíos, defecciones sacerdotales, caída en picado de la práctica religiosa, definitiva demolición de la doctrina católica en seminarios y escuelas. El diablo parecía complacerse en humillar a la Iglesia viendo pasar el cadáver moral de jesuitas, dominicos, maristas, escolapios, etc., Órdenes muchas de ellas de progenie hispana. En definitiva, el agotamiento final de las reservas morales de España, sin las cuales, todo ha venido solo, sin resistencia, marcando los tiempos y las tendencias.
Finalmente, en los años ochenta se llegó al final del itinerario ideológico del que hoy nos encontramos en su fase delicuescente. Un pueblo invadido por las drogas, la pornografía y las malas costumbres, coronado por el golpe definitivo a la familia: el divorcio y el aborto legales. Todo mientras los conservadores del advenido régimen de la libertad aplaudían mientras tapaban con paños calientes las vergüenzas y miserias de su propia apostasía, de las que incluso parecían enorgullecerse. Y así hasta hoy, cuando es de ver no existe oposición alguna a la iniquidad.
Pero, si también es evidente que este mismo itinerario se ha seguido en muchos otros lugares y naciones, incluso antes que en España, ¿por qué nos fijamos en ella particularmente?
¿Por qué en España?
Hay factores que hacen especialmente grave la situación hispana. En primer lugar, es un escándalo con muy pocos precedentes en la historia, que tanta sangre de mártires en tiempos de nuestros abuelos, no haya sido semilla de cristianos. Por el contrario, que esa haya sido la antesala de la decadencia. Así podemos rescatar, para España, el aforismo corruptio optimi pessima. Pues España pasó de ser “espada de Roma, martillo de herejes, evangelizadora de la mitad del orbe”, a lacaya del orden mundial de los sin-Dios. El liberalismo libró una dura batalla en España durante casi cien años, hasta que el liberal-conservadurismo triunfó definitivamente, en 1876, y a partir de ahí se inició la “nueva” tradición de alternancia entre liberal-conservadores y liberal-progresistas, todos apóstatas, que nos llevó hasta 1931. Pero entonces España aún era católica, y si se había tolerado el liberalismo (aunque no por todos), no se toleró a su vástago, el progresismo revolucionario, porque el reducto de la fe que Dios conservaba en el pueblo español tenía todavía fuerza.
La Cruzada de 1936-1939 y su régimen resultante, fue la última oportunidad de España para redimirse con la Gracia de Dios. La Cruzada se ganó, pero la oportunidad no se aprovechó. España se durmió en los laureles del conservadurismo liberal, extasiada ante la suave y tentadora fragancia del progreso material y de la nueva vida burguesa, adorando el becerro de oro y sin señal alguna de arrepentimiento. No importaba mucho si todavía no había democracia. España caminaba por el sendero marcado. Y la democracia llegó. Le llamaban entonces la España alegre, del consenso, de la concordia, de la reconciliación; la España moderna, europea, del triunfo definitivo de las libertades tras siglos de oscurantismo. Era la apostasía, la traición final, el punto de llegada de un camino iniciado décadas antes.
La España traidora
La realidad ha mostrado que esa España que tantos piropos del mundo liberal apóstata se ganó era, realmente, la España traidora, traidora a su esencia. En mi casa, cuando el enemigo te alaba, es síntoma de que algo va mal. Lógicamente, cuando se considera al enemigo como amigo incondicional, entonces huelga cualquier reflexión. En España, el mal tiene un nombre: apostasía colectiva y traición
En primer lugar, porque España no es conservadora: Los Cruzados de 1936, y antes los carlistas en solitario, no se alzaron por las libertades modernas. Pese a la persecución religiosa de la Segunda República, España no se alzó por la libertad religiosa ni de conciencia. No les bastaba que el Estado respetara las creencias, por el contrario su fe les llevaba al firme convencimiento de que Cristo debía reinar en la sociedad, pues negarlo era faltar a lo debido a Dios, además de servir únicamente para mantener irresoluto el problema. Porque de la libertad religiosa se sigue el indiferentismo, del indiferentismo el agnosticismo, y de éste, el ateísmo teórico o práctico. No se alzaron para que triunfaran las ideas de Burke, Locke, Montesquieu o Adam Smith. Tampoco se alzó nadie contra los ataques a la familia en forma de ley del divorcio, la secularización del matrimonio o cualesquiera otras leyes inicuas. Ni siquiera se alzaron en defensa de la ley natural por sí misma. Se alzaron por Dios y por España (pues sin Dios no hay España). Y, si Cristo reina, entonces lo demás vendrá por añadidura, porque Él arrancará el árbol malo. Las sociedades también requieren Redención, y la Modernidad no es Redención sino condenación.
En segundo lugar, porque España no es europea. Europa no son las catedrales o la Escolástica, como algunos pretendieron justificar para blanquear el término. Europa es el non serviam moderno, liberal, la secularización de lo público surgida de las entrañas del heresiarca Lutero, probablemente la mayor desgracia acaecida para la Iglesia desde Arrio. España fue martillo de herejes y luz de Trento. Y España fue la Christianitas minor, el auténtico reducto de los derechos de Dios y de la Iglesia.
En tercer lugar, porque España no es servil a ningún poder político supra-nacional. España no tiene ideología, porque es católica. España es hija predilecta de la Iglesia, y es evangelizadora de la mitad del orbe. Nuestro Señor es Cristo, tenemos Dios, Patria y Rey. España no es elitista ni burguesa. España no es el regazo de ladrones, blasfemos o herejes. Al mismo tiempo, España no es sectaria. No obedece ciegamente a tiranos por el prurito de su poder. España es levantisca contra la injusticia, la tiranía y el error.
En cuarto lugar, y lo más importante de todo: España no es laica, ni laicista, ni ningún sucedáneo de ello. España nació a partir de su unidad católica, y murió el día en que la despreció. España no es un crisol de culturas, sino un pueblo al que su fe libró del yugo islámico y que depuró de herejías e infidelidades cada palmo de su territorio.
Pelagianos de nosotros, pensamos que nosotros mismos nos podíamos dar aquello que pensábamos haberle quitado a Cristo: la Soberanía. Que una sociedad otrora cristiana subsistiría sin la Gracia. Que con la división de poderes y el sufragio universal, éramos por fin dueños de un destino supuestamente mejor. Se cuentan con los dedos de las manos quienes alzaron la voz contra este suicidio espiritual, siendo condenados al ostracismo y el repudio colectivos.
Como consecuencia de todo esto, hoy España sólo existe formalmente. Su esencia, su núcleo, su razón de ser, desaparecieron hace tiempo. Fueron traicionados (entregados) como Judas entregó a Cristo. Y como ya sabemos el final de Judas, las premoniciones de España no son mejores, sino que más bien podríamos decir que se han cumplido. El suicidio espiritual se ha consumado, como avanzadilla del suicidio físico que, también, hoy encarnan nuestras leyes (sic).
Que Dios nos conceda seguir alzando la única bandera del católico, la de Dios, la de la Patria y la del Rey católico; el don de acoger el martirio, llegado el caso; y que nos conceda poder decir que somos españoles porque somos, por su Gracia, católicos.
Regina Hispaniae, ora pro nobis.
Gonzalo J. Cabrera
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