Deber del Teologo-MarchandoReligion.es

Es deber del teólogo someterse a la enseñanza de Cristo y de su Iglesia

Desde hace ya un buen tiempo que vemos como ciertos teólogos y obispos, en un acto de verdadera soberbia, interpretan según sus propios pareceres el magisterio de Cristo y de la Iglesia. Por tanto, es deber del teólogo y de los obispos supeditarse a la enseñanza de Cristo y al Magisterio de su Iglesia.

Es deber del teólogo, y de los obispos también, someterse a la enseñanza de Cristo y de su Iglesia, por Peter Kwasniewski para LifeSiteNews

En la prensa liberal se da por sentado que la “libertad de expresión” es un derecho humano básico que existe con soberana independencia de todos los previos reclamos personales, sociales e institucionales. Esta noción es adoptaba sin vacilar por la prensa “católica” liberal y por supuesto que es seguida por pensadores que dignifican su disidencia con el nombre de “teología progresiva”. Un perfecto ejemplo de tal disidencia ha sido recientemente proporcionado el nuevo libro de Hubert Wolf contra el celibato sacerdotal, tal como lo discutí en un artículo anterior.

El teólogo, sin embargo, como miembro que es de la Iglesia como nadie más, está obligado a seguir las enseñanzas que ella declara y establece. No puede elevarse como una pandilla esotérica de “críticas superiores”, una casta brahamática exenta de los deberes que descansan sobre las espaldas de cada sirviente. En la medida en que el teólogo desee hablar en nombre de e instruir a los demás en la doctrina católica está doblemente obligado a conformar su mente a ella, tanto en virtud de su vocación bautismal como en virtud de su trabajo como un profesor.  La Instrucción sobre la Vocación Eclesial del Teólogo establece:

“el teólogo [con un mandato para enseñar] está oficialmente encargado de la tarea de presentar e ilustrar la doctrina de la fe en su integridad y con la máxima precisión.”

Que tantos teólogos fallen en estar a la altura de sus solemnes obligaciones muestra más su carencia de fidelidad y responsabilidad, que las supuestamente inflexibles y arcanas reglas de la institución a la cual ellos profesan una adherencia a regañadientes.

Cuando los teólogos presumen calificar, explicar o incluso contradecir pasajes de las Sagradas Escrituras como si ellos fueran sus jueces no sus siervos, ellos atacan directamente a la raíz de sus identidades como cristianos, y cesan de ser teólogos excepto por el nombre. Por ejemplo, en los círculos teológicos contemporáneos se ha convertido en una moda cuestionar, y a menudo rechazar, cada enseñanza de las Escrituras sobre sexualidad, a pesar de la proclamación de Nuestro Señor sobre la indisolubilidad del matrimonio y de la alta dignidad de la virginidad consagrada, tal como la clara doctrina de San Pablo sobre la apropiada relación de los sexos y el mal moral objetivo de la fornicación y del comportamiento homosexual.

Los teólogos revisionistas actúan como si sus opiniones críticas fueran “ciencia” y por tanto, indisputables,

y como si las Escrituras fueran meros documentos humanos, artefactos culturales sujetos a los mismos métodos y presunciones de la literatura secular. Este enfoque puede ser llamado verdaderamente sacrílego porque violenta, o al menos intenta violentar, cada palabra de Dios. La palabra que es como roca no sufrirá, pero aquellos que se arrojan contra ella, sufrirán. Las Sagradas Escrituras interpretadas por la Iglesia docente es la medida permanente e insuperable del discurso teológico. Cuán bien los teólogos antiguos y medievales entendían este principio puede ser comprobado por un estudio de las homilías patrísticas o por tratados escolásticos, donde la primera y la última apelación es hecha a la Biblia aceptada con humildad en las riquezas de sus significados.

Similarmente, cuando los teólogos se ponen a sí mismos como una corte de apelaciones o revisan vis-à-vis el dogma, no están entendiendo seriamente su vocación en la Iglesia y hacen un daño a los fieles por cuyo beneficio ellos se suponen que deben actuar. Por ejemplo, un teólogo que establece que Cristo no tuvo la intención de instituir los siete sacramentos de la Iglesia durante su vida en la tierra, o que propone una explicación de la Eucaristía que se desvía del dogma de la transubstanciación definida por el Concilio de Trento, o que rechaza la definición de la Misa como un verdadero y propiciatorio sacrificio, o que descarta la práctica de la oración del Rosario, o aconseja a las personas que el uso de anticonceptivos no es un pecado grave, como teólogo replica el rol de Judas en Getsemaní, traicionando a Cristo con un beso aún más deshonroso por estar justificándolo con apelación a la “libertad de pensamiento”.

Finalmente, cuando un teólogo presenta su opinión como pensando que son una alternativa al Magisterio, podemos estar seguros de que estamos en presencia de un fraudulento, por no decir arrogante, pensador. Tal postura equivale a una democratización del discurso teológico. Una teología democrática necesariamente se vuelca al fascismo de moda, con sus auto promotores más fuertes y descarados que obtienen el mayor número de seguidores en el “mercado de las ideas”. Cualquiera que adule los deseos de una multitud irreflexiva es seguro que llegará a convertirse en un muy querido y bien arreglado vocero (o portavoz) de sus “demandas”.

De una forma más sutil, la misma cosa ocurre todas las veces en que los obispos que son teólogos (o que por último desean ser considerados como tales) cantan la canción de las sirenas de la disidencia, con el pretexto de que ellos están instalados sobre su rebaño con el divino derecho a cortar y quemar las tradiciones de sus predecesores. Lo que ellos olvidan (o lo que ellos esperan que los laicos olviden) es que la enseñanza de un obispo es verdadera y vinculante solo en la medida que armoniza y es coherente con la tradición apostólica y eclesial, y particularmente con la doctrina enseñada con autoridad por los concilios y los Papas. Cuando un obispo se aparta de este estándar universal, ce en idiomas privados y se rebaja al estatus de un “reformador” regional cuyas palabras no tienen más peso que los delirios de Wycliffe, Hus o Lutero.

Por echar una mano imprudente sobre las Sagradas Escrituras, por colocarse como juez sobre el Magisterio, o por estar enseñando independientemente del Magisterio, el teólogo niega su vocación en la Iglesia, que es estudiar, exponer y defender las enseñanzas de los Escrituras y del Magisterio en continuidad con la Tradición Católica.

El teólogo tiene dos opciones: servir humildemente con su designada capacidad o rebelarse contra su lugar en el Cuerpo de Cristo.

En la vida real, la línea entre estas dos no siempre se dibuja con claridad y teólogos individuales, dependiendo de las circunstancias, pueden o no ser culpables de estar cayendo en el error. La línea es, en todo caso, real y ahí no hay duda de que la vocación de teologizar tiene límites definidos y regulares dentro de la comunidad de creyentes.

Además, en la medida que la Iglesia profundiza en su entendimiento del depositum fidei, se hace cada vez menos posible para los teólogos excusarse de ignorancia o del poco desarrollo de la enseñanza. En la medida que el Magisterio declara más plenamente el entendimiento de la Iglesia, el lugar para la herejía material se reduce y la arena para la formal o intencional se expande. En palabras del Papa Pío XII:

“Pues es verdad que los Romanos Pontífices, en general, conceden libertad a los teólogos en las cuestiones disputadas —en distintos sentidos— entre los más acreditados doctores; pero la historia enseña que muchas cuestiones que algún tiempo fueron objeto de libre discusión no pueden ya ser discutidas”.

Humani Generis, 13

Debiéramos anunciar en voz alta la hipocresía de aquellos que claman hablar en nombre del “pueblo del Dios.” Lo que realmente ellos quieren decir es: «cuando la mayoría de los laicos están con el prurito de la disidencia, nosotros felizmente los representaremos; cuando ellos eleven sus voces en nombre de la Tradición, nosotros desapareceremos silenciosamente por la puerta trasera o haremos que su trabajo de restauración lo más difícil posible.» Seguramente alguien puede ver que un teólogo genuino (sin mencionar a un obispo santo) haría exactamente lo opuesto, defendiendo la enseñanza católica “a tiempo y destiempo”, promoviendo un ardiente resurgimiento de la sagrada tradición.

Peter Kwasniewski

Puedes leer este artículo en ingles en su original aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/theologiansand-bishops-alsomust-submit-to-teaching-of-christ-and-his-church

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Profesor Peter Kwasniewski: (Chicago, 1971) Teólogo y filósofo católico, compositor de música sacra, escritor, bloguero, editor y conferencista. Escribe regularmente para New LiturgicalMovement, OnePeterFive, LifeSiteNews, yRorateCaeli. Desde el año 2018 dejó el Wyoming CatholicCollegeen Lander, Wyoming, donde hacía clases y ocupaba un cargo directivo para seguir su carrera como autor freelance, orador, compositor y editor, y dedicar su vida a la defensa y articulación de la Tradición Católica en todas sus dimensiones. En su página personal podrán encontrar parte de su obra escrita y musical: https://www.peterkwasniewski.com/