Hoy en día muchos jóvenes no reciben la formación correcta de cara a un futuro matrimonio, ¿Cuál es el sentido del noviazgo y como deben prepararse los novios para enfrentar esa etapa de su vida?
El sentido del noviazgo
Fuente: Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
C. C. 308 – 1744 Moreno, Pcia. de Buenos Aires. Hojitas de Fe
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Del libro NOVIAZGO Y FELICIDAD», del Padre Pablo Eugenio Charbonneau
1º El peligro de soñar.
El mayor peligro en la época del noviazgo consiste en idealizar la vida conyugal. Cuando entre dos jóvenes surge el amor, se parece a un sol que todo lo ilumina, sin dejar ningún tipo de sombra. Saliendo ellos de la adolescencia, el mundo que se les abre está totalmente revestido de visiones ensoñadoras, que en realidad son un mundo de falsedades. Frente a este amor que se presenta por primera vez, el joven imagina lo que no sabe, embellece lo que sabe, idealiza a la chica con la que se siente feliz de estar, y le parece que esa felicidad está llamada a crecer día tras día. El cine y la literatura, por su parte, han contribuido no poco a acrecentar ese mundo de ensueño.
Pero pasa el tiempo y llegan las sombras, que se difunden por todo el universo del amor, bastando a veces pocos años para que las tinieblas reemplacen totalmente a la luz, surjan los sinsabores y las desilusiones, y se descubra una vida que se muestra siempre dura y a veces abrumadora.
Para evitar esta desgracia en cuanto sea posible, conviene avisar a todo joven que, en su noviazgo, no se entregue a excesos de optimismo ciego. El noviazgo no es un sueño. El amor, que se les presenta con el rostro real, palpable y visible de tal o cual joven, de tal o cual chica, ha de obligarlos a volver al mundo real, y a dejar atrás todas las fantasías del pasado. En vez de imaginar su futuro, deben consagrarse con pasión a captar la realidad,
y empezar a pensar y a vivir, si no quieren precipitarse en la ruina.
2º El noviazgo, señal de madurez.
El amor es una realidad humana que no puede vivirse sin esfuerzo. Por eso los novios deben ser gente madura que empiece a palpar la vida en su realidad. Han de construir su hogar, no sobre los sueños o ilusiones engendrados por la adolescencia, sino sobre las reflexiones y el realismo propios de las personas adultas y serias. El noviazgo ha de ser una época de maduración en la que el amor se desarrolle y la esperanza se intensifique, sí, pero todo ello como fruto de una atención inteligente y de un realismo profundo.
Los novios deben ser serios bajo pena de ser unos esposos desgraciados. El noviazgo, pues, está hecho para reflexionar, porque prepara un estado irrevocable. Un chico y una chica que se aman no deben comportarse como niños irresponsables, sino estar alerta a las responsabilidades que les esperan, y anticipar, hasta donde sea posible, las dificultades que tendrán que vencer. Sólo de esta manera evitarán el fracaso y conocerán la felicidad. Esta madurez y reflexión debe llevar a los novios a evitar dos actitudes generales que comprometen la seriedad del noviazgo:
1º La primera es convertir el noviazgo en un tiempo de espera, esto es, en una época durante la cual se pierde el tiempo. Durante este tiempo los novios tendrían que preparar su matrimonio, como el sembrador prepara en primavera la cosecha del otoño; por lo que es una desgracia que muchos jóvenes lo pierdan inútilmente, en vez de sacar el máximo provecho de él, dedicándose a lograr un mejor conocimiento del otro, de entregarse a un trabajo de adaptación recíproca, y de iniciar el ajuste de los temperamentos y de las personalidades.
2º La segunda es negarse a entablar, por temor, dejadez o debilidad, todos los temas de conversación serios que deberían ser los de esta época, prefiriendo quedarse al nivel de las niñerías y de las conversaciones insulsas, en vez de analizar la situación desde su ángulo real, que compromete toda su vida.
En ambos casos, los novios se preparan un despertar peligroso, porque sólo se habrán forjado ilusiones; y quien así cultiva las ilusiones, recogerá con seguridad una abundante cosecha de desilusiones. Resultará que después del matrimonio la esposa aparecerá como una mujer completamente distinta a la novia, o el marido como un hombre totalmente distinto al novio.
¿Qué ha sucedido? Que los novios se han casado con un ser soñado y no con un ser real, porque no han aprovechado el noviazgo para descubrirse mutuamente, conocerse profundamente, discutir las orientaciones esenciales de su vida, y amarse así con un amor verdadero y realista.
3º Fortaleza y prudencia de los novios.
Esta madurez reclama en los novios dos virtudes indispensables, a saber,
la fortaleza y la prudencia.
1º La fortaleza debe transmitir todo su vigor a este período de incubación del amor conyugal que es el noviazgo. Los novios, en efecto, deben superar las apariencias y penetrar en el mundo de la realidad; deben disipar las ilusiones falaces, encarar las dificultades de la vida y superar todos los obstáculos con perseverancia.
Los novios deben prepararse activa y seriamente para la vida, aprendiendo a mirar el porvenir para entrever en él la realidad: un hogar sencillo, edificado sobre la abnegación y el sacrificio; un hombre con cualidades y defectos que le hagan unas veces amable y otras detestable; una mujer que reúne los encantos y las imperfecciones que la convertirán en fuente de dicha y a veces en fuente de pesadillas.
Este es el horizonte conyugal: no un cielo azul, despejado de nubes, sino un firmamento en donde estrellas y nubarrones alternan como las sonrisas y las lágrimas en la cara de un niño.
2º Sobre esta fortaleza ha de basarse la prudencia que tanto suele aconsejarse a los jóvenes. Los novios deben examinarse el uno al otro con la mayor lealtad y honradez recíprocas, aceptando verse tal como son y sin desdibujar su imagen, para que cada uno pueda leer en el otro el porvenir de su vida. Ante el espectáculo de tantos hogares destrozados, de tantos esposos fracasados, de tantos hijos desgarrados entre un padre y una madre que ya no logran vivir juntos, es cuando la prudencia recobra para los novios todos sus derechos. ¡El suyo puede ser uno más de estos hogares desgraciados!
La prudencia formulará, sin duda, preguntas difíciles, pero a las que hay que dar respuesta. Y la primera de ellas es la siguiente: ¿Por qué he decidido casarme con mi novio o con mi novia? Porque a veces pueden darse motivaciones inconfesadas, que podrían ser la causa de un fracaso en el matrimonio: sea que la decisión de casarse se deba en realidad al deseo de huir de una atmósfera familiar que se ha vuelto excesivamente tensa; sea que el matrimonio se presente como el modo de hallar una seguridad psicológica en la vida frente a la preocupación del mañana; sea que, sobre todo en el caso de la mujer, se prefiera el matrimonio al riesgo de quedar dejada de lado, y verse reducida a una soledad desgastante o insoportable: ¡todo antes que ser una «solterona»!
Como se ve, importa mucho que ninguna de esas falsas motivaciones influya en la decisión adoptada por los novios. Se casan, no para evadirse de un hogar que ya no se puede soportar; no para descargar en otro sus responsabilidades; no para eludir el ridículo eventual de un estado de soltería; sino porque se aman y comprenden que pueden asegurarse recíprocamente la felicidad. Cualquier otro motivo debe relegarse a un plano secundario, a fin de no crear confusión y de permitir un sano análisis de la situación.
4º Elementos necesarios para un feliz matrimonio.
Para que los novios lleguen a ser esposos felices, y conserven y desarrollen su amor armoniosamente, se requiere una serie de cualidades, que son las que deben analizarse en tiempo de noviazgo. Las principales son:
1º Buena salud. Los futuros esposos no deben olvidarse de que, al contraer
matrimonio, se orientan, a más o menos largo plazo, hacia la paternidad o la maternidad, que son cargas generalmente incompatibles con un estado enfermizo. Un hombre no puede elegir a su esposa sin pensar que ella será la fuente de la vida de sus hijos. Un estado de salud precario o claramente deficiente ocasiona complicaciones de todo género, algunas de ellas de graves consecuencias. Aparte de la salud misma de los hijos, una mujer siempre enferma puede llegar pronto a ser irascible en grado sumo, hipersensible, recelosa, y crear así un ambiente que compromete la armonía conyugal. El marido, por su parte, se convierte en proveedor de los suyos: tanto su esposa como sus hijos dependerán de él; y por eso, si no goza de buena salud, el mismo pan cotidiano resulta inseguro.
2º Firmeza de carácter. El dominio de sí constituye la base del buen entendimiento entre los esposos. Es evidente que si los esposos son violentos y propensos a la ira, los conflictos se multiplicarán hasta no poder ya soportarse, y llegar tal vez a detestarse. Para ello deben dominar ya sus más vivos impulsos y refrenar sus sentimientos y sus palabras con gran fortaleza.
3º Sensatez. Los cónyuges están llamados a tomar decisiones en cuestiones fundamentales, como son la educación de los hijos, la orientación moral del hogar, etc.; y en pequeños detalles, como la elección de los colores de una habitación o la organización de una velada. La falta constante de criterio acarreará complicaciones o discusiones ininterrumpidas. En este sentido los novios deben conocerse bien. ¿Cómo razona el otro? ¿Cómo discute? ¿Sabe cambiar de opinión? ¿Sabe rectificar un juicio apresurado o falso? En caso de cometer una grave equivocación, ¿se obstina en sostenerla, o reconoce su error? La terquedad, sobre todo, parece radicalmente incompatible con las exigencias de la vida conyugal; y ante un novio o una novia dominados por tal defecto, no habría que vacilar en cortar.
4º Equilibrio. No es raro encontrar individuos dotados de firmeza de carácter y de criterio, pero que no logran controlar su sensibilidad, la cual perturba una personalidad por lo demás excelente. Si esas explosiones de hipersensibilidad son superficiales, no comprometen la armonía conyugal, y se pueden eliminar a fuerza de paciencia. Pero cuando toman un sesgo más serio y llegan, por ejemplo, a suscitar arrebatos de celos, no tienen remedio.
5º Un ideal elevado y santo. Sin un ideal elevado, la vida de los esposos se reduce a un nivel puramente natural, en el que el amor puede transformarse rápidamente en una costumbre rutinaria, la ternura en unos gestos insípidos, y la comunión carnal en explosiones embrutecedoras. Para preservarse de estos peligros, los novios deben aferrarse a un ideal elevado de vida, que espiritualice su amor y su vida; y esto sólo lo conseguirán si llenan el hogar del pensamiento de Dios.
El noviazgo es un catecumenado, en el que los novios se preparan a recibir el sacramento del matrimonio. ¿Por qué medios? Ante todo, por la instrucción: todos los novios deberían considerar como un deber ineludible formarse en la doctrina, y en todos los puntos que atañen al matrimonio que desean contraer, y al género de vida en que se obligarán a santificarse; luego, por la mortificación: no faltarán ocasiones de practicarla en ese periodo del noviazgo en el que el amor, nuevo e inexperto, amenaza con hacer saltar, bajo la presión espontánea de una ternura explosiva, los límites de la ley moral; finalmente, por la oración: «Reza una vez –dice un proverbio ruso– antes de marchar a la guerra, dos veces antes de aventurarte en el mar, y tres veces antes de casarte».
Detrás de este refrán se oculta una gran verdad: que la empresa más importante de un hombre es su matrimonio. Por eso, en el momento de comprometerse, hay que acudir a Dios, rogándole con insistencia que bendiga ese amor naciente, para que con su gracia pueda hallar su camino hasta la eternidad
Del libro NOVIAZGO Y FELICIDAD», («El sentido del noviazgo») del Padre Pablo Eugenio Charbonneau
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