Hoy, el Dr. Mario Guzmán nos habla de nuestra propia conversión, el primer hombre que llevamos dentro, viene salido de la tierra, ¿podemos vivir una transformación como San Pablo?
El primer hombre salido de la tierra es terreno; el segundo, viene del cielo, Dr. Mario Guzmán Sescosse
Hace veinte años tuve el gran privilegio de vivir por un par de años en la ciudad de Barcelona. En aquel entonces, no se vivía con el miedo del coronavirus, la gente andaba por Passeig de Gràcia, Las Ramblas y el Barri Gòtic con total tranquilidad. De día y de noche, se disfrutaba caminar a través de sus hermosas calles o de tomar un aperitivo en alguno de sus deliciosos bares y restaurantes. En cambio, ahora, en Barcelona, como en Roma o en Chicago o en muchas ciudades del mundo, está prohibido salir de casa. Y es que el virus tal vez no será tan mortal como muchos temen, pero ya ha consumido la vida social de un gran número de ciudades. A pesar de ello, no dudo que esas ciudades saldrán fortalecidas y renovadas de esta difícil situación. Así lo muestra la historia de la humanidad, así lo seguiremos haciendo hasta el final.
En mi estancia en Barcelona, también fui introducido a un gran libro del psicólogo y filósofo norteamericano William James que se titula: La Variedad de las Experiencias Religiosas. La recomendación fue hecha por el Dr. Pere Segura, uno de los psicólogos más sabios e íntegros que he conocido, fue mi profesor en el master, además de mi analista. Sin duda le debo mucho de lo que ahora soy, entre ello su participación en que recuperara la fe. Esto lo logró en parte con la recomendación de ese libro, así como al retarme a leer la Biblia y sugerirme pasar un tiempo en el Monasterio de Montserrat para meditar qué quería Dios de mí. Sin saberlo, el libro de James, la Biblia, mi análisis, las discusiones sobre Dios, la sugerencia de acercarme al Monasterio y su ejemplo de conciliar la fe y la ciencia (el catolicismo y la psicología) sembraron una semilla que con el tiempo ha germinado y ahora me llevan a vivir tanto mi vida personal como la profesional desde una perspectiva sobrenatural. Siempre le estaré agradecido.
Entre las cosas que me cautivaron del libro de James se encuentran su búsqueda de una metodología científica para comprender el comportamiento humano y las experiencias religiosas. Con el conocimiento disponible de su época, y el extraordinario uso de la razón que caracterizaban al psicólogo y filósofo americano, se propuso a describir cómo podemos distinguir la verdadera experiencia religiosa de aquella que es resultado de procesos psicológicos o incluso neurológicos que llevan al sujeto a creer que ha experimentado una experiencia espiritual cuando en realidad no lo ha sido. A través de estudios de casos, James explica ejemplos que dejan a uno sorprendido pues la transformación que procede después de dichas experiencias pareciera dar evidencias de su validez. Alcohólicos que de la noche a la mañana cambian su vida radicalmente y la entregan a Dios. Personas ateas o resentidas con Dios que de pronto se convierten y buscan la conversión de los demás. Hombres y mujeres que aseguran haber tenido una experiencia, un encuentro con Dios, que cambió sus esquemas cognitivos y afectivos de entender la vida y su propósito, así como la relación con los demás. El libro de James, se convirtió en el fundamento intelectual de las disciplinas que ahora llamamos psicología y religión y psicología de la religión. Dos áreas de estudio científico que sirven de vínculo (y tal vez de reconciliación) entre la psicología y la religión.
Pero ninguno de los ejemplos de James se compara al más potente de todos, al del último de los apóstoles. Y es que no hay historia como la de Pablo, ni converso que haya cambiado la historia de la humanidad como él lo hizo. Pablo pasó de ser el perseguidor de los cristianos a convertirse en el más grande apologeta y evangelizador de la historia del cristianismo. Además, Pablo aporta en sus epístolas los cimientos que han permitido el desarrollo de la ciencia teológica, de la liturgia y de la vida de la Iglesia como comunidad de Dios.
Los cristianos estamos en una deuda eterna con el gran sacrificio y las grandes enseñanzas que este apóstol nos dejó.
Dentro de dichas enseñanzas se encuentra la recogida en 1 Corintios 15 sobre la resurrección de los muertos. En ella explica la importancia central que tiene para la fe cristiana la resurrección de Cristo, y la futura resurrección de los muertos, Pablo nos dice; «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.» (1 Cor 15, 14). En ese mismo capítulo también nos explica la diferencia entre el cuerpo terrenal y el cuerpo celestial, nos habla de cómo será nuestra apariencia cuando la resurrección tenga lugar:
«Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste. Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción.» (1 Cor 15, 42-50)
Esta enseñanza es de una gran belleza teológica, sin embargo, he puesto en negritas algo que ha captado mi atención desde un análisis psicológico, tanto de la experiencia de conversión individual, como de la crisis que se vive hoy en todo el mundo fruto del coronavirus y las decisiones de nuestras autoridades.
Y es que el apóstol nos señala no solo una realidad teológica o de fe, sino que a la vez nos habla del proceso psicológico de transformación individual que tiene lugar en quienes experimentan la conversión. Para quienes nacimos en la fe puede ser difícil de entenderlo pues el proceso es distinto, ya que habiendo sido alimentados desde chicos con la tradición podemos caer en el efecto de la habituación y dar por garantizada nuestra fe lo que encierra el gran peligro de extinguir su furor. En cambio, los conversos han descubierto algo nuevo y fascinante en sus vidas que los lleva, como fue el caso de Pablo, a querer compartirlo con todos y a querer transformar tanto a su ser como a la cultura en la que habitan.
El converso no solo entiende, sino que experimenta con su ser y espíritu que el primer hombre es terreno, pero que el segundo viene del cielo. Busca dejar atrás al ser terreno, para convertirse en un ser del cielo.
Sabe, junto con el apóstol y con Jesús, que el reino del cielo está entre nosotros y que viene sin dejarse sentir (Lucas 17, 20-22) por lo que él tiene que buscarlo para experimentarlo. La experiencia inicial se convierte en el punto de partida de su transformación individual, de su búsqueda de Dios y de su reino.
Pero esta experiencia no es exclusiva del converso o del ateo que ha encontrado la fe o de aquel como Pablo que antes perseguía a los cristianos, para ahora defenderlos. Esta posibilidad de transformación también está al alcance de quienes crecimos desde chicos en la fe, aunque para alcanzarla necesitamos vernos con nuestra pobreza terrenal, necesitamos reconocer nuestra necesidad de conversión permanente. La habituación es la enemiga de la transformación, el impedimento de experimentar el reino del cielo en la tierra. Por eso, hemos de pasar por crisis de fe, pues nos perdemos en el mundo y nos alejamos de Él y de su reino. Pero en la crisis, la enfermedad, la conciencia del pecado, las adversidades y los sufrimientos del mundo, no todo es negativo, en realidad representan el catalizador que nos pueden llevar a dejar al hombre terrenal para lograr el hombre espiritual. Es la oportunidad para reconocerse limitados y dejarse tocar por aquel que nos espera. Es pues, la invitación a dejarse sentir y experimentar el reino de Dios entre nosotros. Es por ello que el último de los apóstoles nos dice:
«Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.» (Efesios 4, 20-24)
Valdría entonces la pena abrirnos a aceptar las crisis, a abrazar el sufrimiento, a no resistirnos ante los momentos de adversidad, a mirar nuestros errores y pecados del pasado, pues tal vez son el medio que necesitamos para dejar el hombre viejo y dar paso al Hombre Nuevo. Tal vez la crisis del coronavirus es la oportunidad de hacer eso tanto a nivel individual como colectivo. Quizá, la cultura Occidental pueda aprender de la pausa que estamos haciendo, aprender que lo más importante no es ser indulgente con nuestras pasiones o deseos, que tampoco lo es ser famosos, adinerados o exitosos, sino que lo más importantes es vivir una vida entregada a Dios, a la familia y al prójimo. Puede ser que esta epidemia ayude a Barcelona, a Chicago, a Roma y a todas las ciudades del mundo a convertirse a replantearse el rumbo que hasta ahora hemos tomado, a dejar la destrucción de la vida, el ataque a la familia y el abandono de Dios.
Incluso, este tiempo podría servir para que cada uno busquemos nuestra conversión individual, para sentirnos retados a leer la Palabra de Dios y dejarnos transformar por ella. Podría ser que esta sea la gran oportunidad para la conversión constante y permanente y así dejar al hombre terrenal para dar paso al hombre espiritual. Pues lo que hoy vivimos en todo el mundo es el recordatorio de que muy pronto dejaremos este plano de la existencia y en cualquier momento tendremos que estar frente a frente ante nuestro creado.
Pablo nos dice » La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos” (I Corintios 15,50) y Jesús nos dice que ese reino está entre nosotros, por lo tanto, es hora de poner la mirada en lo espiritual y no en lo terrenal. Es hora de buscar a Dios en todas las cosas y dejar todas ellas por Él. Eso es lo que describió James en los ejemplos de su libro, eso es lo que el estudio de la psicología del converso nos dice que es posible, eso es lo que Pablo encarnó y nos llamó a todos a hacer. Eso es lo que tú y yo podemos hacer cada día de nuestra vida. Eso es lo que Occidente necesita hacer para salir renovado y fortalecido de la crisis que hoy vivimos.
Ojalá que en medio de esta pausa forzada que vivimos, encontremos el proceso de conversión y transformación al que todos estamos llamados.
Saludos con aprecio
Por Mario Guzmán Sescosse

Nuestro artículo recomendado, un éxito del Dr. Mario Guzmán:
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