El Ermitaño de la cuesta-Marchando Religion

El ermitaño de la cuesta

El ermitaño de la cuesta de la Chilcas, un artículo de Fray Agrícola

El Ermitaño de la cuesta-Marchando ReligionTuve la oportunidad de conocer a este hombre cuando tenía aproximadamente 4 años de edad. El vivía debajo del puente de la Cuesta de las Chilcas en la ruta 5 Norte, camino a Santiago de Chile. Mi papá cada vez que iba a Santiago paraba en aquella cuesta sobre un pequeño puente. Luego descendía unos metros hasta llegar a una especie de cueva. Una vez estando allí, llamaba a este extraño hombre para pasarle un olla con comida. 

El Ermitaño salía al exterior muy silencioso, de hecho nunca le escuché ni una sola palabra.

Su mirada era profunda, muy pero muy profunda. Era de esas miradas que calan el alma. Su ropa era harapienta, como rebanada por el tiempo y el clima. Siempre me llamó profundamente la atención que despertara en tanta gente la caridad y a la vez la curiosidad.

    Conozco muchísima gente que vive en condiciones miserables, que vive una soledad no buscada, pero por esas cosas de Dios, ellos no despiertan el afecto de casi nadie. Sin embargo, por un misterio muy profundo, el Ermitaño de la Cuesta de Las Chilcas, con su sólo aspecto llamaba la atención de todos sin decir ninguna palabra.

Había algo en su mirada,  un imán que removía las conciencias del mundo. 

Reconozco que la Cuesta de las Chilcas es un lugar tétrico, al menos así lo percibo cada vez que paso por allí. Es un lugar muy cerrado, lleno de rocas inmensas, que me hacen imaginar el comienzo del mundo. No hay nada allí, apenas unos pocos arbustos, y un esterito que corre sólo en invierno.

   El Ermitaño vivió más de cincuenta años en la cuesta. Se decía que él vivía allí a causa de un accidente automovilístico que sufrió su familia en ese lugar. Esta versión no me consta. Otra posibilidad de su aislamiento puede ser algún tipo de desquicio mental. Pero a decir verdad creo que su estadía en ese lugar tan aislado de la sociedad, era para remecer el alma de una sociedad petrificada y ensimismada en sus egoísmos. 

    San Benito de Nursia era otro ermitaño, pero este ermitaño era de aquellos elegidos por la Divina Providencia, para serlo sólo por un tiempo.

Benito eligió una cueva en Subiaco, en el valle de Anio. Él deseaba vivir sólo para Dios. Su compañía eran las Sagradas Escrituras. Este noble hombre, de familia aristocrática y muy influyente en Roma, decide abandonar las comodidades del mundo para no perder su alma. El motivo de su huida era la corrupción imperante de las costumbres en la urbe.

    A la cueva del Subiaco, concurría gente de todas partes para ver al ermitaño y pedirle consejo. Muchos concurrieron para pedirle a Benito que formara un monasterio. Fueron tantas las insistencias, que el pobre Benito tuvo que abandonar la soledad de su cueva para guiar a aquellas almas en busca de Dios.

Llegó a fundar doce monasterios. La gracia asistió a Benito toda su vida.

Su hermana Escolástica también se embarcó en la idea de la fundación de los monasterios- de hecho ella había sido consagrada a Dios desde su infancia-. Así surgieron, por todos lados monasterios de monjas y monjes guiados por la Regla que Benito les escribió. Más adelante, la cultura occidental  iba a ser salvada gracias al esfuerzo de los monjes Benedictinos que se dedicaron a transcribir los libros de filosofía y ciencia. Una vez que los Bárbaros invadieron las ciudades destruyendo todo a su paso. Ellos no se atrevieron a destruir  aquellos lugares dedicados a la oración y el trabajo. Ese era el caso de los Monasterios Benedictinos. De hecho, muchos bárbaros se convirtieron por el sólo ejemplo de aquellos monjes.

Los Monasterios Benedictinos quedaron muy pronto en medio de las ciudades, ya que mucha gente construyó sus casas alrededor de donde provenía la fe y la cultura. 

      La vida del Ermitaño de la Cuesta de las Chilcas no tuvo los mismos efectos que la vida de San Benito. El Ermitaño de las chilcas no mostró nunca algún tipo de religiosidad, no guió a nadie, no habló nada. No construyó monasterios, ni obró milagros. No redactó una regla, ni quiso convertir a nadie.  Lo único que hizo tal vez sin querer hacerlo, fue vivir solo, en medio de un gran silencio. 

    Ermitaño de la Cuesta de la Chilcas, para quienes te conocimos, tu recuerdo sigue vivo sin tener una mayor explicación al respecto. No fuiste un starets del desierto. Más bien, un mendigo en la soledad. Pero algo había en ti, que marcó nuestra alma.

    Mis más sinceros agradecimientos, para todos aquellos ermitaños que eligen esa vida por amor a Dios. Ellos son el Pulmón de la Misericordia de Dios.

Y para los que no lo son por motivos religiosos, tienen todo mi respecto. Porque revuelven las conciencias de todos aquellos que se encuentran enfermos, en medio de un mundo donde no existe el silencio y abunda el egoísmo.
   La humilitas de estos hombres, con grandes diferencias y grandes cualidades, nos impulsa a que reconvirtamos nuestras miradas a Dios y al silencio de la oración. El cenobítico de Montecasino, nos ilumine con la sabiduría de su regla: » In primis Dominum diligere ex toto corde, tota anima, tota virtute; deinde proximum tanquam seipsum. Deinde non occidere, non adulterare, non facere furtum, non concupiscere, non falsum testimonium dicere, honorare omnes homines, et quod sibi quis fieri non vult, alio ne faciat.»

      Se debe amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda el alma y con toda las fuerzas. Y al prójimo como a sí mismo. No se debe matar,cometer adulterio. No se debe levantar falso testimonio. Honrar a todos los hombres, con tal de no hacer a otro lo que a uno no le gustaría que le hicieran.
                                                                                                                                                                                
Fray Agrícola

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Author: Fray Agricola