» He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo «, ¿A quién se refería Juan y que quería decir con esta frase? Profundicemos en la vida de Cristo
El Cordero de Dios, Rev. D. Vicente Ramón Escandell
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
1. Relato Evangélico (Jn 1, 29-34)
En aquel tiempo, vio Juan venir Jesús y dijo: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una
paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me
envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo
le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
2. Comentario al Evangelio
Se acerca Jesús a la ribera del Jordán, y Juan sale a su encuentro y lo proclama abiertamente como el <<Cordero de Dios>>, aquel sobre cuyas espaldas recaerán todos los pecados del mundo, y con cuya sangre serán borrados. Anuncio premonitorio del destino de Jesús y del sentido de su misión: Él es el verdadero cordero de la expiación, aquel sobre el que el pueblo, simbólicamente, depositaba sus pecados en la fiesta del Yom Kippur, y que era sacrificado a las afueras de la Ciudad Santa. Como él, Jesús cargará con los pecados de la Humanidad, presentes simbólicamente, en el madero de la cruz, y sobre el cual será sacrificado fuera de las murallas de Jerusalén, como lo era el Cordero de la expiación. La sangre derramada será el precio de nuestra salvación y el Cordero degollado señal invicta del triunfo de Dios sobre el poder de las Tinieblas.
3. Reflexión
La Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo. En ella, los signos sensibles significan, y cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre; y así, el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público integro[1], proclama solemnemente el Concilio Vaticano II.
La Liturgia de la Iglesia, que en nada agota toda su actividad, es la expresión viva de la fe, de ese conjunto de verdades reveladas por Dios y necesarias para nuestra salvación y santificación. Cada uno de sus gestos, cada una de sus palabras, encierran tesoros de gracia y santidad, que no pueden hallarse en ninguna otra expresión privada de piedad, salvo que Dios así lo permita. Esta centralidad de la Liturgia en la vida de la Iglesia, justifica el cuidado de la misma en el día a día de la vida del cristiano, tanto en los aspectos externos como en los internos. Desde la celebración de la Santa Misa hasta la de los Sacramentos, pasando por el rezo del Oficio Divino, cada uno de sus elementos es expresión viva de la Tradición de la Iglesia, pero también canal de la gracia divina; pues, en su bondad, Dios ha querido que, a través de signos inteligibles, podamos penetrar, aun torpemente, en el su misterio y en el de la gracia. De ahí, la insistencia de la Iglesia, Madre y Maestra, en que todos los fieles amen, cuiden y participen de la vida litúrgica, en tanto que, en ella, unidos a Nuestro Señor Jesucristo, ofrecen al Padre un culto agradable en espíritu y en verdad. Y este amor, cuidado y participación comprende desde el respeto a las normas litúrgicas hasta el decoro en los lugares de culto, e implica a todos los miembros de la Iglesia: desde los obispos, principales responsables de la Liturgia en sus diócesis, hasta los fieles, pasando por los sacerdotes, quienes colaboran con los obispos en la tarea de la santificación de los fieles por medio de la Liturgia. Y ello, no por un mero afán estético o disciplinario, sino por el hecho de que aquellos que son santificados por medio de ella, tienen el derecho de recibirla en toda su verdad y transparencia, sin añadidos ni supresiones, motivas muchas veces por modas o personalismos individuales o comunitarios. De esta manera, respetando los elementos externos de la Liturgia, manifestamos el respeto y el amor debidos, no sólo a la Iglesia, que nos los transmite, sino a Dios que, por medio de ellos nos hace llegar su gracia salvadora.
Testimonio de la Tradición
Teofilacto (c. 840)
Se llama Jesucristo Cordero de Dios porque Dios Padre aceptó la muerte de Jesucristo por nuestra salvación. O lo que es lo mismo, en cuanto lo entregó a la muerte por nosotros. Y así como acostumbramos a decir esta ofrenda es de tal hombre, esto es, la que tal hombre ofreció, así Jesucristo se llama Cordero de Dios, quien le había entregado a la muerte por nuestra salvación.
Catena Aurea
Oración
Señor Jesucristo, que en los signos sensibles nos haces llegar los tesoros de tu gracia invisibles; ayúdanos a amar, cuidar y participar dignamente en los santos misterios a través de los cuales, tu Esposa, la Iglesia, nos santifica, nos llena de vida y nos hace participes de tu vida inmortal. Que vives y reinas. Amen.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1] SC 7
Después de leer, «el Cordero de Dios», les recomendamos: La realeza de Cristo en nuestra sección de Espiritualidad
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