¿Les gustaría saber cómo transcurrió el concierto de año nuevo 2019?
«Pangermanismo sutil para estrenar el año», un artículo de Miguel Toledano.
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Tiempo de lectura estimado: 4 minutos.
Cuando el magnifico proyecto de Marchando Religión iba a ver la luz, Sonia Vázquez me propuso, al margen de diferentes posibilidades, escribir sobre música. No se me ocurre mejor forma de hacerlo que con una reseña pormenorizada del Concierto de Año Nuevo a cargo de los filarmónicos vieneses hace unos pocos días. Al fin y al cabo, se trata de la mejor orquesta del mundo, desde la sala de audiciones más elegante del mundo, en la ciudad más bonita del mundo y tocando la música más inspirada y brillante jamás compuesta.
Frente a la ordinariez con que la televisión española nos castiga en la noche de San Silvestre, la Radiodifusión austríaca saluda el primer sol de enero, desde que aparece el logotipo de Rolex hasta que se culmina la Marcha dedicada al Mariscal Radetzky, con un derroche ininterrumpido de buen gusto.
Christian Thielemann surgió imponente sobre el podio para regalarnos la “Marcha Schönfeld”.
El más alemán de los jefes de orquesta de la actualidad eligió este homenaje al Teniente General de los ejércitos de Francisco José para su debut en la distinguida elite de los directores de este concierto. El compositor, Ziehrer, fue maestro de capilla militar y competidor de los Strauss, aunque hoy sea su fama internacional menor que la de aquéllos.
Precisamente de Josef Strauss fue la segunda composición de la matinée, el vals “Transacciones”, cuyos apacibles compases fueron amenizados con imágenes de un jardín japonés en tonos rosas y blancos.
La compostura de Thielemann recordaba al inolvidable Rafael Frühbeck, aunque el mítico artista burgalés se prodigase durante su fértil carrera más bien con la otra prestigiosa organización musical de la capital imperial, la Orquesta Sinfónica de Viena.
Si uno de los aspectos más sobresalientes de este concierto es la variedad dentro de la unidad estilística, no pudo ser más adecuada la selección, a continuación, de la “Danza de los Elfos”, de Josef Hellmesberger hijo, auténtico exponente de minimalismo musical en plena culminación de la época romántica.
Por cierto, que cada año las mujeres van poblando el universo antes exclusivamente andrónico de los virtuosos; a la pionera en el arpa se suman ya las cuerdas, el fagot y el flautín.
Las rosas amarillas de la Musikverein engalanaron la polka rápida “Express”, obra del compositor incumbente de este acontecimiento, o sea, Johann Strauss hijo.
En ediciones anteriores los floristas combinaban el producto propio con el de invernaderos extranjeros; parece ser que en esta ocasión los proveedores eran exclusivamente vieneses, quizás acorde con el mayor nacionalismo en boga del Primer Ministro Christian Kurz, presente en el auditorio sin ostentación.
La cámara enfocó por igual al Secretario General de las Naciones Unidas a los sones del vals lento “Escenas del Mar del Norte”, también del más famoso representante de la familia Strauss.
El señor Moon ocupaba la primera fila del patio de butacas.
Christian Thielemann, tras cinco piezas y media hora de música, apenas se había despeinado; su estilo es sobrio y, como hacía el tenor de tenores Alfredo Kraus en sus recitales más refinados, se sirvió de principio a fin de la partitura impresa, no dejando margen alguno a la improvisación.
La primera parte del evento concluyó con la polca rápida “Mit Extrapost”, con franqueo adicional, del más joven de los Strauss, Eduard; la última nota fue producida por los músicos con precisión milimétrica, de tal modo que los arcos de los violines se alzaron exactamente al mismo tiempo en el silencio final. El control del wagneriano Thielemann era total.
El intermedio es momento que los telespectadores jamás deben menospreciar, pues la unión europea de radiodifusión, a través de la señal de Eurovisión, nos obsequia tradicionalmente con un documental que es de calidad igual o superior a la del resto del programa.
Esta vez la ORF televisó un corto de veintitrés minutos y medio, sinceramente impagable, conmemorativo del centésimo-quincuagésimo aniversario de la Ópera de Viena.
Comenzó con una transcripción para cuatro violonchelos de la obertura de “Las Bodas de Fígaro”, de Mozart, parafraseada desde la terraza y la escalera principal del teatro; seguidamente, la soprano finlandesa Camilla Nylund, con talle de valquiria, ensayaba el hilarante dúo del reloj de “El Murciélago”; un trío de cuerda animaba, con la obertura de “Don Juan”, un recorrido por los bustos y estatuas que adornan los pasillos del coliseo vienés: Karajan, Böhm, Toscanini, entre los directores, Rossini, Cherubini, Boieldieu, Marschner, Weber, Meyerbeer, Mozart y Donizetti, por lo que se refiere a los compositores; de la “Lucia di Lammermoor” donizettiana interpretó el coro de la Ópera estatal “Per te d’immenso giubilo”, que nosotros recibimos, desde luego, con inmenso júbilo.
La elegancia del ballet, incluso en ropa de ensayo, se demostró con la “Raimunda” de Glazunov, donde se equilibraron tendencias clásicas y modernas; finalmente, el octeto filarmónico de viento acompañó a Papageno y Papagena mientras culminaban su famoso duo elevándose en la torre del teatro y los valses del “Caballero de la Rosa” cerraban la apoteosis.
Si no vieron en directo esta joya del entreacto, búsquenla en internet porque no se arrepentirán.
La segunda parte del concierto se inauguró con los aires húngaros de la obertura del “Barón Gitano”; las aceleraciones escritas por Johann Strauss estaban maravillosamente sostenidas por los contrabajos, situados en la que es su posición inconfundible en la agrupación vienesa, esto es, en el centro, detrás del viento, y no a la derecha del director junto a los violonchelos, como hacen mayoritariamente los demás conjuntos del orbe.
Después de los primeros bravos del día, Thielemann había seleccionado la polka francesa “Die Tänzerin”, la bailarina, de Josef Strauss, que le permitió exhibir la seriedad impuesta con sus brazos verdaderamente largos, danzando a veces lo justo con su corpachón berlinés en medio de todos aquellos primos del sur del Danubio.
El Ballet Estatal de Viena acompañó el vals “Vida de artista”, de Johann Strauss; en ese momento nos apercibimos del primer caballero no vestido con corbata presente en toda la sala, sin que a lo largo de la emisión completa pudiéramos contar más de tres, uno de ellos en la zona de pie detrás del patio de butacas.
Los profesores, desde luego, lucían la de color gris pastel de su uniforme con el precioso acrónimo “MV” estilo art-déco que define su institución; Thielemann la portaba de austeras rayas gris marengo, con amplio pañuelo blanco en su chaqué, todo a juego con su impecable raya al lado izquierdo.
Y otra dosis de clasicismo: una de las once damas en la entidad exhibía preciosos pendientes de diamante en forma de hoja, mientras el realizador se recreaba constantemente con el maquillaje de la arpista belga Anneleen Lenaerts, que por su parte no perdía ojo de la batuta.
Una vez más de Johann Strauss eran los acordes de la polka rápida “La bayadera”, que el director apenas estimulaba con su mano izquierda, rememorando las esencias de un Carlos Kleiber de nuestros desvelos, aunque sin la espectacularidad de éste, legendaria e irrepetible. Con la misma suavidad de gigantón acometió la polka francesa “Soirée de la ópera”, de Eduard Strauss, y volvió a su hermano mayor Johann para hacer sonar los ecos cinegéticos en los primeros acordes de los metales del vals “Eva”, con caracteres medievalizantes.
Siempre del mismo compositor, el Ballet se trasladó al castillo Grafenegg para acometer las zardas del “Caballero Pásmán”, en la que la solista Alice Firenze sustituyó el tul por la minifalda. Por primera vez sin batuta, Thielemann se permitió un gesto humorístico durante la “Marcha egipcia” straussiana, toda vez que los instrumentistas tararearon al unísono el segundo tema de la estructura A-B-A, al ritmo marcado por la pandereta.
El pizzicato de las cuerdas con el arpa y la melodía de los violines inauguraron el vals “Entreacto”, del ya citado Hellmesberger, complementado con el triángulo, uno de los protagonistas de este feliz repertorio, además de los dos piccoli.
Modesto en esta sede abrumadora, Thielemann efectúa gestos de agradecimiento y se agacha ligeramente al terminar su ejecución, a la que sigue la de la polka-mazurca “Elogio de las mujeres”, factura nuevamente de Johann Strauss, uno de los más conspicuos amantes del bello sexo en toda la historia de la música clásica – y eso es decir mucho.
El programa oficial lo clausuró el vals “Sonidos de las esferas”, de Josef Strauss, que permitió al realizador de la televisión austríaca comparar los destellos de las lámparas de la sala dorada, en planos fotográficos de una calidad que no habíamos visto antes, con las ramas nevadas de los bosques de Viena, completando así el ciclo abierto con el jardín japonés que hora y media antes había acompañado las armonías del mismo compositor.
Humilde a más no poder el gran hermano alemán, Thielemann saludó de forma más particularizada que nunca a los diversos componentes de la orquesta austríaca, que ejecutó la primera de las tres propinas previstas, a saber, la trepidante polka francesa “A paso de carga”.
Con la proverbial firma de Johann Strauss llegó el segundo bis, “En el bello Danubio Azul”, que el director quiso seguir con precisión germánica, provisto incluso aquí de la partitura escrita, a pesar de conocer cada uno de sus compases de memoria; salvo error por mi parte, la inmortal melodía nos trasladó en la retransmisión a los castillos de Persenbeug, Greinburg, Artstetten, Leiben y Schönbühel, a la basílica Maria Taferl y a las ruinas de Weitenegg, Aggstein, Hinterhaus, Dürnstein y Greifenstein.
La Marcha Radetzky fue dirigida sin batuta –¡y sin partitura!– ante el entusiasmo de los abundantes melómanos japoneses ataviados con traje tradicional y de un insigne tenor que, extrañamente, ocupaba su plaza como oyente y no sobre el escenario, el limeño Juan Diego Flórez.
Terminamos con una nota para la esperanza: A pesar de la presencia del mundialista señor Moon, el brindis del director se limitó a felicitar el año nuevo, sin añadir loas a la fraternidad universal, el cambio climático o la teoría de género. Hasta en eso nos ha admirado Thielemann.
Miguel Toledano
Esperamos que hayan disfrutado con esta crónica del concierto de año nuevo 2019 y les invitamos a quedarse en nuestra página y a recorrer nuestras distintas secciones: Misa Tradicional, Arte, Historia de la Iglesia, Nuestras firmas…
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