«Agradecimiento», Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
Relato Evangélico (Lc 17, 11-19)
Un día, sucedió que, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: «Id
y presentaos a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y
postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era
un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez?
Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios
sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».
Comentario al Evangelio
La relación del Pueblo de Israel con Dios fue, en no pocas ocasiones, una historia de amor no correspondido. Desde el Éxodo hasta el advenimiento de Cristo, no fueron pocas las ocasiones en que el Israel se comportó ingratamente con el Señor, olvidando las maravillas que Él había hecho por su pueblo. El David y los profetas se lamentan de la ingratitud del pueblo y del amor no correspondido de Dios por él, hasta el punto de ensalzar la actitud de los gentiles que, como en el caso de Rut o Naamán, glorificaron a Dios por las obras que realizo en su favor. Algo semejante ilustra el Evangelio de este domingo: en el límite entre Samaria y Judá, Jesús recibe la alabanza humilde de un leproso samaritano, mientras que ninguno de los judíos vuelve a darle las gracias por haberlos sanado. Jesús recalca la condición pagana del samaritano para vergüenza de los judíos que, sintiéndose seguros con el cumplimiento de la Ley, olvidan la gracia recibida por el autor de la misma. Como en el caso del centurión y la mujer cananea, Jesús alaba la fe del samaritano, que ni judío ni gentil, sabe de quien ha recibido un bien, porque ha confiado en el poder de Dios que obra por medio de Él. Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero, ha venido a rescatar lo que estaba perdido y a cegar en su propio orgullo a los que se ufanan de ver.
Reflexión
Si la fe salvó a aquel que se había postrado a dar gracias, la malicia perdió a los que no se cuidaron de dar gloria a Dios por los beneficios recibidos. Por estos hechos se da a conocer que debe aumentarse la fe por medio de la humildad, comenta san Beda el Venerable al evangelio de este Domingo[1].
Cuatro son los fines de la Santa Misa: adoración, propiciación, acción de gracias y petición. Estos cuatro fines no se excluyen mutuamente, sino que se complementan entre sí, para que la Iglesia ofrezca a Dios un sacrificio perfecto y agradable. Mirando concretamente a la Misa como “acción de gracias”, vemos como en el desarrollo de la misma la Liturgia nos invita, con palabras entresacadas de la Escritura y la Tradición, a agradecer a Dios los favores que de Él hemos recibido. El canto o recitación del “Gloria” y del “Santo” son, entre otras, las expresiones más sublimes de ese agradecimiento que todo fiel debe a Dios, no tanto por los bienes recibidos individualmente, sino por el mismo hecho de que nos haya escogido, entre todos los hombres, para formar un pueblo santo, el nuevo Israel, llamado a ser sacramento de Salvación universal. Esto de por sí ya es motivo de gozo y alegría, porque Dios nos ha regalado el don de la adopción filial que, por medio de su Hijo Jesucristo, nos hace participar de su misma vida divina a través de su humanidad sacratísima. Este es un gran misterio que merece todo nuestro agradecimiento, porque no han sido nuestros méritos, ni los de nuestros padres, los que nos han hecho objeto de tan gran don, sino que ha sido su benevolencia la que nos ha hecho pasar de criaturas a hijos por adopción. Motivo, pues, de agradecimiento a Dios y un motivo más para vivir la Santa Misa en donde la Iglesia expresa con tanta elocuencia su agradecimiento a Dios por lo dones recibidos y por su existencia; porque ella es fruto, no del deseo de los hombres, sino del amor de Dios, y a Él debe acudir en busca, y no a los hombres, de inspiración para realizar la tarea que le ha sido encomendada: ser sacramento universal de Salvación, en plena fidelidad a la voluntad salvífica de su divino Fundador.
Testimonio de los Santos Padres
San Agustín de Hipona (354-450)
Si la fe falta, la oración es inútil. Por tanto, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte le fe. La fe produce la oración y la oración produce a su ve la firmeza de la fe.
De verb. Dom. Serm. 36
Oración
Señor Jesucristo, a cuyo Padre
agradecemos el misterio de tu Encarnación, perdona nuestras ingratitudes por el
don de tu Salvación; que tu gracia nos vuelva agradecidos para poder seguir recibiendo
los dones de tu Corazón, y en especial, un fiel amor por la Iglesia. Que vives
y reinas por los siglos de los siglos. Amen.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1]Catena aurea
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