Una vida indiferente

«Al destruirme, dejo de ser superfluo…»

Ivan Turguénev.Diario de un Hombre Superfluo.

«[…] He de confesar una cosa: en este mundo he sido un hombre completamente superfluo o, quizá, un pájaro completamente superfluo», escribe Chulkaturin, narrador y protagonista del Diario de un Hombre Superfluo.Chulkaturin se está muriendo y, desde su cama, decide «contarme mi propia vida». El protagonista confiesa la propia vanidad; no como el Iván Ilich, de Tolstoy, sino como un hombre aparentemente conciliado con su vacío.

Empieza hablando de la niñez triste, del padre viciado en el juego, pero cariñoso; y de la madre cuya mojigatería atormenta tanto a los demás como a ella misma. Con ellos pasó la niñez, algo aislado pero consolado por la belleza del hogar. Muerto el padre y cargada la familia de deudas, perdió la casa de su niñez y se fue a vivir en la ciudad, junto a su madre. Así de linear empieza la narración.

Pero luego Chulkaturin se detiene en un episodio que ocupa casi la narrativa entera, un único episodio que le afluye a la memoria y caracteriza la superfluidad del protagonista: su amor a una muchacha llamada Liza. Buena parte del episodio, y del sufrimiento del protagonista, ocurre más en sus pensamientos que en la realidad. Chulkaturin es un hombre que sigue la vida y la gente con la mirada; es, también él, un moviegoer.

Cuenta el protagonista que, a causa del trabajo, tuvo que irse a una pequeña ciudad del interior. Ahí fue donde conoció Liza, muchacha de 17 años cuya madurez, cuya entrada en la vida adulta y preparación para el amor, él sigue de cerca. Enamorado de Liza, cree que la muchacha despierta al amor gracias a él, pero pronto nota el propio equívoco. Antes de estar seguro de ello, pasa – gracias a la propia imaginación – los días más felices de su vida.

Pronto llega a la ciudad un príncipe, de quien Liza se enamora, y el castillo de cartas de Chulkaturin se desmorona con el viento. Arrebatada su felicidad, siéntese traicionado por Liza, se vuelve huraño y celoso. Temiendo la vergüenza, como todos los hombres que «oyen demasiado el crujido de la hierba interior», que dijo Rafael García Serrano, Chulkaturin cae en el ridículo. No podría ser traicionado porque Liza jamás lo había amado.

Chulkaturin tiene rabia. Rabia de Liza y del príncipe que la encanta. Se demora en la narración de los pensamientos de entonces, de los planes para denunciar al galante engañador. Tiene rabia de que no le den la más mínima atención, anticipando al hombre del subsuelo de Dostoyevski. Tiene rabia, en el fondo, de que no lo amen ni tampoco lo odien. Tiene rabia de no ser, a los ojos de personas importantes en su vida, nadie.

Claro que, de su parte, y únicamente de su parte, entabla una rivalidad con el príncipe. Al fin lo insulta y se baten en duelo, pero el príncipe “humilla” al protagonista perdonándolo. Pronto toda la ciudad se entera, aunque no por el príncipe, del duelo y Chulkaturin se convierte en un paria. El protagonista cree que el príncipe podría anticipar el resultado de su “victoria”, el prestigio aumentado ante Liza y los demás a causa de su grandeza. Se vuelve más furioso.

Pero la rivalidad con el príncipe va mucho más allá del amor por Liza, que en cierta manera lo pone en marcha. Chulkaturin se da cuenta de algo desde la primera vez que ve el príncipe; se da cuenta, cree, de la posibilidad que Liza se enamore de él. Sin embargo, no se trata de Liza, sino de Chulkaturin. Cuando ve el príncipe, en realidad ve todo aquello que él mismo no es. No lo sabe, por lo menos no conscientemente, pero la rivalidad con el príncipe es a la vez admiración y envidia.

Chulkaturin quiere ser rival de la gran figura para ser reconocido, aunque el reconocimiento sea como el de un rival digno. Sería reconocimiento, al fin. Cuando el príncipe se equivoca al decir su nombre, diciendo Shtukaturin (shtuka es la palabra rusa para cosa), el protagonista se queda anonadado. El príncipe es un hombre de verdad, alguien capaz de despertar el amor de una mujer; mientras que él, Chulkaturin, no es nada, ni siquiera una persona. El príncipe actúa en la vida; Chulkaturin la ve, la sigue como un invitado no deseado de fiesta a quien tienen lástima incluso para no expulsar. El protagonista de Turguénev convierte al príncipe en un modelo. No lo odia tanto como se odia a sí mismo por no ser como él.

Al fin, el príncipe no se casa con Liza. La muchacha, que pasa a odiar Chulkaturin a causa del duelo, prefiere a otro hombre (Bizmiónkov); prefiere a alguien que conocía su historia y todavía la amaba. Se trata de una figura pintada por Chulkaturin como insignificante, pero, en el desenlace, más significativa que él. ¿Qué papel había jugado Chulkaturin en la historia? «El papel del príncipe…, no hay nada que decir al respecto; el papel de Bizmiónkov también está claro… Pero ¿yo? ¿Para qué me inmiscuí en todo esto?… ¡La quinta rueda de la telega!… ¡Ay, qué amargura, qué amargura!…»

La quinta rueda de la telega, que no necesita más que cuatro para andar. «¿Soy o no un hombre superfluo?», pregunta el protagonista. No siendo amado y quizás molestando a los que aman, no ocupó ningún papel en esa historia; justo en la historia que está en el centro de su autobiografía. La superfluidad es la inutilidad de su vida.

¿Qué solución encuentra para la superfluidad? La que ya le ha dado la vida: muerte y destrucción. «Al destruirme, dejo de ser superfluo…». El que odia a sí mismo solo encuentra un camino: dejar de existir, una vez perdida la falsa expectativa de ser como el otro, como el ídolo.

Gilmar Siqueira

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental