Después de habernos ocupado de las posiciones durante la Misa, se pueden analizar las cruces que hacía el sacerdote en la Misa rezada con Gloria y Credo, comparándolas con las existentes después de la reforma de Pablo VI.
Cincuenta y dos veces practicaba la señal de la Cruz el celebrante, cinco desde el principio hasta el Evangelio, cinco del Evangelio al Ofertorio, cinco del Ofertorio al Sanctus, diez del Sanctus a la Consagración, veintidós de la Consagración a la Comunión y cinco de la Comunión al fin de la Misa.
Las tres primeras cruces las hacía el sacerdote al pie del Altar: la primera al invocar el nombre de la Santísima Trinidad; la segunda, al rezar que nuestro auxilio está en el nombre del Señor, asociando tal nombre una vez más a la Santa Cruz; y la tercera, al pedir que el Señor nos conceda el perdón después de haberse rezado “Yo confieso…”. La cuarta, ya desde el Altar, al empezar el Introito; y la quinta, al final del Gloria, al asociarse a la referencia a la Santísima Trinidad.
De esas primeras cinco cruces, en el nuevo Misal Romano se mantiene la primera; la segunda desaparece con la oración que la acompaña; la tercera, se suprime; la cuarta desaparece con el Introito como parte variable de la Misa; y la quinta, aunque figura en el Misal, de hecho yo nunca he visto rezarla ni a los fieles ni tampoco al sacerdote.
Al leer el Evangelio, el sacerdote hacía la señal de la Cruz sobre el libro y se persignaba (tres cruces). Al final del Credo, se hacía una quinta señal de la Cruz al proclamar nuestra esperanza en la vida del siglo venidero.
El Nuevo Orden de la Misa mantiene las tres cruces al comienzo de la lectura del Evangelio y, aunque no suprime la quinta al final del Credo, sucede al igual que con el Gloria: en la práctica, ni el sacerdote ni el pueblo la realizan nunca.
Al comienzo del Ofertorio, el sacerdote colocaba la Hostia sobre los corporales, haciendo antes sobre ellos, con la misma Hostia, una cruz. Luego, hacía una segunda cruz al invocar el nombre de Dios. Antes de colocar el Cáliz sobre los corporales, hacía una tercera cruz sobre ellos como antes con la Hostia. Al pedir la venida de Dios y Su bendición del Sacrificio de la Misa, practicaba una cuarta cruz; y en el Sanctus, cuando la Iglesia nos invita a repetir las aclamaciones con que Nuestro Señor fue recibido en el momento de Su entrada en Jerusalén, se hacía la quinta.
La práctica devastación del Ofertorio en la Misa Nueva se lleva por delante cuatro de esas cinco cruces. La quinta, como ocurre con el Gloria y el Credo, aunque figura en la rúbrica, brilla en la realidad por su ausencia.
Comenzada la parte más importante de la Misa, a saber, el Canon, el sacerdote realiza tres cruces en la primera de sus oraciones, rogando que Dios acepte y bendiga los dones, presentes y sacrificios que Le serán ofrecidos. Tras pedir el sacerdote a Dios que nos libre de la condenación eterna y nos cuente en el número de Sus escogidos, practica otras cinco cruces sobre el pan y el vino que va a consagrar, rogando que se digne bendecirlos, admitirlos y ratificarlos para que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Nuestro Señor. La novena cruz se produce durante la Consagración del Pan y la décima, durante la del Vino.
En la Misa de Pablo VI, desaparecen de manera impresionante las diez cruces de la Misa tradicional recién referidas.
Realizada la transustanciación, lógicamente se produce una mayor concentración de cruces para expresar la adoración debida a la presencia real de Dios en el Altar. El total, de veintidós, era magnífico y así se sucedía en la Liturgia tradicional de la Iglesia: Ocho durante el segundo Ofertorio u oración de Ofrenda de la Víctima; tres al fin de la Oración por todos nosotros, pecadores; cinco en la pequeña elevación de la Hostia y el Cáliz; tres al persignarse el celebrante con la patena después del Padre Nuestro; y tres más con la partícula que se quedó de la Hostia sobre el Cáliz al ofrecer la paz del Señor a los fieles.
Una vez más, estas veintidós cruces ante el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor son borradas de un plumazo para sacerdote y fieles en la Misa Nueva.
Quedaban, por último, las cinco desde la preparación para la Comunión al fin de la Misa: En el segundo “Yo confieso…”, en la bendición final que el sacerdote imparte en medio del altar y al persignarnos en el Último Evangelio.
Tras la reforma litúrgica, desaparece ese segundo “Yo Confieso…”, nadie se arrodilla en la bendición final y desaparece, por desgracia, el Último Evangelio. La rúbrica, no obstante, mantiene la señal de la Cruz en la citada bendición del sacerdote, aunque la práctica de cada domingo vuelve a desmentir al Misal moderno.
En total, pues, de las 52 cruces antes existentes, equivalente al número de domingos que suele tener el año natural -lo que no deja de ser una indicación muy explícita, gráfica y bella de la Iglesia para que la vida natural se ordene a la de la Gracia-, hemos pasado a 8 o a 4, según se cuenten las que indica el nuevo Orden de la Misa o las que realizan, en la práctica, sacerdote y fieles.
En todo caso, una cantidad pírrica en comparación con el esplendor anterior y una desaparición casi total e incomprensible de la señal del cristiano. La Cruz nos recuerda la misión de Nuestro Señor entre nosotros y, por esto, es lamentable la eliminación en un 90% de aquélla en el Novus Ordo Missae respecto de la Misa tradicional de la Iglesia. Deberían ser los enemigos de la Cruz quienes se sientan molestos con ella y nunca las autoridades católicas, que nos han llevado hasta aquí.
Miguel Toledano
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