Un “Dios por procuración”-MR

Un “Dios por procuración”

«Estoy lejos de mi verdadero hogar, de mi vida real, y algo puro, precioso y hermoso se rompió en la textura de mi existencia. Pero eso, y solo eso, es el arrepentimiento; y por lo tanto es también un deseo profundo de regresar, de volver, para recobrar el hogar perdido”. Padre Alexander Schmemann.

Algunos rasgos de la personalidad de Luis – narrador y personaje principal de la novela El Nudo de Víboras, de François Mauriac – merecen nuestra atención detenida. Sobre todo si no queremos caer en el mismo error de su hijo, para quien la conversión de Luis no fue más que una manifestación de “delirio religioso”. Tomar la confesión de Luis como objeto de meditación es importante porque la dimensión de su caída es capaz de darnos también la dimensión del arrepentimiento al que llegó después.

Hay una oración de San Efrén, el sirio, recitada especialmente en Cuaresma por los católicos de rito bizantino y los ortodoxos. Pondré aquí una versión en español que he encontrado:

Señor y Soberano de mi vida, aleja de mí el espíritu de la pereza, negligencia, egoísmo y conversaciones vanas.

Concede a tu servidor el espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor.

Sí, ¡Señor y Soberano! Concédeme la gracia de ver mis propios pecados y no juzgar a mí hermano, porque Tú eres bendito por los siglos de los siglos. Amen.

La versión que rezo y me aprendí de memoria está en inglés. En lugar de “negligencia”, la expresión empleada es faint-heartedness, que también puede ser entendida como tibieza; y, en lugar de egoísmo, aparece lust of power, que traduciendo directamente (del inglés, por supuesto) significa lujuria de poder. Os pido especial atención para la última de las expresiones que acabo de mencionar. La comparación entre versiones es importante para este artículo.

En el libro Great Lent: Journey to Pascha1, el Padre Alexander Schmemann explica y relaciona cada uno de los pedidos. Los primeros cuatro son “negativos” (“aleja de mí…”) mientras que los demás son “positivos” (“Concede a tu servidor…”). Los cuatro pecados están enlazados, tal y como están las virtudes pedidas después.

El primero de ellos es la pereza, la acedia, que, para el Padre Schmemann “es un cinismo arraigado profundamente que nos hace preguntar ¿para qué? a cada desafió espiritual; y hace de nuestra vida un tremendo despilfarro espiritual”. Resultado de la acedia es la negligencia o tibieza (faint-heartdness): una imposibilidad de ver algo bueno. La tibieza, escribe el Padre Schmemann, es “el suicidio del alma, porque el hombre poseído por ella es totalmente incapaz de ver la luz e incluso de desearla”.

Antes de las conversaciones vanas – el despilfarro de la palabra – está el egoísmo o lujuria de poder. Y aquí encontramos una paradoja aparente señalada por el Padre Schmemann: la acedia y la tibieza llenan una vida con la lujuria de poder. ¿Cómo puede ser así? La acedia y la tibieza son perezosas y las mismas ganas de satisfacer las propias necesidades indican alguna acción; equivocada, por supuesto, pero acción. Para entenderlo volveremos a Luis – y también al Padre Schmemann.

Luis triunfó como abogado. Trabajó tanto que fue capaz de ganar causas civiles y penales, cosa que – señala él mismo en la novela – era inusitada. Fue, por lo tanto, un hombre activo. Su actividad, por raro que suene, fue motivada por la pereza, por la acedia. Que se volvía totalmente al trabajo por ya no experimentar el amor de su mujer es cierto, como él mismo lo cuenta. Pero hay otra relación; una que Luis no vincula a su hiperactividad profesional, aunque la note: el desprecio a sí mismo. Luis se creía indigno de amor, un apestado.

Cuando estaba en el apogeo de su vida profesional, conoció a una joven, víctima de injusticia, a quien ayudó sin pedir honorarios. La muchacha se enamoró de él y permanecieron juntos algún tiempo. Pero Luis cuenta que hizo de la vida de ella un infierno: la quería toda para él, de manera obsesiva; no la dejaba salir ni hacer nada. La aprisionó.

¿No os parece curioso que un hombre – atacado de la acedia y de la tibieza (si bien mejoraba profesionalmente, como hombre empeoraba mucho) – que se creía indigno del amor aprisionara a una mujer enamorada de él? Es una actitud contradictoria.

Creo que otra obra literaria nos puede ayudar a comprenderlo. Me refiero a un francés más, a Molière en El Misántropo. Hay una escena entre el misántropo Alceste y Celimena, mujer a quien Alceste decía amar. Pensemos en la misantropía de Luis, en su autodesprecio, mientras leemos cómo Alceste describe su amor por Celimena:

Alceste: Ah, no hay nada comparable a mi inmenso amor; y en su ardiente deseo de manifestarse a todos, va a formular deseos en contra vuestra. Sí, querría que nadie os encontrara digna de amor, que quedarais reducida a una miserable suerte, que al nacer nada os hubiera otorgado el cielo, que no tuvierais ni rango, ni nombre, ni bienes, a fin de que el ruidoso sacrificio de mi corazón pudiera reparar la injusticia de semejante suerte, y que en ese día tuviera yo la dicha y la gloria de veros alcanzarlo todo de manos de mi amor.

Alceste – como Luis, primero con su mujer, y luego con la joven muchacha – quería serlo todo para Celimena; quería que todos los dones de ella hubiesen salido de sus manos. Quería ser su dios. Porque sólo entonces alguien le daría valor, atención y cariño. Era el mismo “amor” que Luis esperaba.

Ya podemos ver la relación que va de la acedia pasando por la tibieza y llega a la lujuria de poder. A propósito de Luis, el Padre Charles Moeller escribió: “El hombre que no es amado se siente tentado a apoderarse del destino ajeno, a darle forma. Quiere obligar al otro a vivir a su sombra, quiere serlo todo para él. Ser un Dios por procuración.”2 El desprecio por uno mismo – característico de la acedia y combustible para la tibieza – abre el desierto del amor que el hombre intentará llenar.

Luis se despreciaba y, sin embargo, sabía que necesitaba de amor; de un amor que corrigiera o por lo menos aceptara su miseria. La manera de recibirlo todo – podría pensar Luis – sería, como Alceste, darlo todo. Luis daba dinero y reclamaba atención total; de alguna manera ansiaba ser amado a pesar de su miseria. Luis reclamaba, de personas miserables como él, un amor que no podría ser únicamente humano.

Veamos lo que dice el Padre Alexander Schmemann acerca de la lujuria de poder:

Por viciar la actitud entera ante la vida, haciéndola vacía y sin sentido, ella [la lujuria de poder] nos hace buscar una compensación en otras personas, con una actitud totalmente equivocada. Si mi vida no está orientada a Dios, no ambiciona valores eternos, ella se volverá inevitablemente egoísta; eso quiere decir que otros seres se convertirán en medios de mi propia satisfacción. […]. Son realmente la acedia y la tibieza dirigida, en este caso, a las otras personas; es la unión del suicidio espiritual con el asesinato espiritual3.

El Dios que no estaba en la vida de Luis tampoco debería estar en las vidas de su mujer y de la muchacha enamorada. Él, Luis, pretendía ser su “Dios por procuración”. Anhelaba el amor, pero acabaría destruyéndolas como casi se destruyó a sí mismo.

El arrepentimiento de Luis – que fue cobrando forma a medida que contaba su propia historia, que exponía sus miserias y malicias –, fue un grito en el desierto del amor. Después de la muerte de su mujer, de quien ya no podría “vengarse” a causa del desamor, las últimas escamas cayeron. El amor que buscada – y que él mismo habría podido dar – no era humano. Al reconocerlo, cortó el nudo de víboras y tuvo la gracia de conocer a sus pecados, sin la necesidad de juzgar a los demás (la mujer, los hijos, yernos y nietos). Luis regresó al hogar perdido.

Gilmar Siqueira

1 Fr. Alexander Schmemann. Great Lent: Journey to Pascha. New York, St. Vladimir’s Seminary Press: 1974.

2 Charles Moeller. Literatura del Siglo XX y Cristianismo. Vol. 6. Madrid: Gredos, 1995.

3 Fr. Alexander Schmemann. Great Lent: Journey to Pascha. New York, St. Vladimir’s Seminary Press: 1974.

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental