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Sobre el perdón: El deudor que no supo perdonar

Hoy, D. Vicente, nos trae un tema muy edificante para nuestra vida, el perdón. Un recorrido por el Evangelio para que Jesús nos muestre como aprender a perdonar.

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO

El deudor que no supo perdonar

1. Relato Evangélico (Mt 18, 15-20)

Entonces Pedro, llegándose a él, dijo: «Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?» Jesús le dice: «no te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete veces».

 Por eso el reino de los cielos es comparado a un hombre rey que quiso entrar en cuentas con sus siervos. Y habiendo comenzado a tomar las cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Y como no tuviese con qué pagarlos, mandó su Señor que fuese vendido él, y su mujer y sus hijos y cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Señor, espérame, que todo te lo pagaré. Y compadecido el Señor de aquel siervo, le dejó libre, y le perdonó la deuda.

Mas luego que salió aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios: y trabando de él, le quería ahogar, diciendo: paga lo que debes. Y arrojándose a sus pies su compañero, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia, y todo te lo pagaré. Mas él no quiso: sino que fue y le hizo poner en la cárcel hasta que pagase lo que le debía. Y viendo los otros siervos sus compañeros lo que pasaba, se entristecieron mucho y fueron a contar a su señor todo lo que había pasado.

Entonces le llamó su señor y le dijo: siervo malo, toda la deuda te perdoné, porque me lo rogaste; ¿pues no debías tú también tener compasión de tu compañero, así como yo la tuve de ti? Y enojado el señor le hizo entregar a los atormentadores, hasta que pagase todo lo que debía. Del mismo modo hará también con vosotros mi Padre celestial, si no perdonareis de vuestros corazones cada uno a su hermano. 

2. Comentario al Evangelio

Sigue el evangelista san Mateo este domingo desarrollando los elementos esenciales que deben caracterizar al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, fundado por Jesucristo. En esta ocasión, Jesús incide en la doctrina acerca del perdón de los pecados expuesta en su dialogo con Pedro acerca del número de veces que deber ser perdonado un hermano. Para ilustrar esta doctrina, Jesús recurre a una parábola en la que contrapone la misericordia de Dios con la mezquindad del hombre. A través de la historia del deudor inicuo, Jesús pone de manifiesto dos enseñanzas: la primera, que las suplicas del pecador pueden mover a Dios al perdón; y la segunda, es la correspondencia del pecador a esa gracia, ejerciendo la misericordia con su prójimo, del mismo modo que Dios ha tenido piedad de él. En este caso, la actitud del deudor, como la de no pocos pecadores, fue totalmente contraria a la de su señor: en vez de perdonar a su prójimo una deuda menor, insignificante, mandó que fuera encarcelado hasta que le abonase lo que le debía; y en castigo por esta actitud, el mismo señor que le perdono lo castigo por no haber sido capaz de imitar su generosidad para con él.

El fin del deudor, da pie a Jesús para poner de manifiesto el destino del pecador que, después de haber recibido el perdón divino, se manifiesta intransigente con las ofensas que ha recibido de un hermano suyo: Lo mismo hará vuestro Padre celestial si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano. Y san Jerónimo, en su Comentario a este Evangelio explicita aún más la enseñanza del Señor: Sentencia temible si el juicio de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro espíritu. Si no perdonamos una pequeña deuda a nuestros hermanos, las cosas grandes no nos serán perdonadas por Dios1.

3. Reflexión

En todo tiempo, la penitencia para alcanzar la gracia y la justicia fue ciertamente necesaria a todos los hombres que se hubieran manchado con algún pecado mortal, aún a aquellos que hubieren pedido ser lavados por el sacramento del bautismo, a fin de que, rechazada y enmendada la perversidad, detestaran tamaña ofensa de Dios con odio del pecado y dolor de su alma, nos recuerda el Concilio de Trento2.

Es de fe que Dios instituyo el sacramento de la confesión como un medio necesario para el perdón de nuestros pecados y para alcanzar la salvación. Y que este perdón es recibido por el bautizado a través de la mediación de la Iglesia, presente en el sacerdote, ministro del sacramento; en el cual Cristo mismo perdona nuestros pecados y derrama en nuestras almas la gracia santificante que nos justifica.

Esta verdad, creída y afirmada por la Iglesia y los cristianos a través de los siglos, parece que hoy es puesta, más o menos, en tela de juicio. En no pocas ocasiones, se escucha a cristianos que, por motivos peregrinos o por ignorancia, rechazan acercarse a este sacramento, porque piensan que no necesitan del mismo, que Dios puede perdonar sus pecados sin necesidad de confesárselos a un “hombre” o simplemente por la pérdida de la conciencia de pecado. El “yo me confieso sólo con Dios” se convierte en la máxima para no acercarse a este sacramento, detrás de la cual se esconde el orgullo y la autosuficiencia de la cultura contemporánea que, por diversos medios, ha penetrado en no pocas almas, alejándolas de tan útil y santo sacramento. Si la voluntad de Dios hubiera sido prescindir de toda mediación humana para derramar su perdón, sin dudarlo lo habría hecho; sin embargo, ha querido hacerlo por medio de un sacramento, de unos signos sensibles que son vehículo de su gracia, y a través de hombres que, necesitados igualmente de ese sacramento, derraman sobre los fieles su perdón, su gracia y su paz.

Sólo el perdón que nos concede Dios en el sacramento de la confesión puede realmente renovarnos, devolvernos la gracia perdida por los pecados y avivar el fuego del amor divino que, insuflado en el día de nuestro Bautismo, necesita ser avivado con la gracia. Sólo en el sacramento de la confesión descubrimos ante Dios, presente en su ministro, quienes somos realmente, cuáles son nuestras miserias más profundas y cuál es la esperanza a la que nos llama por los méritos de la sangre de su Hijo. Sólo en la confesión descubrimos, tras las lágrimas derramadas, nuestra pequeñez y la grandeza de un Dios que nos llama, de modo constante e incansable, a la conversión, a la renovación y a volver a empezar de nuevo el camino de nuestra salvación.

4. Testimonio de la Tradición

REMIGIO DE AUXERRE, OSB (841-908)

En las palabras «Y arrojándose a sus pies» se ve la humillación y la satisfacción del pecador y en las palabras «Ten un poco de paciencia conmigo», la voz del pecador que pide tiempo para vivir y corregirse. Grande es la benignidad y la clemencia del Señor para con los pecadores conversos; siempre Él está preparado para perdonar los pecados mediante el bautismo y la penitencia. 

Catena aurea

5. Oración

Señor, Dios clemente y misericordioso, que deseas que imitemos tu generosidad con nosotros, perdonando a nuestros hermanos; aviva en nuestros corazones el deseo de encontrarte en el sacramento de la confesión, para así poder gozar de tu presencia en nuestras almas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad

1 Comentario al Evangelio según san Mateo III, 35

2 DzH 1669

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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna