Si queremos llevar una vida Santa el mejor modelo es intentar imitar la vida de Nuestro Señor.
«Seguimiento», Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
MISTEROS DE LA VIDA DE CRISTO
Relato Evangélico
Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
Comentario al evangelio
Durante su ministerio publico Jesús atrajo sobre sí la atención de grandes multitudes cautivabas por sus palabras y por sus obras. Era consciente de esto, y, en un momento dado, se dirige a ellas presentándole las exigencias de su seguimiento. Lo hace para disipar en ellos las ilusiones y expectativas mesiánicas que podían haber suscitado sus palabras y obras hasta aquel momento. Jesús los confronta con la mayor ignominia a la que podía enfrentarse un hombre libre: la cruz, símbolo de oprobio y de ignominia. No endulza las exigencias de su seguimiento, sino que las presenta en toda su radicalidad a través de la figura de la cruz, y les hace pensar sobre los motivos que les mueven a seguirle. La radicalidad de ese seguimiento se expresa en el amor incondicional, sobrenatural, hacia Él que debe ser el signo distintivo del discípulo, y que no se encuentra en el mismo nivel que el debido a los padres, madres, esposos e hijos. Una vez asumida esta radicalidad el discípulo sólo vive para servir al Maestro, pero también para servir a los demás, para sazonarlos con la sal divina de la Verdad con la que han sido impregnados por la luz de Cristo que renueva todas las cosas. Sin embargo, les advierte finalmente que no se confíen, que no descuiden el don que han recibido, porque ellos, como la sal, pueden perder el sabor, quedar insípidos, si se apartan de Él, que los ha sazonado con el agua y el Espíritu.
Reflexión
(Cristo) quiere que (los bautizados) sean útiles a sus prójimos, no sólo aquellos que fueron dotados de gracia para enseñar, sino también los particulares, como lo es la sal. Pero si se corrompe el que había de ser útil para los demás, no podrá ser socorrido. Por esto sigue: «¿Y si la sal perdiere su sabor, con qué será sazonada?» nos advierte Teofilacto, autor eclesiástico[1].
Uno de los peligros que vive el cristiano en este mundo posmoderno es perder su identidad como tal, y quedar absorbido por todas las corrientes culturales y pseudoespirituales que lo circundan. El cristiano deja entonces de ser sal y luz del mundo, para convertirse en uno más, en un habitante gris de la llamada “aldea global”, donde se compran y venden todo tipo de ideas y creencias. Ya no cree que la persona y las palabras de Cristo tengan un poder transformador radical y universal, sino que, son una oferta más, una verdad más o menos atractiva que se circunscribe a un determinado contexto cultural. De esa manera, el cristiano se vuelve soso, apático, oscuro, conformista, ávido de novedades que hagan más atractiva su vida de fe y sujeto a los vaivenes de las modas. Pierde el impulso misionero, el deseo de salir de su mundo y de sí mismo para anunciar a Cristo, de arriesgarlo todo por la Verdad, y se conforma con las cuatro paredes de su realidad personal y eclesial. Un Cristianismo así se aleja del dinamismo, de la aventura, del sacrificio, de la cruz…, que caracterizaron los ardorosos tiempos de la Iglesia primitiva, de la evangelización de los pueblo barbaros, de América, Asia y África…; cuando el cristiano, arrostrando innumerables peligros y riesgos, llevaba a Cristo y su doctrina hasta el último confín de la tierra con la firmeza de llevar a los hombres una verdad única que ofrecía lo que ninguna otra creencia podía dar: al Dios hecho Hombre, que vino a salvarnos. Si de verdad somos y nos creemos cristianos, si queremos la salvación de todos los hombres, si no nos importa vivir a contracorriente, no perdamos nuestra identidad, nuestro ser cristiano que no es ni ser bueno, ni solidario, ni misericordioso…, sino algo muy sencillo: ser hijos de Dios en su Hijo amado Jesucristo. Y esta es la única verdad que nos hacer se sal de la tierra y luz del mundo.
Testimonio de los Santos Padres
SAN GREGORIO MAGNO (590-604)
El alma se enardece cuando oye hablar de los premios de la gloria y quisiera encontrarse allí, en donde espera gozar eternamente. Pero los grandes premios no pueden alcanzarse sino por medio de grandes trabajos. Por esto se dice: «Y muchas gentes iban con El y volviéndose les dijo».
homil. 37, in Evang.
Oración
Señor y Dios nuestro, de quien recibimos el ser sal del
mundo, no nos dejes perder ese sabor que nos hace hijos tuyos; que tu gracia lo
renueve cada día y nos haga ser, en medio de este mundo, instrumentos de tu
salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1]Catena aurea.
Esperamos que este artículo sobre el seguimiento les reporte innumerables bienes espirituales. Les invitamos a quedarse en nuestra sección de Espiritualidad
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