MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO. Resucitó al tercer día según las Escrituras. Rev. D. Vicente Ramón Escandell
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
Resucitó al tercer día según las Escrituras…
1. Relato Evangélico (Lc 24, 35-48)
Y ellos contaban lo que les había sucedido en el camino, y cómo le habían conocido al partir el pan.
Y estando hablando estas cosas, se puso Jesús en medio de ellos, y les dijo: «Paz a vosotros; yo soy; no temáis». Mas ellos, turbados y espantados, creían que veían algún espíritu; y les dijo: «¿Por qué estáis turbados, y suben pensamientos a vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo»: y dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Mas como aún no lo acabasen de creer, y estuviesen maravillados de gozo, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Y ellos le presentaron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio diciéndoles: «Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: Que era necesario que se cumpliese lo que está escrito de mí, en la ley de Moisés, y en los profetas y en los salmos».
Entonces les abrió el sentido para que entendiesen las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito, y así era menester que el Cristo padeciese y resucitase al tercer día de entre los muertos, y que se predicase en su nombre penitencia y remisión de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.
Y vosotros sois testigos de estas cosas.
2. Comentario exegético
San Marcos, más sintético, y san Lucas dan el mismo enfoque a este relato. Cristo censura a los Once porque no creyeron a los que se les había aparecido.
San Lucas destaca el aspecto apologético del mismo. Ellos creen ver un espíritu; pero Él les demuestra que no lo es, mostrándoles y haciéndoles palpar sus manos y sus pies; los espíritus <<no tienen carne y huesos, como veis que yo tengo.>> Y ante la duda aún de ellos, por <<fuerza del gozo y de la admiración>>, les da otra prueba. Pidió algo de comer, y ante ellos comió <<un trozo de pez asado>>.
San Lucas posiblemente destaca este aspecto histórico – apologético, en parte, por sus lectores de la gentilidad, que negaban la resurrección de los cuerpos (1 Cor 15,12ss.). San Juan, en cambio, en la misma escena destaca, junto con el aspecto apologético, que llega al máximum con la incredulidad de Tomás, y que tendrá la respuesta a los ocho días, el aspecto sacramental: el poder que Cristo les confiere de perdonar los pecados. Quiere dejar bien asentada la resurrección, como garantía de la colación que les hace de este poder sacramental.1
3. Reflexión2
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os predique, el cual recibisteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis si lo guardáis como os lo anuncie, a no ser que hayáis creído en vano. Porque os he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucito al tercer día, según las Escrituras.3
Con estas palabras se dirige el apóstol san Pablo a la comunidad cristiana de Corinto, en el seno de la cual, según noticias que le han llegado al Apóstol, existen algunos cristianos que dudan o rechazan la resurrección de Cristo y, por lo tanto, la de los muertos. En ellas se contiene sustancialmente la predicación del Apóstol a los corintios, centrada en la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, centro de la fe y esperanza cristianas.
La resurrección de Cristo es el acontecimiento central de nuestra fe, la causa de la misma y no su consecuencia. Un acontecimiento histórico que se sitúa más allá del espacio y del tiempo, para entrar en el ámbito de la eternidad. Por él, Jesucristo fue restituido con su humanidad a la vida gloriosa, plena e inmortal de Dios (…) Se trata de una transformación gloriosa del cuerpo4, que mantiene la plena identidad entre Aquel que ha resucitado y Aquel que ha sido crucificado.
Esta transformación gloriosa de Cristo por la resurrección, es elemento diferencial con respecto a otras resurrecciones que encontramos en las Sagradas Escrituras, realizadas por Él mismo o por los profetas. Mientras que el hijo de la viuda de Sarepta, de la viuda de Naim o de Lázaro fue una “resurrección” para volver a morir; la de Cristo fue una resurrección eterna y definitiva, que le constituye como el primogénito entre los muertos, es decir, de aquellos que serán objeto, en el día del Señor, de la resurrección para la vida eterna. Así lo dice el mismo san Pablo: Sabemos, en efecto, que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muerte más; la muerte ya no tiene sobre Él ningún poder (…) Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los muertos {porque} Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia; Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que obtenga la primicia en todas las cosas.5
Esta resurrección de Cristo, eterna y definitiva, fue obra de toda la Santísima Trinidad, en cuanto que, siendo Dios, Él poseía el mismo poder que el Padre y el Espíritu Santo. Así, Cristo en cuanto Dios se resucitó a sí mismo en cuanto hombre, como el mismo anunció en vísperas de su Pasión: Nadie me quita la vida, soy yo quien la doy de mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato que he recibido de mi Padre6. Sin embargo, los apóstoles, comprendiendo las dificultades que estas palabras de Jesús podían entrañar en la predicación de su resurrección, para hacer comprensible su mensaje a los judíos, atribuyeron a Yahveh o al Espíritu Santo la misma, sin que por ello faltaran a la verdad de la autorresurección de Jesús. Así, lo hace el mismo Apóstol a los romanos: Y si el espíritu de Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús mora en vosotros, aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por obra de su espíritu, que habita en vosotros7.
Ahora bien, la resurrección de Cristo no es un acontecimiento fortuito, sino que, como los mismos testimonios de la Escritura confirman, tuvo un sentido, una necesidad, en el marco del plan salvífico de Dios. Anunciada de forma misteriosa por los profetas bajo diversas imágenes y símbolos, la Resurrección de Cristo se revela, en primer lugar, como un acto de justicia de Dios, al reivindicar al Justo perseguido, al inocente condenado injustamente, como tan vivamente retrato Isaías en la conclusión de su Canto del Siervo de Yahveh; también es, en segundo lugar, una confirmación de la divinidad de Cristo, encaminada a fortalecer la fe de quienes creemos en Él como Dios verdadero, superando cualquier reduccionismo de su persona; en tercer lugar, en la resurrección de Cristo, el Señor y el Justo enaltecido, Dios ha querido alentar nuestra esperanza, sobre todo, en el marco del dolor, manifestando que este no tiene nunca la última palabra y que, tras la prueba y el sufrimiento, llevados como nuestro Salvador, se haya la gloria, la paz y la alegría eterna; también, en cuarto lugar, para quienes se ven sumergidos en la lucha contra el pecado, los alienta en el combate espiritual, y proclama la resurrección a la vida de la gracia, para todos aquellos que han muerto al pecado en la cruz de Cristo; y finalmente, con su resurrección se completa el círculo del misterio de nuestra redención, promoviéndonos al bien después de habernos liberado del mal con su pasión.
Gran misterio, pues, el que encierra este día santo, en el que hemos amanecido con la alegre notica de la resurrección de Aquel que, durante los días, pasados, hemos acompañado en su Pasión y Muerte. Pero, más alegría aún si cabe, es el hecho de que esta Resurrección es causa y modelo de nuestra propia resurrección. La Resurrección de Cristo no es un acontecimiento que sólo afecta a Aquel que ha resucitado, sino que, alcanza a todos aquellos que estamos unidos a Él por el misterio del Bautismo. Él es la primicia, como ya hemos dicho, de todos aquellos que resucitaran a la vida eterna y definitiva. Por la virtud vivificante de su resurrección, que glorificó su cuerpo traspasado por nuestros pecados, seremos nosotros también resucitados gloriosamente, porque <<lo que es perfectísimo en cualquier orden de cosas es el prototipo y ejemplar que imitan todos los demás a su modo.>>8
4. Testimonio de los Santos Padres
SAN ISIDORO DE SEVILLA (c. 560-636)
<<Aun cuando convenía que el Cristo padeciese, los que le crucificaron merecían castigo porque no se proponían realizar lo que Dios tenía dispuesto, por ello su acción fue impía. Pero Dios convirtió su iniquidad en remedio general de los hombres, como se emplea la carne de las víboras en curar a los envenenados.>>
Catena Aurea
5. Oración
Te mereces, una excelsa alabanza en el cielo, a ti te glorifica desde la tierra la Iglesia, y el clamor de esta asamblea eleva un himno hacia lo alto. Te pedimos, pues, Dios todopoderoso, que, así como cantamos solemnemente tus alabanzas, aceptes benignamente la vos de nuestras oraciones. Por tu misericordia, Dios nuestro, que eres bendito y vives y reinas y todo lo gobiernas por los siglos de los siglos. Amén.9
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
1 PROFESORES DE SALAMANCA: Biblia comentada (Vb: Evangelios), p. 232
2 Homilía Domingo de Resurrección (4-IV-2021)
3 1 Cor 15, 1-4
4 AA.VV. El Salvador del Mundo, VI 3s. BAC (1996)
5 Rom 6, 9; 1 Cor 15, 20; Col 1, 18
6 Jn 10, 18
7 Rom 8, 11
8 ROYO MARIN, Antonio OP: Jesucristo y la vida cristiana BAC
9 Oración post Gloria del III Domingo de Pascua (Misal Mozárabe)
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