En el siguiente artículo el profesor Kwasniewski nos explica en qué sentido los demonios y las almas de los condenados deben ser odiados por nosotros tal como Dios odia la malicia de Satán.
¿Por qué Dios odia la malicia de Satán y por qué los cristianos también deberían hacerlo?, por Peter Kwasniewski, para LifeSiteNews
Nota: este artículo fue publicado originalmente en LifeSiteNews el día 3 de septiembre, y luego fue revisado el día 4 del mismo.
Recientemente un estimado católico ha dicho, con el fin de refutar las declaraciones del padre Arturo Sosa acerca de que Satán solamente existe como una “realidad simbólica”, que “Dios no odia a Satán” y que “Dios es amor, y el amor no odia, y no nosotros no deberíamos tampoco”. En cierto sentido estas afirmaciones son ciertas, pero pueden ser engañosas.
Santo Tomás de Aquino trató la cuestión del odio de Dios al mal con perfecta habilidad. Dijo que Dios no odia la naturaleza o el ser de nada que Él haya creado (tal como lo dice la Escritura: “Tú amas todo cuanto tiene ser, y nada aborreces de todo lo que has hecho”, Sabiduría 11, 25). Sin embargo, Él odia la malicia de la voluntad del pecador, mediante la cual el pecador actúa contra Él, tal como lo atestiguan muchos otros versos en las Escrituras: “Tú no eres un Dios que se complazca en la maldad; el malvado no habita contigo, ni los impíos permanecen en tu presencia. Aborreces a todos los que obran iniquidades” (Salmo 5, 5-6); Aborreces a los que dan culto a vanos ídolos” (Salmo 30, 7).
Las verdades de la Revelación están destinadas a iluminar nuestras mentes y a formar nuestros corazones, día tras día.
Solía ser el caso que el salterio entero era recitado cada semana por los clérigos y religiosos, una práctica seguida desde tiempo remotos. Aquellos que rezaban el salterio necesariamente debían rezar el famoso Salmo 139, 21-22, con frecuencia recomendado por los Padres y Doctores de la Iglesia, y tan altamente pertinente para ilustrar la cuestión que estamos considerando:
“¿Acaso no debo odiar, Yahvé, a los que te odian, y aborrecer a los que contra Ti se enaltecen? Los odio con odio total; se han hecho mis propios enemigos”.
Salmo 139, 21-22
Cincuenta años atrás, los versos “complicados”, como los precedentes, fueron removidos de la oración de la Iglesia por el Papa Pablo VI (ver aquí para más detalles). Si los católicos aún tuvieran estas palabras inspiradas por Dios en sus labios, una vez a la semana por lo menos, ¿no estarían ellos obligados a investigar la verdad que contienen? Así es como la teología católica se desenvuelve: luchando con verdades desafiantes, no huyendo lejos de ellas o endulzándolas. Debemos ser capaces de rezar este verso, rezarlo entendiéndolo conforme a la santa voluntad de Dios.
¿Qué es entonces lo que la infalible palabra de Dios significa al decir: “aborrecer a los que contra Ti se enaltecen” “los odio con odio total”? Como partes existentes del mundo de los seres, los condenados son amados por Dios, causa primera y propia del ser. La voluntad antecedente de Dios de salvar a todas las criaturas intelectuales es eterna, y entonces de esta manera Él también ama a las personas de los condenados. Pero la voluntad consecuente de Dios mira al ángel o al alma en su determinada o “particular” identidad como justo o injusto, y por lo tanto, como realmente mereciendo o disfrutando de la visión beatífica o no.
Dios ama la naturaleza, el ser y la persona de los condenados, pero Él odia la malicia de estos.
Él los ama y los odia bajo diferentes respectos. Esta es la razón de porqué la Escritura puede hablar en ambos sentidos y no tenemos que “explicar” ninguno de los lados.
Es sobre la base de la voluntad que el hombre o el ángel es llamado bueno o malo. Cuando digo de alguien “él es un buen hombre” no estoy significando que él es metafísicamente hablando por entero bueno, o un ejemplo modelo de la especie homo sapiens. Lo que quiero decir es que él es bueno o malo moralmente. Cuando yo digo, “él es un hombre malo”, no estoy diciendo que su existencia o su personalidad sea malvada, sino que más bien que él es un pecador. Ya que el bien es el objeto del amor y el mal del odio, se sigue que una persona buena (humana o angélica) es amada por Dios, y una persona mala es odiada, en razón de su rectitud o falta de ella. Pero es a causa del estado de la voluntad que alguien merece (con la gracia de Dios) el cielo o el infierno. Por tanto, aquellos que están en el infierno, ya sea un ángel que cayó después de la creación o un hombre que muere sin la gracia santificante – son odiados por Dios precisamente en aquel respecto por el cual ellos desean estar en el infierno como un justo castigo por sus pecados.
En la cita con la cual comenzamos, vemos que el bloguero sostiene: “El amor no odia”. Santo Tomás está en desacuerdo: en realidad, el amor, y solo el amor, odia. El amor bien ordenado conduce a un odio virtuoso, mientras que un desordenado amor propio conduce a un odio vicioso. El amor odia la imperfección (mal) porque desea el bien de la criatura, del cual el mal es privación. Es nuestro gran amor por la bondad de Dios y por la bondad de las criaturas que Él ha hecho el que motiva nuestro odio a sus imperfecciones (esto es, sus males).
Aquellos que no odian lo malo, no aman tampoco lo que es bueno.
La última cosa que queremos o deseamos para alguien es nuestra actitud más importante para él. Para un hombre que va en camino hacia el cielo, no solo quiero la existencia, un auto bonito, vacaciones, o hasta virtudes, sino la visión beatífica: yo quiero que comparta su vida en la de Dios por siempre. Porque de aquellos que están condenados sea este un ángel como Lucifer, o un alma como la de Judas yo no deseo la visión beatífica, sino más bien, el justo castigo que ellos merecen porque esto es lo que el mismo Dios desea, y nosotros debemos conformar nuestra voluntad a la Suya. En el cielo, los ángeles y las almas benditas se regocijan en los justos y misericordiosos juicios de Dios, que incluyen no solamente la salvación de los justos, sino también la condenación de los impíos.
Una falla para entender lo anterior conduce a otro error común. Así es como el estimado bloguero católico lo expresa: “La justicia requiere que Dios reconozca la disposición final de la persona (angélica o humana). Algunas se les permite justamente vivir apartadas del reino de Dios en un universo paralelo infernal; esta es su permanente opción.”
El lenguaje aquí sugiere que Dios no envía positivamente a los demonios o a las almas de los impíos al infierno, sino que más bien, ellas se envían ahí al rechazar Su amor. Ellos lo eligen, Él no. Él positivamente no deseará su condenación, sino que la permite. Podemos ver cómo de esta idea se deriva directamente que se niega que Dios ama al justo en su justicia y que odia al impío en su impiedad. La idea es en parte verdad, no toda la verdad. Los demonios y las almas están de hecho en el infierno por el abuso de su libre voluntad, pero no es menos cierto que Dios activamente desea su condenación.
Dios es la causa primera de toda realidad. Si algún ser existe donde quiera que sea y hace o sufre algo, Él es el causante que esté ahí y que sea ahí y haga o sufra. Él desea que sea así, a menos que queramos pretender que hay alguna actividad de la cual Dios no es causa, lo cual acarrea al maniqueísmo o al gnosticismo. Dios debe ser la primera causa de que los demonios o de que las almas sean enviadas al infierno y permanezcan en el infierno, así como Él es la primera causa de que los ángeles o de que las almas sean admitidas a la visión beatífica y permanezcan en ella. Una vez más, Él no hace nada sin algún tipo de disposición de parte de la voluntad de la criatura, y sea buena o mala; no estamos mirando la doble predestinación. Este es el punto de la antes mencionada distinción entre la voluntad antecedente de Dios y Su voluntad consecuente.
Por otra parte, el ángel o el alma que está en el infierno no desean su propia condenación, principalmente el fuego corporal al cual el alma es encadenada, tal como dice el Aquinate, en orden a humillarle por escoger los bienes corporales por sobre los espirituales. Es más, las criaturas espirituales sufren en contra de su voluntad, de lo contrario no sería un castigo. La mentalidad de una persona perturbada podría elegir el dolor por el propio gusto en esta vida, pero en la vida por venir, toda mente operará con claridad. Los demonios y las almas en el infierno no quieren estar carentes de la visión beatífica o de la felicidad. Ellos quieren la realización plena de sus naturalezas, a lo cual tienen prohibido a causa del pecado. Esta es la razón de porqué nuestro Señor, en la parábola de Lázaro y del hombre rico, nos cuenta lo que Abraham dijo al hombre rico:
“entre nosotros y vosotros un gran abismo ha sido establecido, de suerte que los que quisiesen pasar de aquí a vosotros, no lo podrían; y de allí tampoco se puede pasar hacia nosotros”.
Lucas 16, 26
En otras palabras, Dios no solo “deja” al hombre rico terminar en el infierno, como si no fuera capaz de hacer lo contrario, sino que Él lo pone ahí y lo mantiene ahí, tal como mantiene a todas las cosas siendo.
Finalmente, el estimado bloguero que está preocupado de que odie a los demonios, que es estar deseando, junto con Dios, su castigo, podría llegar a conducir a un exorcista por un camino equivocado: “Como se trata de un ser que es a la vez una criatura de Dios y una persona angélica caída, el exorcista debe encontrar un balance. Tristemente, él debe generalmente infligir dolor a los demonios con el fin de expulsarlos”. Si el exorcista se supone que estaba “triste” de infligir dolor sobre los demonios, él estaría poniendo su voluntad contra la de Dios, acusándolo implícitamente de estar haciendo algo equivocado por infligir dolor a esos demonios. Lo que Dios quiera, nosotros deberíamos hacer. Nuestro amor a Dios, que es el bien común del universo, nuestro amor por el bien de nuestras almas y su salvación, inspira un necesario y saludable odio a la malicia de los demonios. Este odio está en la voluntad, no en los sentimientos. Podríamos estar legítimamente interesados en entrenar o cultivar emociones o sentimientos vengativos hacia los demonios, “enojarnos” con ellos, haciéndonos más vulnerables a sus tentaciones. Podría ocurrir esto. El miedo o la ira de alguien puede sacar lo mejor de su razón y causarles hacer cosas tontas para desviarse de lo que es correcto y bueno. Podemos ciertamente estar de acuerdo en que las emociones deben mantenerse bajo control y así lograr que ellas no disturben el orden de la razón.
En conclusión, Dios ama al demonio o a los demonios bajo cierto aspecto, pero no sin salvedades, y así es como nosotros deberíamos amarlos. Similarmente, podemos y debemos decir que Dios odia la malicia de Satán y de sus ángeles, y nosotros también odiamos lo mismo.
Comprender el infierno de forma correcta, buscar de evitarlo y alejar a otros de ahí no significa estar obsesionado con esto, o estar descuidando la más bella verdad de nuestro llamado al cielo. Tampoco tener un odio apropiado al pecado, vicio, error e ignorancia nos hace pecadores, viciosos, erráticos o ignorantes, por el contrario, si nosotros no odiáramos estas cosas, nos convertiríamos en odiosos.
Peter Kwasniewski
Puedes leer este artículo en inglés en su sitio original: https://www.lifesitenews.com/blogs/why-god-hates-satan-and-christian-should-too
Si amamos a Dios debemos hacer lo que Él desea y odiar la malicia de Satán y de todo aquello que nos aleja del Señor. Revisa este interesante artículo sobre el mal uso de nuestra libertad.
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