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Pentecostés

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO

PENTECOSTES

Relato evangélico Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Comentario al Evangelio

Tradicionalmente, en la fiesta de Pentecostés el pueblo judío celebraba la recolección de las cosechas y el establecimiento de la alianza con Dios en el monte Sinaí. En este contexto, quiso Dios enviar su Espíritu Santo, el Paráclito prometido por su Hijo a los discípulos en la Ultima Cena, e impulsar la misión de la Iglesia. Ya en la misma tarde de la resurrección, Jesús derramo el Espíritu Santo sobre sus discípulos, dándoles el poder para perdonar los pecados; sin embargo, hacía falta una efusión pública del mismo, que impulsara a la Iglesia a salir de sí misma, y anunciar la Buena Nueva del Resucitado a toda la Humanidad. Esta tuvo lugar, como todos sabemos, en la mañana de Pentecostés cuando, reunidos los Apóstoles en el Cenáculo, junto a María, la madre de Jesús, recibieron el don del Espíritu para anunciar al Señor Resucitado a todo Israel y al mundo entero. Este es el inicio público de la misión de la Iglesia, nacida del costado de Cristo en la tarde del Viernes Santo, y que ahora, con el poder del Espíritu, sale de su anonimato para anunciar la salvación a todo aquel que desee acogerla. A partir de hoy, se cumple la promesa de Jesús hecha el día de su Ascensión: recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta el confín de la tierra

Reflexión

La antorcha encendida significa que no debemos permitir que nadie viva en las tinieblas de la ignorancia[1] afirma san Cirilo.

Desde los inicios de la Iglesia, todos y cada uno de sus miembros han colaborado en la propagación del Evangelio, según la vocación a la que Dios los había llamado. Pero fue el papa Pío XI quien, a mediados del siglo pasado, impulso de un modo especial el apostolado de los seglares mediante la Acción Católica y otras organizaciones eclesiales, llamadas a impulsar la participación de los seglares en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Bajo el impulso del Espíritu Santo y la guía segura de la Jerarquía, los seglares han ido cobrando mayor protagonismo en la vida y misión de la Iglesia, llevando el mensaje salvador de Cristo a todos y cada uno de los rincones de la sociedad. Esta misión, llevada a cabo en íntima colaboración con los Pastores de la Iglesia, es parte indispensable de la vocación bautismal del seglar que, de un modo especifico, se santifica a través de ella. La política, el deporte, la cultura, la educación, el trabajo… son los ámbitos propios de esta labor de santificación del mundo que llevan a cabo los seglares, muchas veces con grandes dificultades, dado el contexto cultural e ideológico en el que se mueven. De ahí, la importancia, no solo de una buena formación intelectual, sino también espiritual: el conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia, de su moral y dogma, no servirían de nada sin un verdadero sentido sobrenatural de la misión realizada, que exige la conversión y la humildad, como también el rechazo de cualquier tipo de instrumentalización de la misma. El apostolado seglar, como el de los sacerdotes y consagrados, no sólo aspira al servicio del Bien Común de la sociedad, sino también, y, sobre todo, a la salvación de las almas; de nada sirve cambiar las estructuras sociales y económicas, si no se lleva al hombre la Verdad que transforma el ser de aquel que crea esas estructuras, y las pone al servicio del fin último del ser humano, que es Dios.

Testimonio de la Tradición

San Ireneo de Lyon (¿? – c. 202)

Del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo.

Contras las herejías, L. III, 17, 1-3

Oración

Señor Jesucristo, que has enviado el Espíritu Santo para animar la vida y actividad de la Iglesia, haz que permitamos que habite en nosotros para transformar nuestro ser y obrar; que bajo su guía amorosa sirvamos a los hombres, procurando su bienestar espiritual y temporal. Que vives y reinas. Amén.


[1]Catena Aurea, vol. VI, p. 101

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad

Les invitamos a leer el artículo anterior de D. Vicente: La promesa del Paráclito

Esperamos que hayan podido profundizar en este tema: Pentecostés. Les invitamos a quedarse en nuestra sección de:


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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna