Visitar un buen monasterio benedictino siempre es un desafío y una consolación
Lo que puede enseñarnos una visita a un monasterio benedictino, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Existen dos importantes fechas litúrgicas asociadas con el patrono del monacato occidental y co-patrono de Europa. El calendario católico tradicional observa su fiesta en el tránsito o paso a la vida eterna el 21 de marzo. El calendario romano moderno observa su fiesta el 21 de julio, la fecha del traslado de sus reliquias. Los monjes y monjas benedictinas habitualmente celebran ambas fiestas, las cuales incluso tienen octavas ¡cuánta más festividad, mejor!
(Hablando de festividad, el 7 de julio fue el aniversario N°13 de Summorum Pontificum, la gran Carta Magna de la restauración litúrgica, definitivamente vale la pena una Birra Nursia o algún otro brebaje celebratorio.)
La primera vez que leí la Regla de San Benito como adulto joven la encontré rígida y seca. En realidad, yo no estaba aún listo para la pureza y profundidad de su sabiduría. Pasaron muchos años antes de que la leyera de nuevo y esta vez, mi reacción fue bastante diferente. El Prólogo en sí me impresionó como uno de los más profundos resúmenes de la vida espiritual cristiana que había visto. Los capítulos sobre la humildad, los instrumentos de las buenas obras, la manera de rezar el oficio me hizo darme cuenta de que yo estaba en presencia de un dador de la ley como Moisés a quien, de hecho, la liturgia tradicional compara con el Santo Patriarca. El hecho notable de que la Europa cristiana, el corazón de la Cristiandad, fue construida principalmente por los benedictinos dejó de sorprenderme.
Aunque yo había conocido o visto a los benedictinos antes, no fue sino hasta mis visitas al Monasterio de Nursia que me sentí como si hubiera encontrado monjes que verdaderamente vivían en el espíritu y letra de la Regla. Su entusiasmo por el culto divino (el opus Dei o “obra de Dios”), su tranquila alegría y su ejemplo de fraternidad que trajo de vuelta una y otra vez. Visitas a los monasterios de Le Barroux, Silverstream, y Clear Creek solo incrementaron mi amor por el monacato Benedictino. Después de meditar acerca de esto decidí en convertirme en un oblato Benedictino de Nursia, donde hice mi oblación final el 22 de mayo de 2014, fiesta de Santa Rita de la cercana Cascia.
¿Cuáles son algunas de las lecciones que he aprendido de los monjes a través de los años?
Dios tiene un lugar de honor. El horarium, esto es, la ronda diaria fija de oración tiene prioridad por sobre todo lo demás. Si un monje está haciendo algún trabajo y suena la campana, tiene que terminar lo que está haciendo o dejarlo sin finalizar e ir a la capilla. Si estás esperando encontrar a algún monje para hablar acerca de un asunto personal o profesional, tienes que esperar tu turno. Puede tomar días ver a la persona que deseas ver, porque ellos están muy ocupados con “la obra de Dios”, es decir, la ronda de oración. Tus necesidades están en el tercer lugar; primero viene la adoración, luego inmediatamente las necesidades de la comunidad y finalmente, cuando el tiempo lo permite, las tuyas. Esto es exactamente lo opuesto al lema del mundo moderno, “yo, yo, y yo.”
Dios merece lo mejor de nosotros. Muchas veces afuera en el mundo puede haber un enfoque precipitado y descuidado para servir a Dios. Hacemos lo que nos conviene. Hacemos las cosas rápido porque tenemos “mucho que hacer”. El trabajo humano tiende a tomar la preferencia por sobre la obra divina, la vida activa por sobre la contemplativa. Ya que los monjes enfrentan las mismas tentaciones al activismo, antropocentrismo y a acortar camino como todos los hombres caídos, sus vidas han sido diseñadas desde cero para ser teocéntricas, receptivasy maximalistas. El auténtico monje da sus primeras y mejores horas del día a Dios. Ellos le ofrecen la más espléndida liturgia que pueden ofrecer. Se esfuerzan por almacenar riquezas en el Cielo más que en la Tierra.
Dios es el que da significado a nuestra vida y a todo. En el mundo tendemos a compartimentar: le daré a Dios esta hora, pero el resto de la semana es para mí y mi esfera de preocupaciones. Compramos y vendemos, damos y tomamos, nos despertamos y dormimos, comemos, bebemos y nos recreamos, casi siempre sin pensar en la vida eterna, sin la infusión de la oración que debería impregnar nuestra vida como el incensio en una iglesia. Los monjes por otra parte tienen establecidas sus vidas así de modo que todo lo que ellos hagan, usen, coman o hablen está enraizado en Dios y fluye de vuelta a Él. Esto no ocurre solo en la liturgia, donde esto es muy obvio, sino también en las rutinas del refectorio, en el sacro silencio de la biblioteca, en las recreaciones fraternales y caminatas, en las conversaciones amistosas en la casa de huéspedes o en la tienda de libros. Un buen monasterio recordará a sus visitantes la Jerusalén celestial donde “Dios es todo en todos” (cf. 1 Corintios 15, 28). Esto no quiere decir que cualquier monasterio o monje es perfecto, sino que, en el mejor de los casos, la vida monástica realmente sobrenaturaliza toda la vida humana, orientándola hacia su destino trascendente.
Dios es real y nos encontramos con Él.
En el mundo, gracias en gran parte a nuestro olvido y dureza de corazón, Dios parece distante, vago, irreal, más como un concepto que una certeza. La solución a esta desconexión entre nosotros mismos – que tiene tan poco agarre en la realidad, y el único que es de hecho lo más real y la fuente de toda realidad- no es evangelizando un concierto de rock cristiano en una gran carpa o haciendo un pegajoso “intercambio” de historias de vida. Encontramos a Dios en la calmada repetición de los salmos; lo encontramos en el silencio que nos obliga a ir bajo la superficie y más allá de lo convencional; lo encontramos en la alegría seria o en la alegre seriedad que se irradia de los hombres que lo han dado todo por Él. Una alegría como esta no se encuentra en la multitud enloquecida. El mundo es un duro maestro que exige todo y al final no da nada sino vacuidad y excusas. Los placeres se acaban rápido, demandando frenéticamente ser renovados. La desesperación acecha en su centro. Los monasterios exigen todo y dan más que todo. Conectan todo lo que es noble y todo lo que es humilde en la vida de un hombre con el Único que le da realidad a la realidad, quien da a nuestros pensamientos, palabras y acciones significado.
La hospitalidad como modo de vida. Los seres humanos caídos, especialmente en la era moderna que privilegia variados tipos de individualismo y colectivismo, están marcados con la tendencia a “curvarse hacia dentro”, como lo expresaron los teólogos medievales. Hacemos un balance para asegurarnos que estamos y estaremos bien alimentados. Cuando compartimos es con dificultad o por interés propio. La Regla de San Benito encarna la actitud apuesta: la comida es para compartirla con los huéspedes, la oración es por el beneficio de todos; la liturgia es un don gratuito y fértil sin medida. La vida no es para ser gastada en uno mismo, sino en servicio de los hermanos y de los extraños. El núcleo de la civilización es la Regla en su famoso principio de hospitalidad: cada huésped, sea él poderoso o marginal a los ojos del mundo, es recibido como a Cristo. Los modernos tratan incluso a sus propios hijos como extraños; los monjes tratan a los extraños como a Cristo. Esta es la diferencia entre una cultura de la muerte y una cultura de la vida. Puedes ver esto en acción en un monasterio.
Visitar un buen monasterio siempre es un desafío y una consolación. Por un lado, nos muestra cuan poco en realidad le estamos dando a Dios de lo que podríamos darle, lo cual apunta a nuestra falta de generosidad, a nuestra inconsistencia e inconstancia, a nuestro pequeños placeres y desorganizadas prioridades; y por otro lado, nos recuerda que Dios es más grande que nuestros problemas, que Su gracia es suficiente para nuestra debilidad y que Él está llamándonos gentil pero insistentemente para abrazar una mayor autodisciplina y abnegación por el bien de una vida más plena en Él.
Mi vida como un oblato es fortalecida por la fuerte presencia de San Benito y su Regla, siempre guiándome en la dirección correcta.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/what-a-visit-to-an-observant-benedictine-monastery-can-teach-us
Si estás interesado en conocer más sobre un monasterio benedictino tradicional te invitamos a ver este bello documental
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