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Madre de Dios

En su sermón sobre el primer papa, san Francisco de Sales enuncia los seis nombres de Nuestra Señora. Del primero, Madre de gracia, ya he tratado en un artículo anterior.

Hoy me propongo hacerlo respecto al título que figura en segundo lugar de los pertenecientes a la Santísima Virgen, cual es el de Madre de Dios, por tanto el más glorioso de todos.

Madre de Dios. Un artículo de Miguel Toledano

¿En qué consiste la importancia de este título? En la oración del Ave María, en efecto, después de haber dicho que es “llena de gracia”, decimos todos los días que es “Madre de Dios”. También lo recitamos al final de la Salve.

Tal condición fue definida dogmáticamente en el Concilio de Éfeso, en el año 431. Y no “Madre de Cristo”, que fue la postura sostenida por el orgulloso patriarca de Constantinopla Nestorio. Su tesis fue declarada herética por parte del concilio al sostener que Cristo había sido concebido exclusivamente hombre, aunque fuera habitado por Dios en un momento anterior a su nacimiento, siendo María por consiguiente portadora de Dios, pero no Su Madre.

En realidad, ya un año antes que el tercero de los concilios ecuménicos, el papa san Celestino había condenado el nestorianismo, usando su máxima autoridad de pontífice romano de la Iglesia y a quien el concilio siguió en esta cuestión, como no podía ser de otra manera.

Veinte años después de Éfeso, el papa san León Magno y el nuevo concilio ecuménico de Calcedonia reafirmaron la divina maternidad de Nuestra Señora.

De acuerdo con aquel magisterio papal infalible y solemnes definiciones conciliares, ambos movidos por el Espíritu Santo, la Iglesia ha venido celebrando tradicionalmente la maternidad divina de María Santísima el día 11 de octubre, instituida por el papa Pío XI como fiesta doble de segunda clase, con ornamentos blancos, para exaltar la pureza de Nuestra Señora.

La liturgia comienza recordando que el profeta Isaías, ochocientos años antes de que sucediese, predijo que una Virgen concebiría y alumbraría a un hijo que sería llamado Emanuel, que en hebreo significa “Dios con nosotros”.

Hablando del niño Jesús, san Lucas se refiere a María como “mater ejus”, Su madre (Lc 2, 48). En el mismo evangelio, santa Isabel se ha dirigido ya a su prima como “la madre de mi Señor” (Lc 1, 43). También usa el mismo título san Mateo en su evangelio (Mt 1, 18), asegurando que concibió por obra del Espíritu Santo.

Al ser María la Madre de Dios, le corresponden múltiples grandezas y privilegios. El primero, del que ya hemos hablado en esta serie, es el de estar llena de gracia y ser, además, la Medianera de la gracia. No nos extendemos sobre esto, sino que remitimos al lector hacia el texto enlazado al comienzo de estas líneas.

En la respuesta a la cuarta de las objeciones sobre si Dios puede o no hacer mejor lo que hace, explica santo Tomás de Aquino que de la divina maternidad de la bienaventurada Virgen se deduce su casi infinita dignidad, segunda sólo a la de Dios (Suma Teológica I, cuestión 25, artículo 6).

Por ello -recuerda Pío XI en su encíclica “Lux veritatis” de 1932-, está plenamente justificada la devoción que los católicos profesamos por Nuestra Señora, así como nuestra propia filiación de ella, toda vez que el mismo Cristo nos considera hermanos.

Así, acudimos a María Santísima para implorar su protección de Madre de Dios y madre nuestra. Por eso también es María ejemplo para todas las madres, en medio de los terribles ataques del mundo contra la familia y la maternidad.

El himno “Salve mater misericordiae”, del siglo XI, en su segundo verso saluda a la Madre de Misericordia como Madre de Dios. “Honra del género humano, virgen más digna que las demás, porque a todas las superas y en las alturas ocupas el asiento superior”, continúa en su primera estrofa ese maravilloso cántico, reproduciendo con música inolvidable la dignidad mariana infinita -en cierta manera- que nos enseña profundamente la teología aquinatense.

“En tus vísceras se protegió” el Verbo, tú “has de ser nuestro solaz”, insiste el bello poema como un milenio después seguirían proclamando los papas León XIII y Pío XI, éste según se ha comentado.

Y aunque en la grabación sugerida no están recogidas otras tres estrofas, el autor medieval carmelitano se explaya en la grandeza de la bienaventurada Virgen María como Madre de Dios:

Te creavit Pater ingenitus,
obumbravit Te Unigenitus,
fœcundavit Te Sanctus Spiritus,
Tu es facta tota divinitus, o Maria!

Te creavit Deus Mirabilem,
Te respexit ancilla umilem,
Te quæsivit sponsam amabilem,
tibi numquam fecit consimilem, o Maria!

Te beata laudare cupiunt
omnes justi, sed non sufficiunt
multas laudes de Te concipiunt,
sed in illis prorsus deficiunt, o Maria!
“Te creó el Padre increado, Te amparó el Hijo Único,
Te fecundó el Espíritu Santo,
¡eres, María, obra plena de la divinidad!
Te creó el Dios Admirable, se fijó en Ti humilde sierva,
Te quiso como esposa buena,
¡nunca, María, obró nada semejante!
A Ti, bienaventurada, desean alabar todos los justos, aun sin ser dignos,
muchas alabanzas Te componen,
¡aun, María, quedándose bien cortas!”

Miguel Toledano Lanza

Primer domingo de Adviento, 2020

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.