Una obra literaria de principios del siglo XX, Los Oberlé, ¿Quieren conocer quién era a esta familia de la mano de nuestro gran articulista?
Los Oberlé. Un artículo de Miguel Toledano
Entre los novelistas franceses católicos, en Marchando Religión ya le hemos dedicado un artículo a Bourget y otro a Barbey d’Aurevilly. Hoy nos proponemos hacerlo con Bazin, perteneciente al llamado grupo de “las tres bes”.
En concreto, nos centraremos en “Los Oberlé”, título de 1901 que le valió a René Bazin su acceso a la Academia de la lengua en nuestra nación vecina. La obra es interesante, puesto que plantea diversos temas que cabe afrontar desde la perspectiva religiosa.
La trama se desarrolla en Alsacia, tres décadas después de la derrota francesa a manos de los alemanes. Es un texto, pues, eminentemente patriótico; pero, ¿puede un católico ser nacionalista?
La familia Oberlé, la más importante de su pueblo al pie de los Vosgos por poseer una próspera fábrica maderera, se halla enfrentada: el padre, José, y la hija, Luciana, son partidarios de los ocupantes, lo que luego se denominará peyorativamente “colaboracionistas”. Por el contrario, la madre, Mónica, el abuelo, Philippe, así como el tío Ulrico Biehler albergan sentimientos patrióticos franceses.
El hijo y heredero, Juan, tampoco soporta a los odiosos prusianos, a pesar de haber sido educado en la facultad de derecho de Berlín y otras ciudades más allá del Rin.
Está muy claro de qué lado se inclina el autor. Desde el comienzo de la historia, pinta a los seguidores de Bismarck como orgullosos. Cuando llega el momento de bendecir la mesa antes de las comidas familiares, ¿quién se santigua? El abuelo y Mónica, no José ni Luciana. Bazin nos dice que los primeros seguían las viejas costumbres de “la Alsacia que rezaba”.
La mundanidad de Luciana contrasta con la distinción de Odilia Bastian, la hija del alcalde, de la que está enamorado Juan desde siempre. Sin embargo, una agria enemistad se produjo entre ambas familias Oberlé y Bastian, en el momento en el que éstos se mantuvieron íntegramente fieles a Francia, a sabiendas de las penurias que ello les acarrearía con la nueva administración germánica.
Los alemanes han llenado de compatriotas suyos los pueblos alsacianos, hasta el punto de crear una división con los lugareños, separados de aquéllos en barrios infranqueables. La religión, según el escritor, también los distingue; a diferencia de los antipáticos alemanes, los alsacianos son católicos y rezan cada noche por un futuro más venturoso para Francia.
Durante la vigilia pascual, es costumbre entre los locales ascender al Monte de Santa Odilia, desde donde se divisa toda Alsacia, incluida la interminable torre de la catedral de Estrasburgo. Juan aprovecha la peregrinación para declarar su amor a Odilia, que es correspondido por ésta. Los alsacianos proclaman al cielo su adhesión a Francia, “la mas vieja de las naciones cristianas, a la que más ángeles guardan, por ser la que más iglesias y capillas tiene, más tumbas santas por defender, la más digna de conducir a las naciones”.
Esto resulta insostenible y por ello me refería al límite del nacionalismo en un católico. Casi despierta en uno simpatías prusianas leer, a la altura de la III República, pretensiones panfletarias sobre la dignidad francesa como guía de las naciones, que tristemente habría de hacerse patente en 1918 con las consecuencias conocidas por todos.
Alemania, por el contrario, es “la hermana perdida”, que en 1870 había lanzado sobre Estrasburgo ciento noventa y tres mil obuses, incendiando la biblioteca, el Templo Nuevo, el Museo de pintura y diez casas en la misma plaza Broglie. Su espíritu está personificado en el teniente Wilhelm von Farlow, de quien se enamora Luciana. Juan advierte a su hermana de que el oficial es protestante.
Además, el enlace de Luciana con el teniente alemán cerraría la puerta a una boda entre Juan y Odilia, pues los padres de ésta jamás permitirían ahondar en una relación aún más germanófila con la familia Oberlé.
José, decidido siempre a contentar al mando extranjero, quiere acelerar el compromiso de su hija. Amenaza a Mónica con la separación de su propio matrimonio si no accede, pero de pronto se interpone el abuelo de forma violenta. La tensión en la familia alcanza el paroxismo.
Mónica acepta resignadamente el compromiso de su hija con el oficial prusiano. Juan, sabedor de que ello le cierra la felicidad junto a su amada Odilia, decide abandonar la familia, abandonar Alsacia y partir a Francia sin dar explicaciones a nadie. Tan solo se despide de los Bastian, en medio de lágrimas.
Para poder exiliarse, su tio Ulrico le ayuda a cruzar la frontera. Las últimas páginas son trepidantes, con las autoridades alemanas pisándole los talones. Sabemos que Farnow, para mantener intacto su honor militar, cancela su compromiso con Luciana, destrozando el corazón de ésta. Finalmente, aunque los guardias le alcanzan con un tiro en el hombro, Juan logra acceder a Francia para comenzar una nueva vida.
Hoy nos puede parecer extraño no ya sólo que el antagonista, el teniente von Farnow, prefiera el amor al ejército prusiano y a su carrera antes que el amor de la joven alsaciana; sino también que lo mismo haga el héroe de la historia, anteponiendo su amor por Francia a su misma familia e incluso a la virtuosa Odilia, de la que se aleja para siempre.
Tenemos una concepción más sentimentalista e individualista del amor, del afecto, en definitiva de la jerarquía del orden de la creación que hemos subvertido, casi sin darnos cuenta, desde que Lutero instauró la libre interpretación y Bonaparte exportó la revolución a sangre y fuego. Sin embargo, si recordamos el trilema de doctrina política Dios-Patria-Fueros, comprendemos que en el orden de la caridad, sólo Dios y su Iglesia están por encima de la Patria y ésta lo está frente a las sociedades inferiores, entre las que la menor es la familia.
En ese sentido, y sin perjuicio de los excesos nacionalistas que Bazin pinta (y que nosotros podemos advertir, desde fuera de Francia, en su comparación con otras patrias mucho más fieles a Dios, de la que no sale precisamente airosa), el trasfondo de teología política es ortodoxo y saludamos, a más de un siglo de su creación, la vertiginosa deserción del ejército prusiano por parte de Juan Oberlé.
Queda así justificada una acción que, con carácter de excepción, cabe disculpar; el mando alemán persigue, naturalmente, al fugado como reo de un delito militar. Pero éste ha sido fiel a la promesa hecha a sus padres de comenzar su instrucción en el ejército, sólo que en último término se adscribe a las fuerzas de una nación católica.
No obstante, esto plantea un último interrogante: ¿Hasta qué punto tiene sentido una ideología nacionalista que prefiere el alistamiento a un ejército republicano antes que a la caballería prusiana? No se acierta a ver, desde la perspectiva del reinado social de Nuestro Señor, en qué es preferible cooperar a los fines de la radicalmente laica Tercera República, que en poco o nada superaba moralmente a los designios del emperador de Berlín.
En conclusión, se trata de una novela en la que los elementos católicos están presentes, acorde con la adscripción de su autor; pero el nacionalismo viene a superponerse a dichos elementos, sublimando y justificando la deriva de una nación que hacía unos cuantos siglos que había antepuesto su propia grandeza a la mayor gloria de Dios.
Miguel Toledano Lanza
Domingo después de la Ascensión, 2021
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