Siguiendo el artículo de la semana pasada el autor, a la luz de los místicos carmelitas, compara los límites del budismo y de su «salvación» con la verdadera salvación cristiana.
Los Místicos Carmelitas muestran cómo el cristianismo trasciende los límites del budismo, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews.
En su libro “Cruzando el umbral de la Esperanza”, Juan Pablo II llega a la conclusión (tal como vimos la semana pasada) de que la liberación budista del mal a través del ascetismo y del desprendimiento involucra, en cierta forma, un rompimiento de los lazos con la realidad externa, incluyendo la naturaleza humana, para así adquirir la indiferencia y verse libre del sufrimiento. El Papa alega que tal liberación descansa en una base atea, de modo que en lugar de salvación existe, en última instancia, negación.
Juan Pablo II contrasta el vacío abismal del camino budista con la plenitud de la luz y de la vida prometida por Cristo a aquellos que se nieguen a sí mismos por amor a Él, en aras a encontrarse nuevamente en Él. No sorprende que él tome a uno de sus escritores espirituales favoritos, San Juan de la Cruz, sobre suya concepción de “fe” él escribió su tesis doctoral bajo el gran tomista R.P. Réginald Garrigou-Lagrange, y muestra cuán completamente diferente es el cristianismo de la impersonal ateística religión de Asia:
“La subida del Monte Carmelo” y “La Noche oscura”, hablan de la necesidad de purificación, de desprendimiento del mundo de los sentidos, no concibe un desprendimiento como fin en sí mismo: «[…] Para venir a lo que no gustas, / has de ir por donde no gustas. / Para venir a lo que no sabes, / has de ir por donde no sabes. / Para venir a lo que no posees, / has de ir por donde no posees. […]» (Subida del Monte Carmelo, I,13,11). Estos textos clásicos de san Juan de la Cruz se interpretan a veces en el este asiático como una confirmación de los métodos ascéticos propios de Oriente. Pero el doctor de la Iglesia no propone solamente el desprendimiento del mundo. Propone el desprendimiento del mundo para unirse a lo que está fuera del mundo, y no se trata del nirvana, sino de un Dios personal. La unión con Él no se realiza solamente en la vía de la purificación, sino mediante el amor. La mística carmelita se inicia en el punto en que acaban las reflexiones de Buda y sus indicaciones para la vida espiritual. En la purificación activa y pasiva del alma humana, en aquellas específicas noches de los sentidos y del espíritu, san Juan de la Cruz ve en primer lugar la preparación necesaria para que el alma humana pueda ser penetrada por la llama de amor viva. Y éste es también el título de su principal obra: Llama de amor viva. Así pues, a pesar de los aspectos convergentes, hay una esencial divergencia. La mística cristiana de cualquier tiempo -desde la época de los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente, pasando por los grandes teólogos de la escolástica, como santo Tomás de Aquino, y los místicos nor-europeos, hasta los carmelitas- no nace de una «iluminación» puramente negativa, que hace al hombre consciente de que el mal está en el apego al mundo por medio de los sentidos, el intelecto y el espíritu, sino por la Revelación del Dios vivo. Este Dios se abre a la unión con el hombre, y hace surgir en el hombre la capacidad de unirse a Él, especialmente por medio de las virtudes teologales: la fe, la esperanza y sobre todo el amor.”
Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de la Esperanza
¿No es notable leer de nuevo, en estos días oscuros de aquel a quien la historia podrá referirse como el Papa de Abu Dhabi”, un análisis tan cuidadoso de la verdad más profunda y singular de la Fe cristiana sobre sus rivales? Los carmelitas comienzan donde Buda termina: este es el tipo de lenguaje que podría llevarte a una celda del Vaticano por estos días. Sí, tenemos el derecho a condenar los encuentros interreligiosos de Asís y otras señales confusas dadas por Juan Pablo II, pero no cabe duda de que, como pensador, él entiende claramente el insalvable abismo que separa las religiones del Lejano Oriente del catolicismo.
“Este Dios se abre a la unión con el hombre, especialmente por amor.”
Juan Pablo II muestra que el ascetismo cristiano versa sobre el desprendimiento del egoísmo en aras a estar más unidos en el amor a la persona amada. Necesitamos ser desprendidos porque, como seres que prosperan en los apegos, necesitamos estar seguros que estamos apegándonos correctamente a las cosas correctas, y no porque estamos mejor aislados e indiferentes. La purificación solo tiene sentido en relación con la pureza, que significa tener un solo corazón que puede ser entregado en su totalidad a otro. La penitencia es una limpieza de lo que interfiere con una unión de amor.
El contraste entre la “salvación” budista y la salvación cristiana – entrando de lleno en la plenitud del amor, ganando la identidad propia en comunión con el otro – no puede ser más chocante. En “Verdad y Tolerancia”, Joseph Ratzinger se fija de manera similar en el contraste entre la vía de la “identificación” mística, donde el ego se pierde en un océano de “divinidad” impersonal, y la vía de la comunión personal donde el yo, a través de un proceso de abandono y purificación, llega a ser por primera vez él mismo real y verdaderamente, precisamente al rendirse y ser atrapado en el Amado. (Para leer más acerca de estas líneas, ver “Catolicismo y Budismo: incompatibles en el Amor”, por John Michael Keba.)
Aquí es donde la fe cristiana es única y superior: encontramos descanso en una persona, en una amistad fundada en el amor que no conoce límites y que durará por siempre:
“Venid a Mí todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar. Tomad sobre vosotros el yugo mío, y dejaos instruir por Mí, porque manso soy y humilde en el corazón; y encontraréis reposo para vuestras vidas.”
Mateo 11, 28-29
Ciertos temas abarcan gran parte del pensamiento y de la religión del Lejano Oriente, a pesar de sus muchas variedades. Uno observa el énfasis en la salud, en la longevidad, en la unidad con la naturaleza y en la superioridad del orden creado o del orden natural; la trascendencia más allá de este orden se entiende como un retorno o una fusión con una unidad impersonal que está más allá del ser.
En contraste, el cristianismo puede ser evocado con pocas sorprendentes palabras: Cruz, Corazón, Carne, Rostro, Espíritu, Amor, Cielo. El hombre fue hecho por Dios para Dios, no por el cosmos para el cosmos. La vocación cristiana es para encontrar y abrazarse en Dios, que es personal, la realidad última, totalmente otro, sin embargo, más interior a mí que yo mismo. Dios toma carme humana real y la santifica. El cristiano es reformado por Su gracia, recreado y llamado a una resurrección corporal después de la muerte.
La idea de una víctima de tuberculosis de 24 años de edad (Santa Teresa de Lisieux) presentando su enfermedad como un ofrecimiento de sí misma en reparación por los daños causados por el pecado; la idea de esta vida como un valle de lágrimas a través del cual pasamos hacia la Jerusalén celestial donde las personas están más vivas y definidas que nunca…nada de eso puede tener sentido en el Lejano Oriente. La Cruz es un absurdo, la resurrección no menos que eso. “La doctrina de la Cruz es, en efecto, locura para los que perecen; pero para nosotros los que somos salvados, es fuerza de Dios.” (1 Corintios 1, 18)
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por lifesitenews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo, «El cristianismo trasciende los límites del budismo» en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/the-carmelite-mystics-show-how-christianity-transcends-buddhisms-limits
Si te perdiste la primera parte de este artículo sobre los límites del budismo, puedes leerlo aquí .
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