La crisis por el Coronavirus podría hacernos despertar a todos, la opción del confinamiento puede significar un punto de inflexión para un cambio total en la decadencia moral y espiritual del mundo
La opción del confinamiento, por R.P Dwight Longenecker para The Imaginative Conservative
Me fue presentada por primera vez la riqueza de la espiritualidad benedictina cuando una amable católica hizo amistad conmigo en la universidad. June Reynolds era una profesora retirada de botánica de Georgetown y una oblata de la Abadía de San Anselmo en Washington DC. La conocí cuando le hice un trabajo de jardinería un sábado por la tarde.
June vivía una vida tranquila con su estudioso esposo en una pequeña cabaña en los bosques. Al otro lado del muro fronterizo estaba el pobre Convento de las Clarisas donde su única hija, la Hermana Mary Lucy, era la madre superiora.
Después de mudarme a Oxford a estudiar teología en preparación para el ministerio en la Iglesia de Inglaterra, con June nos escribíamos y eventualmente me sugirió que podría gustarme visitar un monasterio benedictino.
Ella no se dio cuenta de cuan profundamente corría mi fundamentalista prejuicio anti-católico. Yo en esa época era mucho más abierto a la iglesia histórica, pero ¡monjes y monjas! Para nuestra básica religión bíblica los monjes y monjas eran un oscuro secreto profundo de la Iglesia Católica. Ellos usaban unas largas túnicas con cadenas en la cintura; vivían en grandes construcciones góticas que se parecían a las de los Locos Adams, y a cuentos de terror como “Las terribles revelaciones de María Monk”, y esto aún infectaba la atmósfera de nuestra secta religiosa como una oscura niebla.
Sin embargo, fortalecido por el aforismo de F.D. Maurice que dice que “un hombre a menudo tiene razón en lo que afirma y se equivoca en lo que niega”, decidí seguir su consejo. Le escribí al encargado de los huéspedes del cercano monasterio benedictino de la Abadía de Douai, cerca de Reading en Berkshire, Inglaterra.
Me invitaron a hacer una visita y a irme ahí en tren. Me bajé en la estación de Woohampton, donde vi una pequeña señalética torcida que me dirigió “al monasterio”. Era una húmeda y fría tarde de marzo cuando penosamente subí la colina y encontré el camino a la puerta principal.
Baste decir que instantáneamente estuve intrigado y encantado con la promesa y el encanto de la vida monástica. Había una hermosa capilla, preñada de silencio y conmovedora con su belleza austera. Visité la biblioteca con su mohosa fragancia de libros antiguos y el mobiliario de madera sólida brillando con el lustre de los años. Cuando me uní a los monjes en el refectorio gótico este también tenia una alegría simple, sorprendiendo la paradoja de estar comiendo tan simple comida en un entorno tan suntuoso. Que ellos comieran en silencio mientras alguien leía en voz alta un libro evocó en mí una oleada de irónica sorpresa.
Continué visitando Douai, me hice amigo de los pocos monjes e hice una vocación de mi vida estudiar la regla de San Benito y visitar otros monasterios. Finalmente fui admitido como un oblato. Mi compromiso con la Regla de San Benito no ha sido un éxito rotundo. Tropiezo y fallo en mis intentos de rezar, y el balance benedictino de trabajo, oración y estudio está a menudo desbalanceado por mi propia tendencia al exceso de trabajo, a quedarme dormido durante la oración y, cuando se trata de libros, a leer en lugar de estudiar.
Ahora que el Obispo ha clausurado los sacramentos debido a la crisis por el Coronavirus, uno está forzado a tomar la opción del confinamiento el cual me empuja a re-examinar el camino de San Benito, el cual ha sido un camino de soledad y de aislamiento desde el principio. La palabra “monje” viene del griego monos, “solo”. La opción del confinamiento significa que muchas familias están enfrentando el aislamiento y muchos individuos están teniendo una soledad impuesta sobre ellos por su propio bien. Los monjes y las monjas han estado viviendo la “opción del confinamiento” por siglos, por tanto, ¿qué podrían enseñarnos desde su sabiduría perenne para enriquecer nuestro propio periodo de soledad forzada?
Primero es darse cuenta de que Dios no tiene prisa.
El tiempo de Dios es el tiempo de la naturaleza, y la belleza de la naturaleza se desarrolla lentamente. Dios juega un juego largo. Nuestra experiencia del confinamiento debiera forzarnos a calmarnos y a reducir el paso frenético de nuestras vidas sobre-ocupadas. Podemos salir de esta oscura inactividad con un renovado sentido de estabilidad del espacio y del tiempo. No tenemos que apurarnos demasiado. Sospecho que uno de los efectos será la reducción, al menos por un tiempo, de la industria de los viajes de placer. ¿Realmente necesitamos todos esos cruceros? ¿Realmente necesitamos volar por todo el mundo solo por diversión?
Podemos quedarnos en casa. Esta es la sabiduría benedictina en la promesa de estabilidad. El monje promete estabilidad a un monasterio en un lugar de por vida. Esta es la razón de porqué cuando conoces a un monje él puede decir: “Soy un monje de Belmont” o “ Soy un monje de Clear Creek de Nurcia o de Downside.” Los monjes benedictinos se quedan donde están, y el dicho para la promesa de estabilidad es “Dios no está en otra parte.”
La segunda promesa benedictina es la de obediencia.
Nuestro forzado confinamiento requiere no solo la obediencia a la ley terrena, o al decreto del obispo, sino también la obediencia al bien superior. La raíz de la palabra “obediencia” es la palabra latina “obedire”, “escuchar”. Quizás en el modo confinamiento podemos tomar más tiempo para escuchar atentamente no solo otro postcast, un audiolibro, o lo que sea que esté en transmisión en vivo en nuestras artilugias pantallas, sino que para aprender a escuchar la voz del Señor. Así como Dios se mueve lentamente, así también Él habla en el silencio. El profeta escucha al Señor no en el terremoto, viento, o fuego sino en la tranquilidad, en la pequeña voz de la calma.
Con la virtud de la obediencia podríamos también desarrollar una refrescante comprensión de las verdaderas prioridades de la vida. En vez del constante empuje a adquirir más posesiones materiales, o la ambición por lograr éxitos mundanos, deberíamos someter nuestro orgullo y codicia por el placer y el poder al bien superior de una vida tranquila en la búsqueda de lo que es bueno, bello y verdadero. Deberíamos someter nuestros propios placeres y juegos de poder al bien superior del amor a Dios y a nuestro próximo.
La tercera y final promesa de la disciplina de Benito es la conversión de vida.
Este no es un simple llamado a la conversión religiosa. Es un llamado para la conversión total de la propia vida. Si aprovechamos al máximo el encierro por el Coronavirus, tendremos tiempo para evaluar nuestras vidas. La crisis podría hacernos despertar a todos y significar un punto de inflexión para un cambio total en la decadencia moral y espiritual del mundo. Si el este es el resultado o no dependerá de cómo muchas personas usan la crisis para una conversión de vida esencial y a nivel fundacional. Si hacemos esto, una gran luz puede comenzar a brillar en nuestras propias vidas y en la sociedad. Si no lo hacemos, estamos en el gran peligro de caer en una crisis en otra, que son cada vez más grandes y por lejos más peligrosas.
R.P Dwight Longenecker para The Imaginative Conservative
Puedes leer este artículo, «La opción del confinamiento por el Coronavirus» en su sitio original en inglés aquí: https://theimaginativeconservative.org/2020/03/lockdown-option-dwight-longenecker.
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