Un artículo muy certero el de Jorge, a través de las fotografías que han evolucionado del blanco y negro al color, hace un análisis de cómo de vestir modestamente, se ha pasado a lo absurdo.
«La historia del vestir: la fotografía y sus más de mil palabras», Jorge A. Rángel
“Recordar es vivir”, y cuantas veces recurrimos a la fotografía. Creo difícil que pueda existir un hogar sin algún álbum fotográfico que resguarde las imágenes de los seres queridos, de acontecimientos y lugares que permanecen grabados en nuestra mente y corazón.
Las fotografías impresas en papel dicen más de mil palabras, nos remueven lo que llevamos en nuestra memoria, el día, la hora, el clima, aromas, la temperatura. Y si detenemos la vista podemos darnos cuenta de otros detalles.
Observemos como vestían nuestros abuelos y nuestros padres hace cincuenta años. Es impresionante ver desde la modestia de sus vestidos y trajes formales que cubrían todo su cuerpo, al pasar a fotos más recientes vemos la influencia de la llamada moda que refleja la pérdida de las buenas costumbres y respeto hacia Dios, a sí mismo y al prójimo llevando en poco tiempo a una ruptura con la moral, con lo anterior.
Desde los años sesenta algunas mujeres se atrevieron a masculinizar su ropa hasta llegar a feminizarla y unos pequeños pedazos de tela taparon tan solo unas partes de los muslos femeninos, la “minifalda” se apreció como un paso firme en la liberación de la mujer, y se calificó de conquista el uso del bikini como si fuera un derecho el mostrar el propio cuerpo y el uso del pantalón como una lucha de igualdad y de democracia. Muchas mujeres jóvenes y mayores cayeron en el engaño de verse jóvenes por siempre. En este entonces desapareció el uso del velo y quedaron solo como recuerdo las palabras que decían: “La mujer es merecedora de todo nuestro respeto y simpatía, por su importantísimo papel en la humanidad como esposa y sobre todo como madre. Su misión no se limita a la gestación y crianza física del ser humano, que por sí sola le importa tantos sacrificios, sino que su influencia mental y moral es decisiva en la vida de todo hombre”.
Los años setenta siguieron el mismo camino con el movimiento “hippie”, amor y paz, y las buenas costumbres siguieron cayendo. Las nuevas ideas como cantos de sirena hechizando a las nuevas generaciones.
Ya en los ochenta principalmente las mujeres se podían vestir y desvestir con lo que fuera, sin combinación, no importaba cual absurda e inmoral resultara su vestimenta. A esto se agregar el uso de los colores neón eléctricos, todo en el vestir estaba permitido.
Ya para los noventa, se dejan atrás los colores fluorescentes y demasiado llamativos, los llamados “looks” surgen y llega el minimalismo, la comodidad está al servicio del vestir, aparecen las supermodelos y los ídolos musicales que marcan la tendencia del vestir y todo el que quiere estar a la moda por imitación a disfrazar sus gorduras pues las modelos siempre son hiperdelgadas.
El nuevo milenio fue recibido con el uso de los “jeans”, sandalias y los “tops” Ya no son los pantalones arriba de la cintura, ahora a la altura de la cadera y las blusas descubriendo la espalda. La moda es globalizada, ya no hay fronteras para nada.
Hoy estamos por concluir la década de la relajación, la facilidad, la comodidad y la despreocupación, hay que ser “cool”.
Ponerse ropa deportiva no para ir al gimnasio, y se puede usar bermudas y chanclas hasta para ir a Misa. “Ahora que se ha experimentado la alegría de caminar todo el día en chanclas, usar sólo una camiseta o sudadera de marca, esto es vestir con estilo. ¿Y ante esto quién quiere renunciar? ¿Ya perdida una vez la vergüenza que se puede esperar?
La historia del vestir de los últimos cincuenta años, difiere mucho entre cada década, con lo que podemos constatar la urgencia de retomar como personas sociales del estudio de la “urbanidad y de las buenas maneras”, recordando que el respeto a los demás y el ganar la estima de las otras personas por la buena educación es indispensable para toda la vida y sana relación social.
Aún los manuales de urbanidad que no son catecismos, describen los deberes morales de toda persona, para con la sociedad reflejada en los propios padres, la Patria y los semejantes. También de los deberes para con nosotros mismos. Distinguiendo con claridad cuatro tipos de personas:la familia, las personas extrañas de confianza, las personas con quienes tenemos poca confianza y las personas con quienes no tenemos ninguna confianza. Cada quien tiene su lugar y su trato.
Hoy ancianos, adultos, jóvenes y niños son tratados de manera igualada, la buena educación no es vigente.
Hay quienes definen este tiempo como un cambio de época o una época de cambio. Otros lo definen como un tiempo de crisis, pero para quienes hemos vivido en estos cincuenta años nos damos cuenta tristemente que “somos hijos de la crisis”. Y como tales podemos quedarnos quietos observando las fotos del recuerdo y de la añoranza de los tiempos que tenían pies y cabeza. Conformarnos y callar ante la deslealtad contra Dios, caer en el abatimiento sin esperanza, vivir la tacañería hacia el prójimo, callar ante la insensatez del imprudente, estancarnos en la debilidad del derrotado y acostumbrarnos como cómplices ante el desenfreno y del ocioso del comodino.
Hoy, podemos retomar lo que Dios nos enseñó, busquemos la belleza de la virtud y no caigamos ante la fealdad del pecado, estemos atentos pues, la hipocresía remeda todas las virtudes, puede disfrazar al lobo de oveja con todo y su olor a corral. Toda virtud requiere ser entendida, razonada, desarrollada con constancia y de manera equilibrada, es un hábito bueno e inteligente.
Seamos conscientes que las cámaras actualmente registran decenas de datos de cada fotografía, que dentro de algunos años esas imágenes de familia hablen no de la moda, y sí del trabajo por forjar la Iglesia remanente, que se mantiene fiel que afronta la crisis o por lo menos que batalla para que nuestros hijos vean con claridad que tener fe es estar dispuesto a marchar con fuerza y valor militar. Que la vida verdaderamente cristiana es posible, que es un don de Dios, que de nosotros supone esfuerzo, no es comodona, ni a la medida, ni ambigua. Que recibimos de nuestro buen Dios el día de nuestro bautismo las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad y las cuatro cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Y que estas virtudes vienen de Dios y nos refieren a Él. Así al pasar los años la hermosura de todo recuerdo dirá otras mil palabras.
Jorge A. Rangel Sánchez
Estupendo viaje por la historia del vestir. Les recomendamos que se queden en nuestra página y para que puedan continuar ampliando su información sobre este tema, les recomendamos el siguiente artículo: Claves para conservar la modestia en el vestir en el verano y el vídeo de nuestros compañeros de Agnus Dei sobre el uso del velo: El velo, respeto ante Dios y honor para la mujer
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