En esta segunda parte seguiremos desarrollando los conceptos que llevan implícitos las ideas de hombre nuevo y fraternidad universal que se buscan instaurar como consecuencia de la crisis del Covid19. Reflexionaremos sobre la influencia que percibimos del pensamiento de Rousseau en relación a la conformación de una sociedad global y fraterna.
Catolicismo y Política. EL Hombre Nuevo y la Fraternidad Cósmica, Segunda Parte. Un artículo de Leonardo Olivieri
En el artículo anterior hicimos referencia al concepto de buen salvaje de Rousseau, que a diferencia de Thomas Hobbes, definía la hombre en estado de naturaleza como un ser libre e inocentemente bueno. Para Hobbes,” el hombre es el lobo del hombre”, o sea, agresivo, ambicioso, perverso y cruel por naturaleza.
Ya hemos dicho que las desigualdades y los conflictos surgen cuando el hombre natural decide vivir en sociedad. Es ahí cuando surgen las diferencias de clase, las inequidades y las injusticas. Es en la sociedad donde se manifiestan tales inequidades.
“El primer hombre a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!» Pero parece que ya entonces las cosas habían llegado al punto de no poder seguir más como estaban, pues la idea de propiedad, dependiendo de muchas, otras ideas anteriores que sólo pudieron nacer sucesivamente, no se formó de un golpe en el espíritu humano; fueron necesarios ciertos progresos, adquirir ciertos conocimientos y cierta industria, transmitirlos y aumentarlos de época en época, antes de llegar a ese último límite del estado natural. Tomemos, pues, las cosas desde más lejos y procuremos reunir en su solo punto de vista y en su orden más natural esa lenta sucesión de acontecimientos y conocimientos” (Jean-Jacques Rousseau. Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres)
Siguiendo con este enfoque, Karl Marx considera al hombre desde un punto de vista dual, por un lado como ser real o biológico y por otro lado, como el resultado de un proceso de la historia económica, de la producción misma de esa historia. El hombre, se realiza modificando la naturaleza para satisfacer sus necesidades en un proceso que de por sí es dialéctico, en donde la transformación que se efectúa es de carácter recíproco. Por lo tanto, la autogeneración del hombre es un proceso real, histórico–dialéctico o sea como un movimiento que implica contradicciones y la superación de las mismas.
Cuando Marx hace de referencia al concepto de realidad, hace fundamentalmente referencia al contexto histórico social, logrando afirmar de manera absoluta que el hombre es sus relaciones sociales. Esto significa que la esencia de lo que el hombre es, no puede de ninguna manera determinarse a partir del espíritu ni de la idea. Todo lo contrario, se define a partir del hombre mismo, de lo que este es concretamente, desde su forma corpórea, no es un ser abstracto, fuera del mundo, el hombre es en el mundo.
El hombre, para Marx, es infinitamente perfectible. Las facultades humanas, latentes y potenciales tienen una capacidad ilimitada para desarrollarse. Las facultades creadoras latentes del hombre son básicamente sofocadas y reprimidas por la situación propia de todas las sociedades clasistas (sistema capitalista).
De esta manera, se puede afirmar que bajo la perspectiva de Marx y de Rousseau son los sistemas económicos-sociales que pervierten a la genuina naturaleza de los hombres. Más concretamente, el hombre se corrompe en el sistema capitalista en donde el poder, el dinero, el egoísmo y la codicia se imponen en un conjunto de instituciones tanto formales como simbólicas (super- estructura ideológica), para constituir una naturaleza corrupta y dañina del ser humano.
Para este tipo de pensamiento, la desigualdad no implica diferencia de dones o particularidades que poseen los seres humanos. La desigualdad es injustica por sí misma, ya que en ese estado de naturaleza los hombres son libres e iguales. Implica por lo tanto, una estructura social que favorece la opresión tanto material como simbólica, aumentando así los sufrimientos y las penurias.
En esta línea y tal como lo explicitó el Papa Francisco en una audiencia del 26 de agosto 2020, la desigualdad es el fruto de un crecimiento económico injusto, que prescinde de los valores humanos fundamentales, y que es indiferente a los daños infligidos a la casa común. La desigualdad social y el degrado ambiental van de la mano y tienen la misma raíz: la del pecado de querer poseer y dominar a los hermanos y las hermanas, la naturaleza y al mismo Dios.
Otro punto que toma este discurso es el concepto de fraternidad. Se entiendo bajo este concepto fundamentalmente como una asociación de personas que tienen unos mismos intereses de carácter altruista, unidos por sentimientos de afecto y de confianza propias de una comunidad de hermanos.
Desde esta visión, la fraternidad consiste en una especie de bagaje colectivo al que toda la humanidad necesita aspirar, incluso desde el origen de las civilizaciones: Sin embargo esta necesidad de fraternidad ha quedado reducida como consecuencia de sentimientos anti-altruistas. La ambición, el egoísmo desmedido, el afán de dominación del otro, sepultaron toda idea de hermandad propia de ese hombre natural bueno e inocente (estado de naturaleza rousseauniano).
Siguiendo con este concepto, la esperanza de la humanidad en la conquista de la fraternidad se fundamenta en un cambio radical de la estructura económica y sus relaciones sociales, que como se mencionó en un principio, alienan la esencia solidaria y compasiva del hombre. Este cambio o revolución implica sustituir relaciones socioeconómicas centradas en el individuo y la libertad económica por una nueva estructura intersubjetiva que favorezca la emergencia de otros sentimientos más relacionados con la solidaridad, la igualdad y la colectivización de las formas económicas. En síntesis, la fraternidad es un sentimiento anti-capitalista que promueve la socialización de las relaciones entre los individuos.
Una sociedad unida por lazos de fraternidad debe aspirar a la felicidad común, siendo ésta una nueva cultura basada en un sentimiento de fraternidad y empatía ante la infelicidad que padecen algunos sectores o grupos de la sociedad. Asimismo, persigue la solidaridad y el altruismo como los caminos para concretar la felicidad plena. Instaurándose una suerte de sociedad perfecta o paraíso terrenal.
Todo esto guarda un trasfondo de carácter religioso. Para esta visión, las religiones son construcciones culturales, no existiendo una creencia verdadera. Todas las religiones son iguales, todos los “dioses” tienen la esencia de ser constructos culturales. En el caso de que exista un “dios” no se puede acceder a él de manera objetiva, sino que está conceptualizado por medio del mundo simbólico-cultural de la época y de la cultura. Es por eso que se las considera como instrumentos de división y conflicto, fuente de des-unión que atenta contra la instauración de la fraternidad universal.
La Humanidad se convierte en el nuevo absoluto, en la nueva divinidad, y el positivismo en su religión verdadera cuyos fines no hacían referencia a un «más allá» sino a una organización política de la humanidad.
La idea de Rousseau de la religión civil consiste en que por medio de una “creencia religiosa” se puede lograr la cohesión social de los miembros que componen la sociedad. Es fuente de unidad, mecanismo de homogeneización y de reducción de conflictividades sociales. Esta religión civil favorece los lazos de fraternidad social y nos conduce a esa felicidad común.
Es por ello que todas las religiones deben conducir al mismo “dios” y deben fortalecer los puntos comunes que tienen distintas culturas. Este pensamiento inclusivo que conlleva una especie de religión natural (lo que une a todas las religiones) es una de las bases de la fraternidad universal. Se exalta el carácter humano por sobre la pluralidad de “dioses”, se renuncia a buscar al Dios verdadero para favorecer la inclusión de todos en una hermandad universal y común.
Este hombre nuevo es aquel que sobrepasa las diferencias y que reduce sus creencias a su esfera privada. Se expresa y se manifiesta públicamente de manera “neutra”, sin buscar a la Verdad ni mucho menos hacer proselitismo de ella. Se sabe miembro de una comunidad fraterna e inclusiva en donde la Humanidad es el absoluto a quien se debe rendir adoración pública.
Leonardo Olivieri
Catolicismo y Política. EL Hombre Nuevo y la Fraternidad Cósmica, pueden leer la primera parte en nuestra página: El hombre nuevo y la fraternidad cósmica, 1ª parte
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