«Pero la tierra nos habla del Cielo; de lo contrario, ¿por qué íbamos a querer irnos allá?»
Wendell Berry. Jayber Crow.
Jayber Crow es un hombre con una vida común y corriente que, llegando a los ochenta años, decide escribir sus memorias. A lo largo de 32 años fue el barbero de Port William, una pequeña ciudad en el interior de Kentucy, Estados Unidos. Nacido en 1914, pudo asistir a los grandes cambios por los que ha pasado su amada ciudad. Con el transcurso del tiempo y las muchas historias oídas, Jayber Crow se convirtió en un depositario de las memorias de Port William. El barbero escritor sólo ha podido contar su propia historia a medida en que ha contado también la de su pueblo.
Los acontecimientos exteriores más extraordinarios, por así decirlo, le sucedieron en la infancia e inicio de juventud: se quedó huérfano a los cuatro años y, después de ser adoptado por una amorosa pareja ya mayor, les perdió a los once años. Entonces fue mandado a un orfanato, donde pudo aprender el oficio de barbero y a tomar gusto por la literatura. El oficio y la afición literaria jamás le abandonaron. En realidad, se integraron en su vida sencilla de tal manera a hacerse elementos de su vocación.
Jayber Crow era muy trabajador y no tardó, ya libre del orfanato, en ganar lo suficiente para vivir y ahorrar. También frecuentó clases de literatura en la universidad; no tenía ganas de ser profesor, pero sí de comprender mejor los libros que leía. Jayber no estaba propiamente libre sino que, según nos cuenta, estaba “suelto como una piedra que cae”. No tenía raíces y, aunque todo le fuera bien profesionalmente, le perseguía la impresión de que no vivía su vida.
A los veintitrés años, Jayber se encontró en la misma jungla oscura que su admirado Dante. A diferencia de Dante, pero siguiendo el ejemplo de su homónimo Jonás, primero intentó huir del llamado de la conciencia. No vivía en Port William, no pensaba en regresar, y un día, repentinamente, decidió marcharse a una ciudad más grande. A pie, se enfrentó a una tempestad que le obligó a cambiar de rumbo, desorientado; cuando se dio cuenta, estaba caminando en dirección a Port William.
La tempestad hizo con que Jayber, el Jonás en fuga, pensara en el Génesis; más precisamente en el momento en que Dios separa las aguas de la tierra y del firmamento. Viendo a un escenario tan semejante, Jayber regresa a sus raíces y, como San Agustín al fin de las Confesiones, también a las raíces del mundo. Para vivir su vida, sabe que necesita irse a Port William. El viajero se convierte en peregrino.
Antes de entrar en la pequeña ciudad, es reconocido. Burley Coulter, que tenía la edad de su padre, sabe quién es Jayber, quiénes fueron sus padres y cuál es su historia. Por la primera vez en muchos años, la vida de Jayber es tomada por otra persona en su integridad. El personaje y narrador se da cuenta de que las raíces no se perdieron, de que ya había una clase de compromiso entre el hombre que le conocía y él. Fue Burley Coulter quien le ayudó a ser el barbero de Port William.
Jayber no es un espectador de la vida de Port William, sino que la integra. Sus clientes son también sus amigos, hombres que le depositan sus historias y la historia de la pequeña ciudad. El lector Jayber sabe, por la experiencia literaria, que a lo cotidiano hay que darle atención. Si por un lado las cosas se pierden con el tiempo, por otro lado somos capaces de mantenerlas en nuestra memoria.
La vocación nos es revelada poco a poco a lo largo de la vida. No es un acontecimiento extraordinario, sino que está siempre integrada a nuestras responsabilidades cotidianas. A medida en que las abrazamos, por aburridas que sean, recibimos pequeñas revelaciones de quién estamos llamados – por Dios – a ser. El amor a la literatura y el oficio de barbero, combinación que nos puede parecer singular, le permitieron a Jayber Crow arraigarse en la vida.
Como Dante, el peregrino arraigado Jayber encontró a una Beatrice con quien no se pudo casar, pero cuyo amor le franqueó las puertas del Paraíso. Jayber sabía que no podría amar desordenadamente a su Beatrice so pena de perder la integridad del amor; por ella, tendría que ser un hombre mejor; por ella, tendría que amar mejor a Dios. Gracias a ella, aprendió a amar a su vida cotidiana, la repetición de los hechos e episodios típicos de Port William, con anhelo de permanencia.
Jayber ponía atención a las cosas y a las personas porque esperaba que, de alguna manera, permanecieran. O mejor, que fueran restauradas más perfectamente. Jayber, como nosotros, creía “en la resurrección de la carne”. Habiendo encontrado la vocación en los vínculos, y no en una falsa libertad suelta, repetía sus pequeños actos de amor, que un día terminarían, con la esperanza (en Dios) de retomarlos después; con la esperanza de que lo amado aquí eche raíces en la eternidad.
Si reflexionamos un poco, tanto en la vida de Jayber Crow como en la nuestra, notaremos que el cotidiano es una anticipación de la eternidad. La lectura de esa magnífica novela de Wendell Berry tiene como efecto preparar el suelo de nuestra imaginación para recibir la esperanza que Dios nos quiere infundir.
Para compartir mi experiencia como lector de Jayber Crow, he grabado un pequeño curso que se titula Jayber Crow: vocación en la vida cotidiana. El curso está grabado en portugués. Si queréis integrar a esa novela en vuestras vidas, yo estaré contento de ayudaros.
Gilmar Siqueira
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