MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
El Mandamiento nuevo
1. Relato evangélico (Jn 13, 31-33a.34-35)
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
2. Comentario al Evangelio
En el marco de su despedida Jesús entrega a sus discípulos un mandamiento nuevo que no viene a sustituir a los dados por Dios en el Sinaí, sino a darles plenitud. Este nuevo mandamiento, síntesis de la Ley divina es el amor al prójimo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también vosotros. Jesús convierte este mandamiento en la exigencia máxima de su seguimiento y en signo de identidad de los miembros de la Iglesia. Así fue desde el inicio de la misma, cuando, en medio del mundo gentil, los cristianos destacaron por su amor mutuo, no exento de dificultades, pero que llamaba la atención de los paganos, acostumbrados al odio y la violencia. Pero este mandamiento, forma parte de un plan más grande: la glorificación del Hijo por el Padre en su Pasión y Muerte; Jesús vincula el amor al prójimo a su propio sacrificio en la cruz, manifestación suprema del amor de Dios por el hombre y ejemplo máximo del mandamiento del amor fraterno. Jesús al ofrecerse en la cruz manifiesta no sólo su amor por el Padre, obedeciéndole en todo, sino también su amor por los hombres, por sus prójimos, al ofrecerse como víctima expiatoria por sus pecados. En la cruz, que es la glorificación de Jesús, se manifiesta que no hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos.
3. Reflexión
‘Os doy un mandato nuevo: que os améis mutuamente’, no con un amor que degrada, ni con el amor con que se aman los seres humanos por ser humanos, sino con el amor con que se aman porque están deificados y son hijos del Altísimo, de manera que son hermanos de su Hijo único y se aman entre sí con el mismo amor con que Cristo los ha amado[1], escribe san Agustín.
El encuentro personal con Cristo genera en el hombre un amor que tiene una doble dimensión: por una parte, se alza hacia la eternidad, hacia Dios, a quien está llamado a amar sobre todas las cosas; y por otra, ese amor presenta una dimensión horizontal, terrena, dirigida hacia el prójimo, que se convierte en objeto de amor y de lugar de encuentro con Dios. El primero es el fundamento y fuerza del segundo, pues lo sobrenaturaliza, y le da un valor que va más allá de la humana compasión. Sin el amor a Dios, sin el componente sobrenatural, el amor al prójimo carecería de la fuerza necesaria para superar los obstáculos que a él se oponen, que no son pocos y que proceden tanto de fuera como de dentro del propio cristiano. Para hacer efectivo ese amor, esa caridad, que es el termino especifico del amor cristiano, es necesario cultivar la vida interior, la vida de la gracia, por medio de los canales ordinarios que se han dado para ello; por medio de los sacramentos, la gracia de Dios nos va fortaleciendo para el ejercicio de la caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo, y que abarca toda la realidad del ser humano. Y esto, porque en el ejercicio de la misma hemos de imitar el ejemplo de Nuestro Señor que, no sólo vino para multiplicar los panes, curar a los ciegos, cojos y mudos, sino también las almas, lugar donde nacen todas las injusticias, odios, envidias y divisiones que asolan la humanidad, y que atentan contra el amor fraterno. La caridad cristiana, como virtud teologal, apunta más allá de las realidades temporales, y fija sus ojos en las eternas, en Dios, objeto de la misma, a quien hay que amar y por el que hay que amar a los hombres.
3. Testimonio de la Tradición
San Máximo de Turín, Obispo (c. 380-c.465)
Tal es el día del Hijo, a quien el Padre comunica, de un modo arcano, la luz de su divinidad. Tal es el día que dice, por boca de Salomón: Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente.
Sermón 53, 1-2.4
4. Oración.
Señor y Dios nuestro, cuyo amor abarca todo y a todos,
concédenos la gracia de amar lo que Tú amas y rechazar lo que Tú rechazas; que
tu gracia acreciente nuestra caridad para amarte sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
[1]Tratado sobre el Evangelio según san Juan, 65, 1-3
Rev. D. Vicente Ramón Escandell
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