En un artículo anterior el profesor Kwasniewski nos comentaba sobre el deber de un teólogo y aquello que no les está prohibido hacer. En este artículo nos propone algunos de los pasos para llegar a convertirse en un buen teólogo
Cómo convertirse en buen teólogo en tres pasos, por Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Anteriormente he escrito acerca de lo que no deben hacer los teólogos. ¿Podemos pensar más en positivo sobre que debieran estar haciendo en su trabajo? Recuerden, la respuesta se aplicará no solamente a los profesores y autores, sino también, y sobre todo, a los obispos que son, supuestamente, los primeros maestros de su rebaño y, por tanto, quienes debieran ser teólogos ejemplares, al menos en el sentido de que ellos examinan profundamente los misterios de la Fe con ayuda de las mejores fuentes y buscan compartir con otros los frutos de su contemplación, sabiendo también obtener recursos de expertos ortodoxos y cuándo y cómo condenar la heterodoxia.
Hacer teología bien involucra tres pasos básicos:
1.- definir con claridad un problema u opinión a ser investigada;
2.- consultar todos los juicios significativos anteriores relativos a eso en este orden: Sagradas Escrituras, Tradición y Magisterio, los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia y las especulaciones de otros teólogos fieles;
3.- explicar la doctrina de una manera inteligible a los católicos de hoy, sin rebajar el contenido o distorsionarlo.
1.- Definición: ¿Cuál es la cuestión precisa que deseo investigar? Al responder esta pregunta, debo apelar a la ciencia de la lógica y no al arte de la retórica. Esto es, deseo saber cuál es la verdad de esta materia, no como esta se revestirá con un lenguaje accesible, o cómo el oyente podría ser convencido de su verdad. Buscaré precisión en la terminología y rigor en el argumento. Si algunos términos son hoy entendidos de una manera diferente a su significado pasado, me preguntaré si existen legítimas razones para adoptar un cambio en el lenguaje formulado. Por ejemplo, que la noción escolástica de sustancia sea raramente enseñada en las escuelas no es una razón suficiente como para abandonar el uso de la palabra “transubstanciación” cuando se discute el misterio de la Sagrada Eucaristía. La cuestión debe ser establecida en términos consagrados por la tradición y perfeccionado por centurias de discurso teológico dentro de la Iglesia. Si son requeridos nuevos medios de expresión, deben ser tomados con cuidado para asegurar su completa armonía con aquellos del pasado. Mi lenguaje, no menos que mis pensamientos, debieran indicar una mente completamente familiarizada con los variados métodos usados y las conclusiones alcanzadas por teólogos del pasado fieles a la Iglesia.
2.- Consulta: ¿Cómo tratan las Sagradas Escrituras la cuestión? ¿Cómo me suministra la Sagrada Liturgia en sus antiguos ritos, oriental y occidental, el testimonio de la Tradición Apostólica? ¿Los concilios, papas u oficios curiales han hecho algunas declaraciones conectadas con esto? Acepto lo revelado o la enseñanza magisterial, me someto reverentemente a esto y a sus implicaciones y procedo a explorar la materia con una fidelidad que se aleja de las novedades. Habiendo consultado el pensamiento de la Iglesia, luego consulto a los Padres y Doctores de la Iglesia y, en una posición subordinada, a los autores modernos merecedores de respeto (es decir, Newman, Garrigou-Lagrange, Journet, Bouyer, Ott) todo en vistas a mejorar mi comprensión del asunto y a la variedad de vías en que autores del pasado y del presente han ensayado una respuesta.
Mi trabajo no comienza con una duda cartesiana, sino que se construye sobre la base de mis predecesores.
3.- Explicación: Habiendo definido y tamizado el problema a través de la riqueza de la instrucción proveída por el Magisterio y otras fuentes fiables, recuerdo una cierta dimensión “práctica” a mi trabajo como teólogo: hacer la inmutable doctrina de Cristo inteligible a mis contemporáneos. Ahora haré valer el arte de la retórica para convencer a mis oyentes o lectores que las proposiciones enseñadas por la Iglesia no solo están libres de error, sino que son hermosas de considerar y dignas de un firme asentimiento.
Si debo, diferiré de los Padres o de los Doctores de la Iglesia con la mayor vacilación y timidez, y al sacar a la luz nuevos aspectos de la fe cristiana, lo haré enlazando mis ideas a sus raíces Patrísticas y escolásticas. Mi propia mirada sobre una materia dada, mi “original contribución” es introducida con humildad y con deferencia a la autoridad eclesiástica.
Por tanto, la práctica de la teología dentro la Iglesia, es decir, leal a ella siempre mostrará lo siguientes rasgos: 1.- el Magisterio constante siempre es seguido y defendido, incluso cuando obispos o papas como individuos se desvíen de ella; 2.- el testimonio a la mano de toda la tradición católica relevante sobre la materia es consultado e incorporado en la medida de lo posible; 3.- en particular, la enseñanza de los Doctores y Padres, especialmente de Santo Tomás de Aquino, se toma como base y norma segura; 4. Cualquier posición que pueda causar escándalo o daño a los fieles, especialmente en lo que respecta a la piedad popular o a las antiguas tradiciones, debiera estar prohibida; 5.- las opiniones teológicas deben ser voluntariamente sometidas al juicio final del Magisterio.
Hay muchos soldados rebeldes en las fortalezas académicas que pueden estar tentados a responder, o quienes abiertamente sostendrían, que hacer teología de acuerdo con nuestra descripción está destinado a caer en una sin vida y repetitiva rutina de cotorrear pronunciamientos vaticanos, cuando no es simplemente filtrada en frívolas variaciones de temas sobrecargados.
A estos objetores les respondo que los rebate la evidencia de los últimos dos milenios. La más fructífera empresa teológica ha sido precisamente aquella que floreció desde mentes conectadas a los grandes misterios de la Fe y toman sus puntos de partida y su guía desde las inexhaustibles palabras de la Escritura, de la Tradición y del Magisterio.
Como ejemplo del fértil campo que puede ser plantado y cosechado solo por un compromiso fundamental con la ortodoxia, vamos a tomar el solemnemente definido dogma de la transubstanciación. Aceptando esta verdad en su totalidad – y seguramente es casi el más profundo y bello misterio que nuestro Señor nos ha revelado – ¿no desearíamos entonces, en un espíritu de devoción y amor, explorar su riqueza sin fin, bañarse en la luz transfigurante de su resplandor y penetrar más y más en su profundidad? Seguramente, no hay límite al trabajo de los teólogos confrontados al infinito misterio, ¡no, para la “fuente y el ápice de la vida cristiana”! ¡Cuán amplio trabajo que queda por hacer con relación al Santísimo Sacramento del Matrimonio, a la Virgen María, al histórico y místico Cuerpo de Cristo, al alimento humano y al banquete, a la santificación del trabajo diario y a la restauración de la cultura cristiana, a la paradoja de máxima gloria y humildad en la recreación litúrgica del Sacrificio del Calvario!
¡Cuán abundantes son las fuentes que necesitan ser redescubiertas y reintegradas:
¡la Eucaristía en los escritos de los Padres Griegos y en los santos, o en las obras menos conocidas de autores y místicos medievales!
Y en vistas a tan lujosa superabundancia, ¿se nos pide que creamos a los intelectuales de las torres de marfil cuando ellos claman que la sumisión a la fe católica, como la enseñan los papas y concilios es restrictiva, es poco imaginativa, estrecha y cerrada al mundo y al futuro? Para creerles uno tendría que ser tan poco creativo y falto de fuentes como atados a la época y auto-absorbidos como ellos- En teología se puede trazar un mapa de tierras por descubrir sin sufrir calamidades solo moviéndose primero y siempre retornando a las buenas usadas avenidas establecidas por Cristo a través de su Iglesia.
El teólogo debe por sobre todo, ver su vocación como originada en un llamado a él hecho por Cristo, la Cabeza de la Iglesia. Sus facultades intelectuales, su educación, su vida familiar y todas las cosas que hacen y definen su personalidad son dones de Dios Todopoderoso para ser utilizados para darle gloria. Reconociendo el origen y el propósito de sus dones, el teólogo puede aspirar a dar el más grande servicio a la Iglesia cuya fe él estudia, proclama y defiende. Que sus palabras sean las de San Pedro cuando muchos de sus discípulos se alejaban de Cristo porque no podían aceptar su enseñanza: “Señor, ¿a dónde iremos? Tu tienes palabras de vida eterna.”
Peter Kwasniewski
Puedes leer este artículo en inglés en su sitio original: https://www.lifesitenews.com/blogs/how-to-be-a-good-theologian-in-3-steps
Ya saben cómo se debe hacer para convertirse en un buen teólogo. No se marche de nuestra página sin antes leer el artículo sobre el deber de un buen teólogo.
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