Los católicos modernos se ponen en vergüenza ante un número de Protestantes conservadores que muestran una reverencia cada vez mayor hacia un mero símbolo, que la que muestran los católicos hacia una realidad que profesan, que es el mismo Jesucristo
Lo que pueden aprender los católicos modernos de los cristianos orientales y de los protestantes sobre una comunión reverente, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Cualquiera que lea el título de este artículo podría asumir que su autor se ha descarriado. ¿Por qué los católicos de rito latino debieran mirar afuera de su rito hacia los cristianos orientales o a los cristianos occidentales que están separados de nosotros en el credo y en el culto, para aprender sobre un tratamiento apropiado del más venerable misterio de la Sagrada Eucaristía?
Bueno, si los católicos de occidente fueran simplemente fieles a su propia tradición, ellos no necesitarían que otras tradiciones les recordaran sus verdades básicas, sin embargo, en una era de confusión e infidelidad puede ser de ayuda y de humildad ver cómo otros cuerpos cristianos han preservado ciertos elementos que pertenecen por derecho a los católicos, y que deben ser revividos por nosotros si queremos evitar ofender al Señor. Debiera la vergüenza provocarnos volver al camino del cual nunca debiéramos habernos desviado.
Tal como los lectores podrán saber, he escrito extensamente sobre los problemas conectados con la comunión en la mano y que se recibe de pie. Mi trabajo sobre esta cuestión ha sido reunido en el libro “El Pan de Vida Eterna” (The Holy Bread of Eternal Life), publicado el año pasado por Sophia Institute Press. La falta de cuidado, la informalidad y el sacrilegio de nuestras prácticas postconciliares es un problema masivo. Los que abogan por esto ignoran las razones de porqué ciertas costumbres encontradas en la Iglesia primitiva fueron abandonadas después de manera universal.
También los expertos a menudo parecen ciegos a causa de sus prejuicios.
Por ejemplo, cuando el padre Robert Taft trata el tema de la comunión en la mano y de las antiguas fuentes sobre lo mismo (ver “A través de sus propios ojos: la liturgia como la veían los bizantinos”, (Through Their Own Eyes: Liturgy as the Byzantines Saw It, pág. 112 -21) olvida la razón de porqué fue abandonada la práctica de la comunión en la mano.
La antigua práctica Bizantina es descrita en el Concilio de Trullo (también conocido como el Concilio Quinisexto) del año 691, un concilio oriental no aceptado por la Iglesia Romana. Es, en todo caso, un valioso testigo del credo oriental y la práctica. La manera de recibir la Comunión en esa época es similar a lo prescrito por San Cirilo de Jerusalén:
“El Gran y Divino Apóstol Pablo con voz fuerte llama al hombre, creado a imagen de Dios, cuerpo y templo de Cristo. Por lo tanto, superando a todas las creaturas sensibles, él, que por la salvífica Pasión ha alcanzado la dignidad celestial, comiendo y bebiendo a Cristo, está dotado en todos los aspectos para la vida eterna, santificando su alma y cuerpo por la participación de la gracia divina. Por ello, si alguno desea ser partícipe del Cuerpo inmaculado en el momento de la Synaxis [Divina liturgia o Misa] y ofrecerse a sí mismo para la comunión, que se acerque, que coloque sus manos en forma de una cruz y así reciba la comunión de la gracia. Pero para los que, en lugar de sus manos, ocupan vasijas de oro u otros materiales para la recepción del divino don y a través de éstos reciben la inmaculada comunión, no les permitimos que vengan, como si prefirieran la materia inanimada e inferior a la imagen de Dios. Pero si alguno se encontrara impartiendo la inmaculada comunión a aquellos que ocupan vasijas de este tipo, sea él apartado y también el que los trae. (Canon 101)
Una cosa interesante sobre este razonamiento es que desalienta a los laicos de llevar una vasija en la que se coloca el Cuerpo de Cristo, como si fuera en un ciborio para almacenarse, y, en cambio, le pide que reciba la Eucaristía en contacto directo con su cuerpo. Si el propósito de la comunión es una unión de Cristo con el cristiano, tiene sentido que el don se le dé a la persona y no a un objeto inanimado. La práctica posterior (Occidental y Oriental) de la comunión en la boca, cumple el razonamiento del Canon 101 a la perfección, ya que también evita, al mismo tiempo, la inconveniencia y la falta de adecuación que acompañan al método más antiguo. Por un lado, la Eucaristía recibida en la mano no podía estar empapada de la sangre de Cristo, de lo contrario se produciría un desastre.
Para una mejor comprensión del Canon 101, se debe tomar en cuenta lo que San Simeón de Tesalónica dice en si libro “Sobre la Sagrada Liturgia” (ver Comentarios litúrgicos, Pontificio Instituto de Estudios Medievales, 2013, n° 95, pág. 225): “Como dijo el Sexto Concilio (Trullo) así era la costumbre, que los laicos recibieran también la comunión de esta forma recibiendo el pan en su mano. Posteriormente los padres pensaron que la comunión debiera ser dada a los laicos por medio de una cuchara, a causa de algunos incidentes.” No se puede sino estar intrigados por esta ominosa mención de los inespecíficos “incidentes.” El Canon 101 no fue, en todo caso, suficiente para prevenir el natural y sobrenatural desarrollo de un método superior de dar la comunión en el Oriente como en el Occidente.
Si bien mucho de lo de Trullo es anti-romano, anti-africano y anti-armenio, debemos poner atención a una serie de cánones que pueden revelar, a los romanos de hoy, los abusos perpetrados por los laicos que reciben la comunión en la mano, como también por los llamados “ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión”:
“Ninguno de los que pertenecen al orden de los laicos pueden distribuir los Divinos Misterios a sí mismo si un obispo, presbítero o diácono está presente. Pero quien se atreva a hacer tal cosa, como actuar en contra de lo que se ha determinado, será suspendido durante una semana y de ahí en adelante se le permitirá aprender a no pensar en sí mismo más alto de lo que debería pensar.” (Canon 58)
Un antiguo epítome del Canon 58 dice: “Un laico no comulgará por sí mismo. Si él hiciera tal, lo suspenderemos por una semana.” Sin embargo, cada vez que alguien la recibe en la mano, se alimenta a sí mismo con el Cuerpo de Cristo. Se está dando la comunión a sí mismo. El comentarista Van Espen explica:
“Es bien sabido que en los primeros siglos era una costumbre que la Sagrada Eucaristía fuera llevada de vuelta por los fieles a sus casas, y que en casa ellos la recibían en sus propias manos. Es evidente que esto era hecho por los anacoretas y los monjes que vivían en los desiertos, como parece ser probado por el Cardenal Bona (De Rebis Liturg., Lib. II, cap. xvii). De esta comunión doméstica se ve fácilmente como surgió el abuso que es condenado en este canon.»
Una vez más la Iglesia aprende de la experiencia y, me atrevo a decir, aprende de sus errores en el orden prudencial. La idea de colocar la Comunión en las manos de los laicos y luego enviarlos a casa con ella para seguir con la comunión o para los enfermos, fue un experimento que duró un tiempo y fue sabiamente finalizado, hasta que los Modernistas de nuestros días artificial y arbitrariamente revivieron antiguas prácticas que ellos consideraron apropiados para su agenda radical.
Más reveladoramente, Trullo establece una regla que (a diferencia de la comunión en la mano) fue destinada a perdurar:
“No es permitido a los laicos entrar en el santuario (en griego, el altar santo), aunque, de acuerdo con una cierta antigua tradición, el poder y la autoridad imperial no están de ninguna manera prohibidos de esto, cuando él quiera ofrecer sus regalos al Creador.” (Canon 69)
Nuevamente Van Espen provechosamente comenta:
“Lo que, en la Iglesia Latina, como en la Griega, fue por muchos siglos una costumbre regular, ratificada por varios concilios, que los laicos deben ser excluidos del santuario y del lugar señalado para los sacerdotes que están celebrando los divinos misterios, es tan notorio que no necesita prueba, y el presente canon muestra que entre los griegos, los laicos no estaban admitidos en al sacrarium incluso para hacer ofrendas.”
El Sínodo no hace sino una excepción, a saber, el Emperador, que puede entrar en el velo del santo altar con permiso, “cuando él desee ofrecer sus regalos al Creador, de acuerdo con una antigua costumbre.” No sin fundamento el Sínodo declara una “antigua costumbre” para eso. Como es evidente que fue, mucho tiempo antes, el caso de las palabras del Emperador Teodosio el Joven. (ver también Historia Ecclesiastica, libro v, cap. xvii). En la Iglesia Latina, no solo los emperadores, reyes y grandes príncipes, sino también los patronos de las iglesias, los toparcas del lugar e incluso los magistrados se ha acostumbrado a designarles asientos honoris causa en el santuario o en el coro, y se ha sostenido que pertenecen debidamente a tales personas. Es evidente a partir de la nota de Balsamon que los griegos posteriores, al menos, consideraban que al emperador (como los reyes de Inglaterra y Francia) como una persona mixta, compartiendo en algunos grados el carácter sacerdotal, al ser ungidos no solo con óleo, sino con el sagrado crisma. Ved a este respecto J. Wickham Legg, “La consagración d los reyes ingleses” (“The Sacring of the English Kings,”) en el The Archaeological Journal, March 1894.
La prohibición de entrada de los laicos en el santuario de una iglesia es en realidad antigua, universal y bien fundamentada. La única excepción que se ha hecho es para hombres determinados o niños a los que se les asignan tareas en lugar de los lectores o acólitos ordenados. Ciertamente que ni existe la necesidad, ni es oportuno para los laicos tomar la Sagrada Eucaristía como lo hacen los clérigos, ni distribuirla a otros laicos.
Desde los ortodoxos entonces, se nos recuerda que solo los clérigos deben manipular el Cuerpo de Cristo, tal como ellos solo pueden consagrarlo. Hubo un tiempo en que los católicos ya lo sabían, pero lo tienen desde hace largo tiempo olvidado. Ahora debemos despertar de nuestro olvido.
Los católicos modernos también se ponen en vergüenza por cierto número de protestantes conservadores que muestran una reverencia cada vez mayor hacia un mero símbolo, que lo que muestran los católicos hacia una realidad que profesan, que es el mismo Jesucristo (o al menos que están obligados a profesar). Un corresponsal me escribió, en reacción a uno de los artículos sobre la comunión en la mano:
“Yo pienso que hay algo intrínsecamente irreverente sobre recibirla de pie. Al menos se siente mal. Pero me pregunto si el padre Longnecker es un ex – episcopaleano, ya que algunos episcopalianos la reciben reverentemente arrodillados y en la mano (¡hablando de extrañas combinaciones!). También como una luterana, mi abuela, la recibía arrodilla y en la barandilla del altar. Ellos tenían la comunión solo cuatro veces al año y se la tomaba muy seriamente. Hay un autoexamen y una advertencia de San Pablo: “el que come y el que bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación.” ¡Eso es suficiente para desalentar la irreverencia!»
No creo que exista algo intrínsecamente malo en estar de pie para recibirla, si es una costumbre ininterrumpida, como lo es en el Este. Pero no ha sido nuestra costumbre en el Occidente por mil años, y recibirla arrodillado se ha convertido en una segunda naturaleza para nosotros como una expresión de reverencia por lo que es más sagrado. Con esto en mente, pienso lo que mi corresponsal tiene en mente. Los espiscopanos de la vieja escuela y los luteranos se arrodillan para la comunión en el comulgatorio y lo hacen así simplemente como reverencia por lo que la Eucaristía simboliza. Esto en sí mismo es un reproche a los católicos que han abandonado el signo de reverencia, e incluso simultáneamente, han tendido a abandonar el realismo Eucarístico en sus creencias. Sin embargo, al mismo tiempo, episcopanos y luteranos lo reciben en la mano, presumiblemente para enfatizar que ellos no creen lo que los “Papistas” creen sobre la Misa, el sacerdocio y la transubstanciación, o para mostrar algún tipo de “fidelidad” a la “antigua costumbre”, de acuerdo con un falso anticuarismo y corrupcionismo. Así de esta manera recibiendo al mismo tiempo de pie y en la mano, los modernos católicos romanos se burlan simultáneamente de su propia tradición de larga data y de los protestantes conservadores. Y al entrar al santuario o al darse la comunión a sí mismos (o ambas cosas), se burlan del oriente ortodoxo. ¿No les parece un triple golpe?
Quizás es tiempo de que los líderes de la Iglesia Católica practiquen con entusiasmo una forma de ecumenismo hacia su propia tradición católica como lo hacen hacia los protestantes liberales, globalistas y científicos ateos que ganan invitaciones a eventos especiales en Roma.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/what-modern-catholics-can-learn-from-eastern-christians-and-protestants-about-reverent-communion
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