En este Año Nuevo, ¿no sería esta una mejor manera de que resuene lo antiguo y hacer sonar a lo nuevo?
Cómo pueden los católicos impedir el paganismo de nuestra era y celebrar apropiadamente el Año Nuevo, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
El fin del año en el calendario es un tiempo en el que una cierta melancolía tiende a afectar a las personas, ya que pone frente a nuestros rostros el inevitable paso del tiempo que acerca cada vez más a la muerte. Esta momentánea toma de consciencia de la evanescencia de todas las cosas al menos explica, en parte, porqué hay tantas festividades que a menudo terminan en borracheras, en estupor. Nada es más fácil, al parecer, que estar bebiendo la mortalidad, lo cual es un muy efectivo “antídoto”, como estar tomando pastillas anticoagulantes mientras se está desangrando.
San Juan Crisóstomo, el más intrépido predicador de la Iglesia primitiva, frecuentemente recordaba a los cristianos de Antioquía que necesitaban abandonar los modos de sus vecinos paganos y abrazarse a maneras más moderadas y sin embargo, más alegres (mucho de lo cual tenían en común los antiguo estoicos, epicúreos y cristianos). Como todos los Padres de la Iglesia, le era familiar el generalizado fenómeno de muchos más o menos comprometidos creyentes que sucumbían a la bulliciosa presión de sus compatriotas no creyentes: la reincidencia social por la cual, incluso contra nuestras consciencias y lo mejor de nosotros mismos, seguimos las malas costumbres de nuestros tiempos.
Este es lo que el arzobispo de la boca de oro tenía que decir:
“Infelices aquellas casas que están cerca de los centros de placer. Les ruego que tales cosas sean apartadas de entre ustedes. Que las casas de los cristianos, y la de los bautizados, estén libres de los coros demoniacos. Que sean refinadas, hospitalarias y santificadas por la ferviente oración. Que os reunáis para cantar juntos salmos, himnos y cánticos espirituales. Que la palabra de Dios, y el signo de Cristo esté en vuestro corazón, en vuestros labios y frente, en vuestras comidas y en vuestras bebidas, en vuestras conversaciones, en los baños, recámara, en vuestras idas y venidas, en la alegría y en la tristeza, de acuerdo a la enseñanza de San Pablo: Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús (1 Corintios 1, 31; Colosenses 3, 17), quien los ha llamado a Su gracia. Porque es Él el que les ha dado el perdón por sus ofensas pasadas, y les promete recompensa por sus vidas remendadas.”
En su poderosa lucha de siglos de duración contra la idolatría y la herejía, la Iglesia primitiva tomó con seriedad su obligación de hacer llegar al Señor oraciones ortodoxas en los magnos días santos. Esta es una ocupación apropiada para un rey, es decir, para cada uno de los bautizados. En un artículo para New Liturgical Movement, Gregory DiPippo señala que los primeros cristianos eran muy conscientes en que su manera de “anunciar el año nuevo” fuera decisivamente diferente de la manera de los paganos que los rodeaban y que no perdían ocasión de disfrutar de la veneración a ídolos hedonísticos.
«El Rito Romano ha preservado unas pocas huellas de la reacción de los primeros cristianos a la celebración pagana del Año Nuevo. En el Rito Tradicional Ambrosiano este aspecto del día es, por lejos, mucho más marcado. En las vísperas, el Salmo 95 se canta con la antífona “Todos los dioses de los pueblos son vanos ídolos, pero nuestro Dios hizo los cielos”, y el Salmo 96 con la antífona “Quedan confundidos todos los adoradores de los simulacros, los que se glorían de sus ídolos.” En la primera oración de las Vísperas y de la Misa se lee: “Todopoderoso y eterno Dios, que mandas que aquellos que comparten en vuestra mesa se abstengan de los banquetes del demonio, concede, te rogamos, a tu pueblo que desechando el sabor de la impiedad que conduce a la muerte, podamos llegar con la mente pura a la fiesta de la eterna salvación.” El total de las siete antífonas de Maitines y la mayoría de las de Laudes, hacen referencia al rechazo a la idolatría. En el Rito Ambrosiano hay dos lecturas antes del Evangelio. En la Circuncisión la primera de estas es el inicio de la “Epístola de Jeremías” (Baruc 6, 1-6) en la cual el profeta exhorta a la gente a no inclinarse ante los ídolos de los Babilonios. La gran antigüedad de esta tradición se muestra por el hecho de que esta lectura se conserva en el misal ambrosiano en la versión de un texto en latín antiguo más que en el de la Vulgata.»
A pesar de poner tanta atención a la antigüedad cristiana, los reformadores de la Iglesia del siglo veinte mostraron una notable tendencia a adoptar la laxitud moderna en lugar del antiguo rigor para abreviar la oración más que ampliarla, para adoptar la noción del mundo de “celebración” en lugar del llamado del Evangelio al arrepentimiento y la imitación de Cristo.
¿Se han detenido alguna vez a preguntarse porqué por siglos y siglos los católicos hablaron de “ofrecer el Santo Sacrificio”, mientras que después del Concilio las personas únicamente parecen siempre hablar sobre “celebrar la Misa”, o incluso, “celebrar la Eucaristía” (un barbarismo lingüístico)? En los tiempos modernos, como señala Josef Pieper, pocas personas han probado la real festividad: el abrazo festivo de la vida como un don de Dios, para ser devuelto a Él “con interés” en la forma de un culto solemne seguido de reuniones sociales, cantos y banquetes en compañía de los demás. Es más, los modernos solo están familiarizados con la relajación del trabajo, la disipación en sus “vacaciones” y alguna sombría determinación para evadir el aburrimiento y la depresión.
Justamente cada psiquiatra que se precie de tal ha descibierto una pieza de antigua sabiduría: la mejor manera de superar el estado de abatimiento que nos aflige en nuestra mortalidad es cultivar la gratitud. Más que murmurar sobre lo malo que son las cosas (porque sin duda en este valle de lágrimas, ¡siempre habrá mucho porqué quejarse!), ¿por qué no detenerse y pensar en las muchas cosas por las que estar agradecido? San Pablo nos dice: “En todo dad gracias, pues que tal es la voluntad de Dios en Cristo Jesús en orden a vosotros.” (1 Tesalonicenses 5,18). Aquellos que practican una “gratitud diaria” descubren que esto lo cambia para mejor.
Vamos un paso más allá. En lugar de repetir el mantra, “¡ay de mí!”, ¿por qué no repetir calmada y lentamente la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un pecador”? En lugar de beber hasta el olvido, ¿por qué no retirarte a tu recámara y orar a tu Padre en secreto, quien te dará de beber de una fuente que el mundo no conoce? Cuando hayamos diezmado nuestro tiempo a Dios, habrá tiempo suficiente para la compañía de los amigos y de la familia, pero esta vez será con un sentido y una realización.
Desde el siglo cuarto la Iglesia Católica ha cantado el gran himno ambrosiano de acción de gracias, el Te Deum, como parte del Oficio Divino, así como en ocasiones especiales como la consagración de un obispo; la canonización de un santo; las profesiones religiosas, y en las coronaciones reales cuando los reyes y reinas gobernaban la tierra. Una de las ocasiones especiales es en la Víspera de Año Nuevo, cuando se acostumbra a cantar o recitar el Te Deum para agradecer a Dios por Sus bendiciones en el año que recién termina y para rogar Su bendición para el año que comienza. La Iglesia incluso concede indulgencia plenaria a esta práctica. El texto del himno puede ser encontrado en muchas partes en línea (como aquí)
¿No sería esta una mejor manera de que resuene lo antiguo y hacer sonar a lo nuevo?
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/how-catholics-can-thwart-the-paganism-of-our-age-and-properly-celebrate-new-years
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